Adrián Chávez

COLUMNA

Sitio al margen

Por Adrián Chávez

Columna

Colorear fuera de la línea

El color iba bien, todo se deslizaba sobre el papel como si por fin fuéramos a lograrlo y, sin saber cómo, la mano, el papel, algo fallaba y el color invadía el espacio fuera del contorno. Y era inevitable el desconsuelo al saber que ese día no habría estrellita de perfección junto a la abejita trabajadora… Y al paso de los años uno crece, y se olvida de que eso alguna vez tuvo importancia, pero sigue existiendo un cierto desconsuelo cada vez que uno se sale de algún margen, así sean los menos pensados. Porque uno se va construyendo contornos, los adopta a largo de las experiencias vitales. Qué música es correcta escuchar en determinado grupo de amigos, cómo comportarse en ciertas mesas, qué cosas está bien que veamos en el cine. No hablo de algún tipo de alienación, en absoluto, me refiero a aquellos pequeños actos que nos dan la sensación de estar haciendo las cosas correctas, solamente.

Y hay una expresión que de un tiempo a la fecha se ha vuelto sinónimo de estos actos de colorear fuera del contorno: gustos culpables. Para ejemplificar, imaginemos la siguiente escena: un hombre vestido enteramente a la usanza del norte de México (sombrero, botas y chaleco de cuero crudo) sube a su camioneta King Ranch de diesel y enciende el autoestéreo para iniciar su viaje a la ciudad de Chihuahua. Todo normal hasta que entra a la autopista, una vez ahí Franco de Vita suena en el autoestéreo con su “Luis”. El vaquero conoce la canción por alguna circunstancia poco clara y le gusta, le gusta mucho, todo el resto del viaje hacia Chihuahua escucha el disco de De Vita y repite varias veces “Luis”. ¿Qué ha sucedido? El hombre ha salido del contorno de lo vaquero y ha entrado a ese espacio grande fuera de él.

La importancia, revelaré el misterio, de colorear dentro del margen es que así se pretende desarrollar la motricidad fina de los niños. Empezar a entrenarlos en el control muscular más delicado y que se desarrollen las inervaciones con esos músculos de precisión, ya que no son las mismas que las utilizadas para los movimientos más bruscos. Eso es todo, no hay nada de bueno ni malo en ello, solo se espera que se desarrolle cierto grado de finura en los movimientos para su vida adulta; digamos, por decir algo, que se pretende obtener la fineza necesaria para ensamblar cinturones de seguridad en una maquiladora. Eso es todo y sin embargo lo que persiste en la memoria es el componente emocional de la experiencia, la sensación de que se ha cometido una falta grave cada vez que uno sale de algún contorno.

Contornos que ocupan todos los aspectos de la vida y que están presentes en las lecturas que uno hace, sin duda. Porque al igual que los ejercicios de colorear, los libros gratuitos de “Lecturas” pretenden ser eso, una herramienta que permita un cierto grado de desarrollo en las habilidades de comprensión y la formación de un estándar básico que permita determinar la calidad de lo leído. Por esa razón encontrábamos fragmentos de Saint-Exupery y de Cervantes, poemas de Nezahualcoyotl y de Sor Juana en aquellos libros. Lamentablemente sucede igual que con el vaquero, una vez que uno adopta algún género pareciera que es sacrilegio leer algo fuera de ese lindero. Extendiéndome un poco más, pareciera que una vez que uno ha decidido interesarse en la literatura estuviera vedada cualquier lectura que no esté dentro de las obras importantes; es decir las consideradas por los críticos, o los académicos, como trascendentales para la sociedad contemporánea. Filosofía, filología, lingüística y en un grado menor antropología, sociología, psicología y etnología, abarcan el campo en que es permitida una lectura más o menos fuera culpas para el individuo interesado en la literatura. Todo lo demás se descarta de antemano.

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No niego que haya obras o autores que deban leerse de manera casi obligatoria en cada lengua, tampoco pretendo hacer una alabanza de lo kitsch o un ataque al mainstream literario, lo único que pretendo es exponer que de cierta manera nos sucede lo que al vaquero. Actualmente la poesía canta bastante acerca del acto de hacer poesía y hay una alta tasa de natalidad de protagonistas de textos narrativos que terminan siendo escritores. Siendo más general, el tema de la literatura va siendo la literatura misma.

De ninguna manera eso está mal, lo noto solamente, y me pregunto qué pasaría si a la par de la licencia poética, nos inventáramos una licencia lectora. Una que nos permitiera leer de esoterismo, de carpintería, de leer aquellos autores que nos llaman la atención por su procedencia, por su temática, esos autores que al mencionarlos no aportarían estatus o que al mencionarlos no habría nadie que nos hiciera una seña de aprobación. Porque uno no espera ningún tipo de reconocimiento cuando lee, para dar un ejemplo, un librito llamado “Adivinanzas Rancheras” (fechado en 1952 y que tengo entendido lo vendían en el tren a los pasajeros de segunda) o “Abrázame. El abrazo es amor y alegría” de Kathleen Keating (acerca de algo que ella llama abrazoterapia), y mucho menos tras leer “Cómo hacer absolutamente infeliz a un hombre” de Fernando G. Tola.

Los títulos anteriores, lo confieso, pertenecen a mi lista de lecturas, y no es algo que me apene. No debiera haber motivo de apenarse de leer nada, ya que teniendo, y confiando, en el estándar establecido por las anteriores lecturas tendríamos la posibilidad de generar aristas dentro de nuestro pensamiento; aún más, enriquecerlo con los detalles menos esperados, con esa capacidad de síntesis natural en el ser humano surgirán ideas nuevas, temas nuevos, más complejos por incorporar nuevos elementos. Porque estamos frente a un sistema de información, así de simple, y para no irse empobreciendo paulatinamente todo sistema debe mantener un equilibrio entre nueva y vieja información para desarrollarse. Y de ahí surge mi desazón al notar que la literatura va constriñendo su temática.

Fuera de cualquier contorno hay un gran espacio en blanco que puede irse incorporando y para hacer más amplio el dibujo o más rica la figura. Ahí están una gran cantidad de autores y temas que aunque no sirvan para las conversaciones de café, ni para estructurar ningún ensayo, sí que pueden ampliar la perspectiva acerca del mundo. Desde la selva y el mar hasta el almanaque fiscal y la resistencia de los materiales, son temas capaces de aportar algo así sea sólo para saciar una efímera llamarada de curiosidad. Y su lectura no caerá en el vacío, servirá para algo, aunque sea para, como escuche decir hace algún tiempo: tener algunas historias con que entretener a los nietos cuando haya un apagón.

Adrián Chávez

Adrián Chávez

Nací en la ciudad de Torreón en el año de 1985 y, como muchos por aquí, pasé mis primeros años entre el campo y la ciudad, entre casas de adobe y edificios. Egresé hace ya algunos años de la Escuela de escritores de La Laguna "José Carlos Becerra" y hace algunos años menos estudié Psicología y una maestría en Sexualidad. Creo que escribir es un placer y una necesidad. Los géneros literarios que prefiero son el cuento y la poesía porque, pienso, tienen un mayor potencial para la comunicación, aunque desafortunadamente están casi olvidados en esta época de novelas.