Alfredo Loera

COLUMNA

Por Alfredo Loera

Columna

La escritura de la ficción de Jorge Semprún

Jorge Semprún a lo largo de su obra desarrolla la preocupación por la escritura. Habla de las condiciones en las que se da dicho fenómeno, al mismo tiempo que sus disertaciones son una consecuencia del mismo. En este sentido, Semprún no está tan interesado en la literatura como sí lo está en el proceso de asir la realidad mediante la palabra.

Por ello sus novelas son más bien artefactos de la escritura, que obras literarias. Son obras que tienden a cuestionar la misma naturaleza de lo literario. Son híbridos entre varios géneros discursivos. Pueden considerarse testimonios, documentos que están autorizados porque son escritos por un testigo que pretende una relación de verdad respecto a algún acontecimiento, y por otra parte, sus obras pueden considerarse ficciones, y otras tantas poesía.

Ranciere, en su ensayo “La división de los sensible”, argumenta que una ficción es una estructura de inteligibilidad de lo considerado real. Es un esquema de representación de lo real, no es como comúnmente se piensa: la distorsión de hechos en falsedades: “fingir no es proponer engaños, es elaborar estructuras inteligibles” (22). A este respecto, Semprún parece estar en completa coordinación con la idea recién mencionada. Sus obras, sus textos, sus escrituras, apelan a la ficción no para proponer «engaños» sobre lo ocurrido en los campos de concentración Nazi, sino para darles inteligibilidad a los hechos que en ellos ocurrieron, para darle un sentido a la realidad establecida en dichas organizaciones represoras.

Semprún constantemente, ya sea en novelas como «El largo viaje», «Viviré con su nombre, morirá con el mío» o «La escritura o la vida» habla sobre la realidad deformada que se vivía en los campos. Era otra vida, en la que resultaba impensable encontrar las normas sociales que previamente los prisioneros habían experimentado, al igual que era una realidad completamente distinta a la que dichos prisioneros encontrarían después de su liberación. Pero entonces ¿cómo contar la vida en los campos con las estructuras de inteligibilidad pertenecientes a otro un mundo, al mundo después de los campos, otro mundo dispar y alterno? ¿Cómo hacer dialogar las dos realidades? En especial cuando las dos se plantean como la única posible y verdadera. Más aún, ¿cómo mantener la memoria de lo sucedido en lugares como Buchenwald, en otra realidad? Sin duda este es un conflicto que concierne tanto a la Literatura y a la Historia. Al menos, es un conflicto que las enfrenta.

En «La escritura o la vida» se dice:

Habrá supervivientes, por supuesto. Yo, por ejemplo. Aquí estoy como superviviente de turno, oportunamente aparecido ante esos tres oficiales de una misión aliada para contarles lo del humo del crematorio, el olor a carne quemada sobre el Ettersberg, las listas interminables bajo la nieve, los trabajos mortíferos, el agotamiento de la vida, la esperanza inagotable, el salvajismo del animal humano, la grandeza del hombre, la desnudez fraterna y devastada de la mirada de los compañeros.

¿Pero se puede contar? ¿Podrá contarse alguna vez?

La duda me asalta desde el primer momento. (25)

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Para Semprún no basta con haber tenido la experiencia, con saber los hechos, no basta que él mismo los haya realizado. Es necesario una inteligibilidad y una verosimilitud, un distanciamiento. Para contar lo que pasó en Buchenwald, primero es necesario seleccionar los hechos significativos, acomodarlos de tal manera que propicien un sentido, que den lugar, en otras palabras, a una trama.

Autores como Paul Ricoeur plantean el mismo cuestionamiento. Curiosamente Ricoeur también tuvo la inquietud de disertar estos fenómenos a partir de sus experiencias de la Segunda Guerra Mundial, en libros como «Tiempo y narración» y «Finitud y culpabilidad». Semprún y Ricoeur, uno desde la escritura (lo literario) y otro desde la filosofía, buscaron dar un sentido, una explicación al Mal radical, a las realidades que se establecen desde él.

Más adelante en «La escritura o la vida» se agrega:

Estamos a 12 de abril de 1945, el día siguiente de la liberación de Buchenwald. La historia está fresca, en definitiva. No hace ninguna falta un esfuerzo particular de memoria. Tampoco hace ninguna falta una documentación digna de crédito, comprobada. Todavía está presente la muerte. Está ocurriendo ante nuestros ojos, basta con mirar. Siguen muriendo a centenares, los hambrientos del Campo Pequeño, los judíos supervivientes de Auschwitz.

No hay más que dejarse llevar. La realidad está ahí, disponible. La palabra también.

No obstante, una duda me asalta sobre la posibilidad de contar. No porque la experiencia vivida sea indecible. Ha sido invivible, algo del todo diferente, como se comprende sin dificultad. Algo que no atañe a la forma de un relato posible, sino a su sustancia. No a su articulación, sino a su densidad. Sólo alcanzarán esta sustancia, esta densidad transparente, aquellos que sepan convertir su testimonio en un objeto artístico, en un espacio de creación. O de recreación. Únicamente el artificio de un relato dominado conseguirá transmitir parcialmente la verdad del testimonio. Cosa que no tiene nada de excepcional: sucede lo mismo con todas las grandes experiencias históricas. (25-26)

Estos párrafos no sólo disertan sobre la posibilidad de contar la experiencia, sino la posibilidad de contar la realidad, otra realidad. Como ya he apuntado, el problema no está quizá en la palabra misma, “la palabra [está disponible] también”, dice Semprún (26), sino en los esquemas de representación, en las estructuras de significado que se implantan en cierta cultura, en este caso la europea.

Semprún está hablando de los procesos de simbolización. Bajo esta perspectiva sería inútil describir los detalles del cautiverio, no tiene importancia hablar de las rutinas, de los objetos específicos de estas sociedades (el mismo Semprún en ocasiones evita hacerlo). Lo que realmente importa para este escritor es transmitir un sentido de dichas circunstancias. Generar un “excedente de sentido” (utilizando un término de Ricoeur) en lo que se narra, sobre aquella realidad alterna, que pretendía anular esta otra, que Semprún llamó “el sueño de la vida”.

Siguiendo esta línea se pone sobre la mesa el debate respecto a los procesos de inteligibilidad de la Historia y de la Literatura. Señalan la línea divisoria entre estas dos áreas del conocimiento. Da la impresión de que en la escritura de Semprún dicha división es anulada; al menos, abolida para dar paso a la narración que pretende una verdad.

Volviendo a «La escritura o la vida» encontramos:

-Me imagino que habrá testimonios en abundancia… Valdrán lo que valga la mirada del testigo, su agudeza, su perspicacia… Y luego habrá documentos… Más tarde, los historiadores recogerán, recopilarán, analizarán unos y otros: harán con todo ello obras eruditas… Todo se dirá, constará en ellas… Todo será verdad… salvo que faltará la verdad esencial, aquella que jamás ninguna reconstrucción histórica podrá alcanzar, por perfecta y omnicomprensiva que sea…

Los demás le miran, asintiendo con la cabeza, aparentemente sosegados viendo que uno de nosotros consigue formular con tanta claridad los problemas.

-El otro tipo de comprensión, la verdad esencial de la experiencia, no es transmisible… O mejor dicho, sólo lo es mediante la escritura literaria…

Se gira hacia a mí, sonríe.

-Mediante el artificio de la obra de arte, ¡por supuesto!

Más adelante:

Reflexiona un instante, nadie dice nada esperando que continúe. Proseguirá, resulta evidente.

-El cine parece el arte más apropiado –agrega-. Pero los documentos cinematográficos seguramente no serán muy numerosos. Y además los acontecimientos más significativos de la vida de los campos sin duda no se habrán filmado nunca… De todos modos, los documentos tienen sus límites, insuperables… Haría falta una ficción, ¿pero quién se atreverá? Lo mejor sería realizar una película de ficción hoy mismo, con la realidad de Buchenwald todavía visibles… La muerte todavía visible, todavía presente. No, un documental no, ya lo digo bien: una ficción… Es impensable.

Se produce un silencio, pensamos en este proyecto impensable. Bebemos a sorbos lentos el alcohol del retorno a la vida.

-Si he entendido bien –dice Yves-, jamás lo sabrán ¡los que no lo hayan vivido!

-Jamás realmente… Quedan los libros. Las novelas, preferentemente. Los relatos literarios, al menos los que superen el mero testimonio, que permitan imaginar, aunque no hagan ver… Tal vez una literatura de los campos… Y digo bien: una literatura, no sólo reportajes…

Me toca a mí decir algo.

-Tal vez. Pero el envite no estribará en la descripción del horror. No sólo en eso, ni siquiera principalmente. El envite será la exploración del alma humana en el horror del Mal… ¡Necesitaríamos un Dostoievski! (143-144)

Semprún a lo largo de «La escritura o la vida» no da una solución final a este problema de la Escritura, de la Literatura y de la Historia. El libro completo es una respuesta que plantea varias de las contradicciones de esta actividad. Mas lo que sí se manifiesta claramente es la idea de distanciamiento. Esto queda claro cuando dentro del texto se dice que Semprún tuvo que esperar quince años para poder contar la experiencia de los campos. Esto no sólo por una cuestión de supervivencia, por una cuestión psicológica, de salud mental, sino también por el hecho de un distanciamiento, una teleología de lo ocurrido, una interpretación. He aquí la unión entre Historia y Literatura. La obra de Semprún lo evidencia.

Por otra parte, «La escritura o la vida» es una obra que está escrita como ficción para poder dar una inteligibilidad no sólo a la experiencia de los campos, pero en igual media para dar inteligibilidad al debate entre la escritura y la experiencia, entre la posibilidad de asir la realidad por medio de la palabra, ya sea una realidad histórica o una ficticia, a caso esta última con mayor importancia para los procesos de la cultura.

Bibliografía recomendada:

Semprún, J. El largo viaje. España: Seix Barral, 1976.
_________La escritura o la vida. Barcelona: Tusquets Editores, 1995.
_________ Viviré con su nombre, morirá con el mío. Barcelona: Tusquets Editores, 2002.
Ranciere, Jaques “La división de lo sensible” Consultado en http://es.scribd.com/doc/6632390/Jacques-Ranciere-La-Division-de-Lo-Sensible, el 25 de octubre de 2012.
Ricouer, P. Tiempo y narración. Volúmenes I, II, III. México: Siglo XXI Editores, 2007.

Alfredo Loera

Alfredo Loera

Alfredo Loera (Torreón, 1983) es Maestro en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Inició sus estudios de literatura en la Escuela de Escritores de La Laguna. De 2009 a 2011 fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Publicaciones suyas han aparecido en revistas como Casa del tiempo, Círculo de poesía, Fundación, Pliego 16, Ad Libitum, Este país, Siglo Nuevo. Sus libros son Aquella luz púrpura, (2010, 2017, 2023); Wish you were here, (2019, 2023); Guerra de intervención (2022), disponibles en Amazon como ebook o libro impreso.