Alfredo Loera

COLUMNA

Por Alfredo Loera

Columna

Sobre la lectura y la experiencia

He estado pensando por mucho tiempo acerca de la problemática respecto a la lectura. He escuchado opiniones y he tratado de formarme una propia. Para ser sincero no había llegado a tenerla hasta hace unos días, por ello es que me he puesto a escribir.

Debo decir que el tema es escabroso, ya que más de una ocasión he pensado que la lectura por sí misma no genera un beneficio evidente. Nunca he creído que sea bueno obligar a alguien a leer. No tengo nada en contra de las explicaciones orales o del uso de medios audiovisuales para el abordaje de un tema. Incluso he llegado a pensar que son más prácticos. Sin embargo, precisamente creo que ahí se encuentra la confusión: la lectura no tienen nada que ver con la practicidad. En un mundo que tiene como mayor valor este concepto se tiende a considerar a la lectura como algo innecesario. Hoy en día casi todas las actividades humanas que no generan un beneficio material y evidente a corto plazo han sido relegadas a acciones de segundo grado, a acciones que no tiene caso realizar. Yo no me hice lector porque considerara que de esa manera tendría una ventaja económica o material (lo mismo diría con la escritura). En mi caso lo que me empujó a la lectura fue la soledad.

Mi intención en este texto no es hablar únicamente de mi experiencia; no obstante, ahora que escribo considero que señalar algunas cuestiones puede ayudarme a apuntalar mis argumentos.

Yo desde que recuerdo he pasado muchas horas en aislamiento. Al ser hijo único me perdí de muchas experiencias que para otros pueden ser triviales. No tuve confidencias, ni compartí intimidades hasta que fui casi un adulto. Mi universo en muchos aspectos fue monótono, de ahí que mi carácter se haya hecho en cierto grado misántropo. Era normal que yo envidiara a otros niños, porque creía que al compartir habitación con sus hermanos, la diversión nunca terminaba. Desde luego ahora comprendo que cada quien vive su pequeño infierno. No obstante, considero que algo que caracteriza la vida de los niños solitarios es el aburrimiento. Yo describiría al aburrimiento como el vacío. El niño solitario vive una vida vacía, ya que cualquier habilidad, cualquier acto que considere especial no le sirve de nada, debido a que no tiene con quien confrontarlo más que consigo mismo, lo cual ante sus ojos se presenta como una trampa, un engaño. Se puede ser muy bueno en algún deporte o juego, pero esos actos se hacen superfluos, ya que se hacen y mueren en el espejo. Se anota, se encesta, se construye el rompecabezas o lo que se quiera, pero el acto muere, se desgasta en la consciencia misma, que se sabe sola y no observada. Lo que no tiene un hijo único son experiencias vitales. No encuentra manera de salirse de sí mismo.

No sé por qué desde muy joven me di cuenta de esto. Me di cuenta de que no tenía experiencias de vida. En otras palabras entendí que no estaba viviendo. Creo que este descubrimiento lo tuve alrededor de los 12 o 13 años, cuando mi padre me hizo ver que mi vida no era más que la de un mediocre. Desde entonces lo que he intentado (a veces con éxito) ha sido tener la posibilidad de experimentar. No se trata de tener el deseo de conocer desde un punto de vista académico, sino más bien de vivir desde un punto de vista intuitivo y no controlado. No se trata de ser un erudito, sino de ser quizá más auténtico, más uno mismo.

Desde luego que a los 12 o 13 años estas reflexiones no las tenía nada claras y estuve un tiempo contrariado de lo que verdaderamente era. Sin embargo, considero que la lectura en muchos aspectos me ayudó a encontrar esas experiencias de vida. Sé que esto que digo suena ridículo en muchos aspectos, pero el consuelo que tuve frente al aislamiento fueron los libros. En ellos pude salir de ese vacío y encontrar sentido a las horas de silencio. De ahí que si buscáramos algún beneficio a la lectura, sería que ésta genera experiencias de vida.

Ahora bien, por las circunstancias que ya he comentado, en lo personal, me formé un temperamento reflexivo. Digamos que he sido consciente de mi melancolía. Por eso cuando me encuentro con gente que tiene un temperamento opuesto y me entero que no tiene ningún interés por la lectura lo supongo completamente comprensible y quizá también saludable.

Muchas veces me he preguntado, ¿qué sería del mundo si todos leyeran tanto como yo? Las cosas no funcionarían. A veces pienso que la lectura es para personas que precisamente están vacías.
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¿Cuál sería el problema entonces con esta actividad? ¿Por qué tanta complicación?

El problema no está en la lectura, no está en el número de páginas que se leen cada día, ni en el tiempo que se dedica a los libros. Decir que le dediquemos al menos 20 minutos diariamente a la lectura es un sinsentido. No por leer un libro al año se es mejor persona ni tampoco se hace uno más revolucionario o justo. Conozco a escritores que devoran libros a los que jamás les delegaría funciones importantes de la vida pública. Por otro lado conozco a gente que no lee más de un libro al año en la cual podría confiar mi vida. En este sentido el problema de la lectura se relaciona mucho más con las experiencias vitales que puede llegar a generar cuando éstas no pueden ser experimentadas en el mundo real.

Por un lado sucede que mucha gente encuentra sumamente complicado leer un libro porque nada de lo que ha vivido le permite interpretarlo. Actualmente, la sociedad es más utilitaria y las emociones humanas se dejan de lado. Aquel que acepta padecer cualquiera de las pasiones en carne propia (especialmente las que lo vulneran a uno), por lo común es juzgado más que nunca. Vivimos en una sociedad de apariencias ortodoxas. En este tipo de sociedad las obras de autores como Shakespeare o Dostoievski, en las que se habla de los conflictos humanos de un modo llano y directo, parecen haber sido escritas por otra especie biológica. Ocurre así porque las circunstancias de la sociedad actual no dejan o precisamente intentan detener el desarrollo de las experiencias vitales. A un niño de hoy no se le permite vivir con la misma libertad que hace cincuenta años. No experimenta por sí mismo, no descubre, sino que todo se le introduce de manera artificial, nada es asimilidado por sus propios sentidos, sino es implantado, no vive. Digamos que la mayoría de ellos se convirtieron en hijos únicos sin que verdaderamente lo sean. La diferencia es que ellos no pueden notar la diferencia ya que todos a su derredor son iguales. Sólo cuando el hombre experimenta el mundo por sí mismo es libre. Sólo el hombre libre puede llegar a ser más empático porque tiene la posibilidad de notar los contrastes, precisamente porque los ha experimentado. Las estructuras sociales de hoy limitan el albedrío. Actuamos como autómatas. Para un autómata resulta incomprensible la contradicción intrínseca de la existencia humana y por lo tanto la lectura de la literatura crítica, la cual aborda estas temáticas. En otras palabras la gente no lee a profundidad porque no vive a profundidad.

Según estadísticas y sentido común, hoy se lee mucho más que un siglo atrás; sin embargo, la mayoría de las veces se trata de una lectura automática, solamente porque se nos dice que es necesario hacerlo. La lectura automática como los actos automáticos son la consecuencia de experiencias de vida falsas y sintéticas. Un ser humano que actúa de esa manera carece de pensamiento crítico, dialéctico, sus ondas de pensamiento son planas: se asemeja más a un SS del comando nazi que a un iletrado de una de las tribus del África. Yo me pregunto, ¿qué ser humano es mejor para la supervivencia de la especie, quién está más abierto al diálogo?

La lectura en sí no es la solución de los problemas de nuestro tiempo, debido a que mucha de la «literatura» contemporánea solamente reafirma el automatismo (la fantasmagoría de la realidad diría Walter Benjamin), no propicia el despertar de las realidades humanas. Cuando pienso en estas cuestiones muchas veces he concluido (aunque me duela decirlo) que es mejor no leer nada y vivir a profundidad que leer mala literatura y reafirmarse una vida llena solamente de frivolidades. Lo importante es la experiencia que se propicia en la existencia humana, lo importante es qué tan verdadera es esa realidad que se construye. En un mundo perfecto los libros, la literatura, el arte no serían necesarios, porque la falsedad sería evidente ante los ojos de cualquiera. Por otra parte en un mundo imperfecto como el nuestro tampoco son suficientes (no hay suficientes libros buenos; por el contrario hay un exceso de literatura mediocre). Si en verdad queremos una mejor vida, una mejor sociedad, que no un mejor mundo, debemos volvernos más hacia el tipo de experiencia (a final eso es lo que busca el buen arte) que vivimos. Para los mutilados como yo siempre estarán los (buenos) libros, pero para los hombres de acción solamente tienen la vida, la sociedad. Pensemos en cómo podemos ayudar a nuestro hijos.

Alfredo Loera

Alfredo Loera

Alfredo Loera (Torreón, 1983) es Maestro en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Inició sus estudios de literatura en la Escuela de Escritores de La Laguna. De 2009 a 2011 fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Publicaciones suyas han aparecido en revistas como Casa del tiempo, Círculo de poesía, Fundación, Pliego 16, Ad Libitum, Este país, Siglo Nuevo. Sus libros son Aquella luz púrpura, (2010, 2017, 2023); Wish you were here, (2019, 2023); Guerra de intervención (2022), disponibles en Amazon como ebook o libro impreso.