Adrián Chávez

COLUMNA

Por Adrián Chávez

Columna

No soy negro, soy prieto.

En México no hay muchas personas de raza negra, cualquier extranjero de raza africana sabe que su presencia no es común porque en todos lados termina siendo el centro de atención. En los últimos años las condiciones económicas desfavorables que se viven en Centroamérica han ido impulsando a cada vez más personas a aventurarse rumbo a Estados Unidos en busca de trabajo. Muchos de estos inmigrantes tienen raíces africanas, pero solo los vemos de paso (buscando caridad en los cruceros ferroviarios). Pero no es de economía de lo que quiero hablar, este texto hablará acerca del color de la piel y mi confusión.

Yo soy de piel morena, bastante, es decir: soy prieto. Si por tu mente pasa, estimado lector, por un momento alguna sensación desagradable o idea acerca del por qué no dejarlo solo en moreno, por qué tener que escribir “prieto”, entonces sabré que voy por buen camino y tú sabrás que algo nos pasa a los mexicanos con esa palabra; que va cargada de significados, de prejuicios.

Lo anterior se relaciona con el asunto de los negros pero de una manera algo curiosa. En Centro y Sudamérica se optó por importar mano de obra desde el continente africano porque había pocos nativos y los asesinaron a todos (y murieron de cansancio debido a las jornadas y las condiciones de trabajo); en nuestro país la cosa tomo una forma diferente, se empleó a los nativos en nombre del catolicismo y las buenas intenciones, pero teniendo siempre debajo de ese discurso hipócrita la firme idea de que, al igual que los negros, los nativos eran unos seres muy útiles y se dudaba de su completa humanidad; es decir no eran más que animalitos.

¿Qué por qué escribo animales? Pues simple: porque esa era grosso modo la concepción que de los pobladores nativos se tenía, lo que aquí nos confunde es el doble discurso. En otros países se tenía claro que no eran humanos y se les veía como herramientas, se dudaba de su capacidad cognitiva de manera patente. De este lado la cosa se tornó perversa, porque con una cubierta de bondad religiosa se cometieron las mismas acciones que con los africanos. Un ejemplo actual y muy bueno de esta hipocresía lo proporciona el albergue de “La gran familia” donde tras la fachada de generosidad toda clase de maltratos sucedían (creo que los intelectuales no lo aceptan por lo mismo, por el doble discurso que les conviene manejar para poder seguir con sus consciencias tranquilas).

Volviendo a los maltratos, esas prácticas duraron arraigadas (duran, esa es la tesis) durante mucho tiempo. No puedo creer que después de haber redactado una carta magna donde se hablaba de la no esclavitud, medio siglo después siguieran existiendo las tiendas de raya, ni que actualmente se haya aprobado una reforma fiscal que permita descontar directamente del sueldo a los deudores. Porque, admitámoslo, las personas que menos tienen, los que son parias de generación en generación terminan esclavizados por las deudas, nunca tienen para comprar nada y lo sacan todo a crédito. Para mí son formas de esclavitud, muy sofisticadas eso sí. El nombre del juego es quién le debe a quien, el trabajo, la vida, termina gastándose para llenar los bolsillos de otros (pagando intereses, pagando por no poder comprar en efectivo). Ahora se generan empleos de ese tipo, donde en nombre de la buena voluntad se paga muy poco pero se compensa con vales de despensa. Pero no voy a hablar de economía.

Por si no fuera poco el mestizaje ha producido una situación muy particular: en México hay familias cuyos integrantes son rubios, morenos y trigueños. Hay verdaderos arcoíris de piel bajo un mismo techo. Además, aunque no hable de economía, la igualdad en cuanto a la escasez económica posibilita que el mestizaje se siga dando, hay matrimonios que pudieran ser considerados interraciales estrictamente hablando, pero al parecer todo el desposeído es del mismo color. Pero sucede también a la inversa pues el dinero no tiene color, y cualquiera con lana puede “comprarse” una pareja del color de piel que le plazca; no nos hagamos tontos, cualquier persona que fomenta la ideología de poseedor y poseído se convierte a final de cuentas en un mero producto, todo es cuestión de llegarle al precio.

Este güey está ardido… porque dice eso… no es cierto… osh, que incómodo, esa digresión acerca de lo mexicano ya se superó… si usted querido lector piensa de manera similar a como lo anoto en cursivas: pregúntese por qué le incomoda que diga lo que usted ve, aquello de lo que usted es testigo día a día. Continuemos.

Es curioso cómo nace esta reflexión en mí. Hace como año y medio llevé a mi mascota al veterinario, es una pequeña hembra que tiene algo de french y mucho de otras razas, la encontré en la calle y me robó el corazón. Pero no voy a hablar de mi perrita.
Estando ahí en la veterinaria la mujer que me atendió miro al animal, dijo que era criolla y así lo anotó en sus registros: criolla, french, color miel. Yo salí de ahí pensando “Criolla… no… mi perra no la trajeron de ninguna España… es… es mestiza”. Pero al parecer le causaba algo o de manera consciente no se daba cuenta de su error, quizá, y especulo demasiado, sea la misma imagen que todo mexicano de tez blanca se hace de sí mismo: criollo en lugar de mestizo.

Unos días después de eso tuve una cita (sí querido lector, los escritores somos seres humanos) apenas estaba conociendo a la muchacha, al parecer le caí bien y platicamos mucho, al caminar rumbo a un restaurante alguien la saludó (ella trabajaba en una notaría) y al retirarse su conocido hizo un comentario que me dejó pensando. Primero me contó que apoyó con dinero el hombre que la saludó y a su esposa, que eran de bajos recursos y le había tomado cariño al bebe de ellos “Está muy feito, prieto, prieto… por que la esposa de él así es”. Al terminar la frase se dio cuenta de lo que había dicho, de que estaba ahí conmigo, con un cabrón prieto a pocos metros de entrar a cenar y trató de remediar lo dicho “Pero es que ella si tiene facciones muy feas… el bebé es una lindura así negrito… no es el color de piel, es que ella me cayó mal desde el principio”. Y eso precisamente lo de negro es lo que ha venido siendo una constante.

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Mis familiares, mis amigos, incluso alguna vez escuché a una muchacha en una fiesta preguntar por el nombre de “el negrito”, es como si a toda aquella persona a la que le caigo bien o después de que me conoce me nombrara como “El negro”. Lo hacen para, según lo veo, tener la posibilidad de clasificarme de una manera diferente a como lo hacen con los pinches prietos, con los putos indios. En televisión nacional sucede lo mismo, hay un “Negro” en el programa de variedades matutino. Un actor al que le llaman “El diamante negro” y por más que les busco no les veo los rasgos africanos, yo los veo morenos, mestizos vaya.

Y lo anterior provoca confusión, al menos a mí, desde mi experiencia, me la provoca. Porque tengo un empleo con un sueldo aceptable, soy profesional, ando tramitando el título de un posgrado y tengo algo de cultura general; pero ninguna de esas cosas me salva de ser testigo (o blanco, aunque suene irónico) de comentarios racistas, comparando a alguien moreno con “la huella digital”, con alguna tribu indígena, o simplemente aplicando el adjetivo “prieto” para darme a entender que alguien es despreciable o feo. Dicen color humilde para asociarlo con la pobreza, se establece por todos lados que alguien moreno se ve ridículo siguiendo alguna moda o apoyando a algún tipo de artista extranjero. En algún restaurante o bar se me ha hecho la aclaración del costo de las cosas, antes de entrar me han advertido de un consumo mínimo como para desanimarme y la típica es que el mesero (esto generalmente sucede si es rubio) aclaré desde el inicio que en el establecimiento la propina es inflexiblemente de tal o cual porcentaje o se porte arrogante hasta que se da cuenta que sí tengo educación y el dinero para pagar lo mínimo de su propina o quizá dejar más si el servicio es bueno. Para ser más concreto, si le dejo claro que no se está denigrando al servirme.

Creo, como lo comenté anteriormente que este tipo de situaciones poseen una raigambre histórica muy difícil de desentrañar. Iniciando con el doble discurso con el que los encomenderos trabajaron con los pobladores indígenas, que fomentó desde el inicio la discriminación, basada en razones religiosas y no sancionada por el clero, la máxima autoridad ética por aquellos siglos. El mestizaje se fue dando poco a poco, hasta nuestros días llega la fantasía acerca de hacendados echando canas al aire con indígenas y de desalmados bandoleros o ladrones prietos como la noche violando a las inocentes doncellas peninsulares. No se habla de la cantidad de extranjeros sin títulos que también llegaban en los barcos, de los amoríos interétnicos que sucedían entre trabajadores pobres de una urbe que nacía. Pues en la ciudad de México se formaron castas y más castas e intentaron clasificarlas hasta que se hartaron de tanto revoltijo.

Ah, no mames cuales amoríos… si esos pinches conquistadores güeros nomás llegaron a chingarse a las inditas…como chingados una güera se iba a fijar en un indio… si el lector tuvo una reacción del tipo anterior le puedo asegurar que pensar así es solo alimentar más la creencia de que el color de piel demerita. Imaginar que sólo las mujeres de tez oscura eran poseídas es asociar la inferioridad que le endilgaron al género femenino hace dos mil años (por razones de mantenimiento de la riqueza) con el color de piel. Aprovecho aquí para hacer la aclaración, creo que para las mujeres no importa el color de piel, en este sistema económico ellas son menos por default, son el objeto por excelencia y de verdad pueden ser azules si lo desean, dentro de lo que he observado la única cualidad que sí las lleva a un nivel de inferioridad mayor es pertenecer a poblaciones indígenas.

Como decía: el primer elemento fue la encomienda, es decir: tener una fachada de buena intención que posibilitara la explotación. El segundo elemento fue el hambre pues aquellos primeros pobladores españoles tenían mucha. Entonces cualquier nativo podía entrar en sus filas de trabajadores, la condición: tener apariencia de nativo. En fechas recientes se proyectó una película (Doce años esclavo) que permitirá comprender mejor la situación. A pesar de darnos baños de pluralidad y apertura, los criterios raciales predominan, es una falacia la igualdad de oportunidades aún si existe una igualdad educacional o cultural.

Arriba mencioné la palabra hambre por que definitivamente era eso lo que tenían aquellos inmigrantes, de otra manera no se explica el viajar como espaldas mojadas medievales en busca del sueño colombiano, de esa manera se explica que tengan por algo suntuoso la paella (ese platillo de desesperación nacido en la albufera valenciana, amasijo de sobras que no por hacerle campaña deja de ser solo eso). Solo mezclemos esa hambre con la posibilidad de adquirir con la venia de Dios, y la virgen del Cobre, trabajadores gratuitos y tenemos a un explotador voraz, sin escrúpulos y provisto de una actitud lejana a cualquier culpa.

De ahí en adelante el sistema de la encomienda no cambio mucho, se cambió la religión por la educación, y finalmente, cuando la situación se relajó ya no hubo ninguna excusa para no mantener el sistema de explotación a pesar de no tener ningún justificante. Fue la época de la guerra civil, que no revolución. El poder cambio de manos, se dieron cuenta algunos que el que no llora no mama, que las razones absurdas no resisten los plomazos y que las ideas se ajustan a cualquiera que no tenga reparo en pasar sobre los demás; percibieron la estupidez y la debilidad en los explotadores y la aprovecharon, para seguir explotando bajo el mismo régimen. Pero de eso no trataba este texto.

Este texto trata de que la situación es muy confusa. Si no se hubiera empleado la encomienda las cosas estarían claras como en los Estados Unidos; lamentablemente en México así no es la cosa, nadie a pesar de escuchar comentarios denigrantes, de alguna vez no haber entrado a una disco por no tener cierto aspecto, dirá que fue discriminado, a todos al parecer nos encanta hacernos pendejos.

Dejemos de lado lo que dijo Octavio Paz, Bartra, Ramírez, Bonfil Batalla, etc. y centrémonos solo en ser claros (aunque suene a chacota) al momento de hablar. Pienso que muchos de los males del país se deben al discurso hipócrita. Pocos temas se hablan en México de manera honesta puesto que muchos tópicos parecen ser sensibles; nos cuesta desligar las emociones de los hechos y de las palabras. Somos terriblemente prejuiciosos, valoramos a las personas y sopesamos como nos juzgarán antes de decir o actuar. Vayamos acabando ya con eso, aplanemos y dejemos la emoción para donde se requiere, es decir para el arte y fuera nuestras cavilaciones. Lo digo por que los autores mencionados realizaron sus ensayos, según lo veo, desde las emociones que les suscitaba el tema (“soledad” en el caso de Paz y “melancolía” en el de Bartra). Acerca de los libros de historia no hay mucho que decir, las emociones brotan en forma de preferencias y el contenido de los registros se “pule” para embonarlo con alguna perspectiva sobre el devenir histórico. Pero de nada de eso trataba el texto.

Este texto trata del color de la piel y mi confusión. Y después de exponer todo aquello por lo que me confundo les propongo que describamos. Antes de juzgar y valorar, hablemos sin clasificar en bueno y malo las cosas. Si alguien es feo llamémosle feo y ya, si alguien demuestra su ignorancia llamémoslo ignorante, si alguien es cobarde así digámosle y no lo llamemos “puto”; si una mujer tiene vida sexual llamémosla “mujer” y nunca “puta”. Si me están viendo a mí llámenme moreno, mestizo, hombre, ser humano.

Adrián Chávez

Adrián Chávez

Nací en la ciudad de Torreón en el año de 1985 y, como muchos por aquí, pasé mis primeros años entre el campo y la ciudad, entre casas de adobe y edificios. Egresé hace ya algunos años de la Escuela de escritores de La Laguna "José Carlos Becerra" y hace algunos años menos estudié Psicología y una maestría en Sexualidad. Creo que escribir es un placer y una necesidad. Los géneros literarios que prefiero son el cuento y la poesía porque, pienso, tienen un mayor potencial para la comunicación, aunque desafortunadamente están casi olvidados en esta época de novelas.