Luis Carlos García

COLUMNA

Por Luis Carlos García

Columna

El árbol de la vida Terrence Malick (2011)

La vida

El inicio de la película y de este comentario inicia con una pregunta: ¿Dónde empieza la vida?

La parábola de la vida abarca hasta los orígenes de todo lo que existe, aún más, a la razón de todo ello. Una vida, con su nimia singularidad, resume la historia universal de todo lo que existe y de todo lo vivo, contiene su pasado genético y su evolución. Cuando alguien muere establece la conexión básica de todos los seres vivos con su determinación física.

¿Con qué intención mirar las galaxias, el nacimiento de una estrella o a cualquier astro si no es con la pregunta natural de cómo venimos a este mundo y cuál es nuestro origen? La manera de ver a Dios es a través de su creación. Si es con asombro, con misterio o con plenitud extasiada – las imágenes alegóricas se convierten en secuencias hiperbólicas – haciendo un conjunto universal de música de los astros.

En la hipérbole diacrónica que se intercala en la trama como documental con fines pedagógicos tipo Discovery Channel, como una constatación del hecho innegable de la majestuosidad del universo, en su ejemplaridad del macrocosmos para luego poder ligar, en una metáfora visual, el microcosmos de un ser vivo gestándose en el útero. Es una correspondencia no directa pero paralela en la creación majestuosa.

Esta vida proviene del espacio, se adentra en la tierra y emerge como lava de volcán. Este vitalismo magmático es el que infunde el actuar de los personajes.

La familia

La vida en familia está llena de experiencias tan complejas y profundas como lo muestra la parte de la película que habla de la infancia del protagonista. Demuestra la ingenuidad, el amor, el soporte, pero también – y en esto es fabulosa – cómo la infancia es cruel e inocente. Mediante un pasaje donde el niño atisba un ataque a su padre, como una forma de odiar ingenuamente, se va inclinando un niño hacia la rebeldía adolescente, y cómo finalmente la ternura se impone ante el autoritarismo del padre.

La familia reúne experiencias, a veces demasiado duras que alcanzan a romper el ligamen amistoso entre sus integrantes. Pero cada experiencia, adquiere una riqueza emocional valiosa, que crece conforme se nutre con otras.

Sucede así con las historias de la infancia que se cuentan y se reviven para conformarnos como adultos. Incluso cuando esas experiencias se transmiten de padres a hijos, como en mi caso, puedo correr junto a mi padre en su recuerdo. Entonces podemos compartir tales recuerdos, aunque no sean nuestros.

Idílica o no, la infancia queda reflejada como ese jardín del edén en el que todos quisiéramos correr. En realidad pasan cosas horribles y bellas, pero la grandeza está en que Malick nos hace ver el paraíso en cada estancia.

Digo que en el paraíso que todos quisiéramos correr porque los personajes rara vez dejan de caminar, bailar o correr, y la cámara va tras ellos como si fuera el viento y acompañara. Esto se observa con mayor claridad en To the wonder (2012) donde los travellings se acentúan, incluso demasiado.

Hay algo revelador en el perseguir a los personajes, verles las espaldas, un ejemplo que en Elephant, Gus Van Sant (2003) se logra para dar un efecto real sobre el entorno y el mundo donde viven los personajes. Para Malick seguir a sus personajes es establecer una mirada intemporal, casi omnipresente y vivificadora, como si los mirara Dios con su sapientísimo amor.

El padre

El padre tiene un amor autoritario, enseña pero a veces a golpes, severo, dentro de su complejidad es tierno, incapaz de transformar su frustración dando lugar a una educación cruel. En una escena es capaz de decirle a uno de sus hijos “si no vas decir nada importante es mejor que te quedes callado”; el hijo, momentos después, utiliza las mismas palabras contra su padre y desencadena un pleito que termina con la violencia explosiva dirigida hacia todos. Sin embargo, si la visión del padre quedara allí, sería cometer un error en el guion, por darnos un juicio parcial acerca del personaje. Pero no es así, después nos enteramos que el padre queriendo ser músico se volvió ingeniero y esta insatisfacción no comunicada, no abierta – apenas es capaz de decírselo a su hijo – nos da la oportunidad de comprender la profundidad del personaje.

El padre ejerce su poder con autoridad y aún dentro de la estereotipada sociedad norteamericana de los años 50’s o 60’s, con sus ideales de superación económica y confort, puede encontrarse un rol significativo dentro de su sociedad y de la unidad amorosa que es la familia y cumplir con él dejando una experiencia auténtica a sus hijos. Cada padre se enfrenta al cambio de generación que traen los hijos. Igualmente el protagonista, en su mayoría de edad, se enfrenta a su época.

Para esto utiliza la contraposición arquitectónica entre un edificio y el campo, una casa minimalista y la clásica construcción habitacional de los años cincuenta. El edificio-presente-edad madura contrapuesto al campo-pasado-infancia donde se haya otra contraposición: familia-soledad. De fondo hay una nostalgia del pasado idílico, una crítica a la sociedad moderna que ha destruido el núcleo familiar y que ha impuesto a la soledad y al solipsismo enclavado en la ciudad.

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La madre

Gran figura de belleza, amor y cobijo, la madre tiene en su seno de porcelana y cabellera rojiza, un aura inmaculada que rebasa los límites de mi expresión.

Ella soporta, ayuda, sufre con todos y por todos, intuye, alecciona. Sin embargo, sujeta a su propia condición sumisa, acepta las contradicciones de su esposo y los embates del sufrimiento, de la crueldad de los hijos.

Pero más que otra virtud, la madre es fuerza. Una madre que pierde a un hijo se queda sin una parte de sí misma, seguir viviendo es una constatación de aquélla fuerza. Los dolores más profundos son mudos y para ella, el silencio es un radiar caluroso.

Solo la Sinfonía No. 3 de Henrik Górecki puede darnos una emoción comparable a la de pérdida de un hijo. Pero, a nuestra manera de ver, la secuencias se interrumpen inmerecidamente, y duran unos pocos segundos, tal vez para no introducir ese lento e largo que de por sí carga toda la película en 138 minutos.

El paraíso

Si este ligamen del amor familiar y divino, rebasa lo temporal y no consta en ninguna materia del recuerdo, estos lazos trascienden, y no sin otro fin que el de la continuación en la otra vida.

El paraíso tiene una imagen única en su mostrar, no en su locación. No hay nada más que una playa donde nos encontramos con todos los queridos, en un abrazo, en aquella forma en la que nos quisimos más, y de frente, un océano que parece un nuevo nacimiento, algo más que una puerta, más que algo concreto, ese mar es la apertura hacia otra cosa inmensa.

No hay necesidad de decir nada, acaso sonreír como lo hacen las personas queridas que dejamos de ver hace tiempo, y mirarse y dar un abrazo, ya no de los cuerpos sino de las almas.

Dios

¿Qué manera más genuina de comunicación con Dios sino con la voz interior, anhelante y contemplativa que se dirige a esa profundidad personal en la cual nunca nos hallamos solos?

Incluso cuando sólo tenemos cuestionantes como los tienen los creyentes que embaten su fe contra la realidad innegable de la muerte, del sufrimiento y del dolor, toda pregunta a Dios es una súplica, tal vez hasta una oración.

Al igual que el joven Camus al ver un niño atropellado, se mira la tragedia, el mal, la muerte, pero Malick no le pide a Dios que responda, que actúe, sino que se le pide que nos ayude a comprender cómo suceden esas cosas y la razón final de todo ello.

El hecho de hablar con uno mismo es una demostración de esa interioridad nutricia, con la que se dialoga con el alma. Va uno entrando a sí mismo, a conocerse y a reconocerse como cosa única. Así, en una metodología agustiniana, llegaremos con esa voz en off, de lo exterior a lo interior, y de nuestro interior a Dios.

El todo

El todo es el universo, una sinfonía. El ideal de Mahler era hacer sinfonías que fueran universos y en este sentido, la película lo es. La vida, la creación, son una sinfonía. Hacer como lo hago yo, dividiendo tramas, temas, son meros ensayos, atisbos de acercamiento a algo que se tiene que escuchar y ver como un universo mismo, unitario y variante, una obra compleja y ambiciosa.

Luis Carlos García

Luis Carlos García

Nacido en 1986 en Torreón, Coahuila. Estudió ingeniería en alimentos y licenciatura en filosofía. Hizo el diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna de 2006 a 2008, en la que después se desempeñó como maestro de filosofía. Actualmente divide su tiempo entre las obligaciones profesionales y su vocación por la filosofía y la literatura.