Luis Carlos García

COLUMNA

Por Luis Carlos García

Columna

Sobre películas buenas y malas

Hace algunos días escuchaba en una estación de radio local universitaria un programa “de cine” del cual desconozco su nombre y en el cual participan – al menos durante el tiempo que lo escuché, y por lo que puedo interpretar – dos jóvenes.
En los pocos minutos en los que estuve atento alcancé escuchar al menos cinco títulos de películas de reciente producción. En ese espacio de tiempo los comentaristas hicieron dos o tres aseveraciones que generaron una evocación positiva en mí.
La joven – de voz muy agradable, por cierto- mencionó, en términos muy generales, que hay películas que escapan a ciertos moldes de tiempo y acción, donde la trama es intercalada y que esto hace a una película diferente y de alguna manera “complicada” que de pronto era incomprensible para cierto público.

El joven, a su vez, mencionó que había ciertas películas que “cumplen con el propósito del séptimo arte: entretener”.
De esos dos comentarios quisiera comentar algunas cuestiones que aprovecho para ligar con ciertas reflexiones que encuentran fundamento en la estética.
No es extraño que para una gran mayoría del público, una película que rompe con ciertos esquemas generalmente prefijados por la industria cinematográfica (entiéndase Hollywood en muchos casos), le parezca inmediatamente “rara” porque no obedece a esos principios básicos que la industria ha establecido como parte de un proceso estandarizado para un producto comercial.
Pero no es una cuestión complicada, es una cuestión de costumbre –malsana, he de decirlo – de siempre ver un mismo tipo de películas, y que encierran al espectador en una cosa horrible: una narración compuesta de diferentes historias (aparentemente) contadas de una misma manera. Esto limita el aspecto vivencial del espectador precisamente porque lo encierra, lo limita, a una sola manera de entender su mundo, una sola manera de ficcionar la realidad, imponiendo una cuota de pasividad intelectual.
La ficción forma parte primordial del hombre para entenderse a sí mismo y su relación con los otros hombres y el mundo. El cine crea sueños que puedan ser soñados y vividos por sus espectadores, es por eso que da forma, dirige, influye. El cine tiene maneras directas de llegar al espectador y fijarse en él para cerrarlo a esquemas prácticos y muy poco creativos o bien para fundamentar y entender su forma de vida.
Las películas no son malas por ser comerciales, son malas por ser réplicas, precisamente por reproducir los esquemas validados para compensar esa falta de creatividad, y vender imágenes. La industrialización en su aspecto positivo es un paso necesario para mejorar las producciones, dado que pone medios a disposición para la realización de las obras. Lo negativo está en la estandarización, que es un resultado conveniente de la industrialización pero no es “natural” dado que toda producción, sea artística de cualquier tipo, debiera tender hacia la creación original y no hacia una repetición de esquemas. Usted que consume una película comercial como si fuera un producto desechable, lo que hace es consumir un producto que es siempre del mismo color y tamaño.
En la industrialización de cualquier otro tipo (textil, alimentaria) la estandarización es positiva porque es indicador de calidad. Usted consume un producto que siempre cumple con la calidad deseada y es igual (o mejor, hemos de suponer) al que compró la semana pasada.
En la industria artística (o de lo que se supone es artístico) esta igualdad no se da de la misma manera. La industrialización debiera producir siempre con la misma calidad, pero no el mismo producto. Calidad entendida como creatividad y no como cantidad de dinero en la producción. Es ahí donde las películas se separan en buenas y malas.
Ahora bien, cantidad de veces me han tachado con opiniones que, al conocer mis “gustos” cinematográficos, me terminan por decir: “a ti te gustan puras películas ‘raras’, de ‘arte’” Cosa que en cierta parte es verdad pero no del todo ni en la forma en la que esto se entiende.
Así como no todas las películas son malas por ser comerciales, no todas las películas “raras” son buenas por ser “raras” o de “arte”. Esas clasificaciones, pretendidamente oficiales de “cine de arte” o “cine de autor” no hacen justicia ni a la obra, ni al autor.
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Con esto podemos vislumbrar un poco de lo que separa también las buenas películas de las malas, aunque sea en un aspecto no crítico pero sí reflexivo. La necesidad de un observador reflexivo es urgente, no sólo en el cine, sino en todos los eventos artísticos y culturales. Preguntarse ¿qué es lo que me gusta de la película? ¿qué no me gusta? ¿por qué me gusta eso y no otra cosa? ¿qué otra película coincide? Son preguntas que pueden ayudarnos a dejar la obstrucción consumista (que consume sin preguntar y sin informarse) y empezar a ser más críticos en el sentido no especialista.
Volviendo a otro comentario que hizo la joven del programa radiofónico, apuntó con cierta determinación que tal película era “malísima” – hablando de 500 días con ella (500 Days of summer, Marc Webb, 2009) , mientras que otra era “buenísima” – aquí mencionó La ladrona de libros (The Book Thief, Brian Percival, 2014). Ante estas cuestiones, debemos dejar algo claro. Estamos buscando un parámetro, un algo, que indique la “calidad” de una película. Y en esto, los gustos por sí mismos no llevan a nada. Por eso se debe ir más allá del simple gusto y profundizar analíticamente aquello que nos apasiona. Emitir un juicio personal tan laxo y al vuelo, sobre una película en un programa con fines de divulgación cultural me parece algo perverso, porque prejuicia al público y además no se le ofrece una justificación merecida. La comunicación tiene un fundamento en la verdad y la confianza, del público hacia quién tiene la responsabilidad de la comunicación.
El relativismo y el subjetivismo son posturas filosóficas y estéticas de raíces muy antiguas. Bajo el cielo de Grecia ya se decía “no hay nada nuevo bajo el sol”. Sobre todo en la ética, en las teorías del conocimiento y en la estética es donde mayormente se han discutido estas posturas.
El relativismo indica que “todo depende del cristal con que se mira” y el subjetivismo en que “en gustos se rompen géneros”. En estética, estas posturas malogran una crítica objetiva del arte y hacen de la crítica algo inservible, dado que como a ti te puede gustar algo como a mí disgustar, no tiene caso discutir, dado que no hay valoración justa (ni diálogo, ni aprendizaje, ni crecimiento).
Verter opiniones de gusto es lo más sencillo de lograr, pero no es lo más correcto. En dado caso la parametría estadística que indica que una película es buena según el número de personas que acudió al cine a verla o que votó en un ranking, es ejemplo claro de que vulgarmente se hace un esfuerzo por decir qué es bueno y qué no, pero obviamente es un esfuerzo no reflexivo.
En esto estriba la importancia de una crítica de cine (y del arte) más objetiva y realista. Dado que implícitamente se acepta que debe de haber argumentos convincentes y objetivos que determinen si una obra es digna de mención o no, se acepta que la crítica debe tener soportes válidos para todos, estén donde estén y en cualquier época.
Mi primo Daniel – que estudió una licenciatura en artes – dice que preguntarse “¿qué es el arte?” (http://drik.mx/03032014/r3.html) es la pregunta más estúpida que nos podemos hacer en este tiempo, partiendo de la revisión filosófica de Wittgestein acerca de la resolución de cuestiones sin resolver. A mi modo de ver, podemos negar la posibilidad de una valoración objetiva del arte y con ello aceptar que: o no se hace la pregunta y por lo tanto se invalida la crítica, el juicio de valor, las revistas y los programas sobre arte, cine, literatura, teatro, etcétera (reinando así con justa razón el subjetivismo estético); o bien, aceptamos que se critique el arte y digamos qué es lo que hace que una obra (en este caso una película) sea buena o mala, un juicio de valor estético.
Por último, el joven que comparte el micrófono en el mencionado programa radiofónico, dijo que una película cumple con su cometido cuando “entretiene”.
La pregunta de si el cine (o la literatura o el teatro), deben o no entretener es una pregunta abierta al estudio. Entretener da la idea de ocuparse en el tiempo, “hacer tiempo”, como si dijéramos que vemos una película para “distraernos”. Lo cual me parece una aberración en varios sentidos.
Entender la función del tiempo en la vida del hombre es una cuestión fundamentalmente ética. ¿Quién ha de vivir bien si pierde el tiempo? ¿qué hombre de bien será aquél que busca distraerse de su propia vida? El entretenimiento ramplón es una pérdida de tiempo, y por tanto, una manera aberrante de vivir: vivir para perder la vida.
En dado caso podríamos aceptar que una de las funciones, no la primera en orden de importancia, pero sí la primera por inmediata, es que el arte genera un espacio para que el hombre descanse, deje el trabajo y ocupe su tiempo de manera distinta, el ocio recreativo.
Tal vez debamos decir una palabra más adecuada y de mayor contenido y profundidad: lo que debemos buscar es el gozo-recreación. El gozo o placer estético (para limitarnos a lo artístico) es la fruición, la posesión de una obra bella que dispone a la persona hacia un placer espiritual, intelectual, que rebasa el placer corporal de la percepción del color, el movimiento y el sonido.
La recreación es un correlativo de aquélla creación artística de lo que participamos como espectadores, dialogantes, y esa obra, si es buena, recreará en nosotros la idea o emoción estética que el artista quiso transmitir.
El gozo, el disfrute pleno, es vital, el entretenimiento no. Esta sociedad de consumo está carente de placeres espirituales, de gozo y de tiempo de verdadero ocio recreativo, que lo llenen, que le den vida, y que lo dispongan hacia una fecundidad. La diferencia entre uno y otro concepto es vertiginosa: ¿usted goza realmente de su tiempo o sólo se entretiene?

Luis Carlos García

Luis Carlos García

Nacido en 1986 en Torreón, Coahuila. Estudió ingeniería en alimentos y licenciatura en filosofía. Hizo el diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna de 2006 a 2008, en la que después se desempeñó como maestro de filosofía. Actualmente divide su tiempo entre las obligaciones profesionales y su vocación por la filosofía y la literatura.