«Vías paralelas» de José Miguel Barajas García

Pocos escritores jóvenes se han planteado lo que José Miguel Barajas ha hecho en su primer libro. En este sentido es posible advertir cierta madurez de su parte ante la escritura, lo cual se agradece. Él sabe, como pocos, que por ahora no le será posible escribir lo que tiene que decir. De ahí que se quede callado, de ahí que medite sus posibilidades, que quiera interpretar el silencio.

Esta capacidad de reflexión y esta consciencia de una limitante creativa, lejos de ser estéril, lejos de ser mutiladora, es por otro lado fértil. El escritor joven, que es Barajas, entiende que en estos momentos lanzarse al abismo puede resultar efímero. No se trata, bajo este orden de ideas, de inmolarse sólo porque sí, pensando que de esta manera se ha pagado el precio que han de exigir las musas. Y es que no se debe olvidar que en muchos casos la escritura es inmolación. De ahí que a muchos les cause parálisis intentarlo a pesar de que tengan la necesidad intrínseca de hacerlo. Asimismo, soy de la creencia de que el alma del escritor queda vacía a cada palabra que se derrama con la tinta. Por extraño que suene decirlo y por exagerado que se escuche, la escritura, especialmente cuando se hace en serio, puede llegar a ser el juego de la muerte. Es comprensible que se ande con cuidado. De ahí que se prefiera a veces el silencio (como en su tiempo lo hizo Jorge Semprún) al menos para preservar la vida, comprenderla y vivirla, con la intención de concretar, con el paso de los años, cuando haya mayor fuerza, la creación literaria. El libro que escribió Barajas (contradictoriamente) es ese el libro que se escribe como testimonio de esa lucha con el silencio.

Se dice que todo escritor (al menos el que verdaderamente lo es) siempre garabatea el mismo texto. Cada volumen sería, aunque con diferente título, uno de los capítulos o secciones de esa obra, la cual nunca se sintetiza a cabalidad. Yo agregaría que una de las maneras que se tienen para saber o entrever el camino que habremos de recorrer (The Road Not Taken, diría Robert Frost) es advertir si ese libro se encuentra al menos en la oscuridad dentro de nosotros. Pienso que son afortunados quienes rápidamente descubrieron lo que deseaban escribir sin todavía saber cómo. Ese es el caso de José Miguel Barajas García. Me alegra que Barajas esté en este grupo, porque eso es muy diferente a los que, en poco tiempo, logran escribir varios volúmenes (en nuestras letras actuales hay más de un caso) con la consecuencia de que eso no era lo que realmente necesitaban ni querían decir. Desde luego que estas reflexiones van encaminadas sólo a aquellos que encuentran en la escritura no únicamente una profesión alimenticia, sino para aquellos que encuentran en ella una manera de no diluirse en la nada.

José Miguel Barajas ha escrito ese libro, ese libro que un escritor joven prefiere escribir a la espera del rapto. Comprende que el abismo va creciendo poco a poco dentro de su pecho (tendría que ser en el pecho) y que es necesario contenerlo para dominarlo, pero que por lo mismo aún lo sobrepasa en fuerza e inteligencia. Tomando esto en cuenta debo decir que la honestidad de nuestro autor es admirable, ya que nos permite ver a través del cristal de su prosa sus inquietudes más personales, sin que esto se convierta en un simple anecdotario.

Lo que valoro en gran medida de Barajas es su autenticidad. Pocos autores noveles (en el adjetivo no hay ninguna inferioridad) escriben sin la ansiedad de las corrientes en boga. En un tiempo en que todos desean escribir de la violencia más por un hambre de sorprender que por una búsqueda de la verdad, José Miguel Barajas se ha puesto a narrarnos sus pesquisas literarias de un modo mucho más revelador y entrañable. Lo que percibo en esta primera obra es una gran profundidad. No se desboca en decirnos lo que todavía no está completamente gestado, pero sí nos abre como lectores a la intuición de lo que se está tratando de decir. En este sentido puedo mencionar la angustia ante una realidad contradictoria. Él la analiza sin caer en los lugares comunes, sin banalizarla, y por lo tanto para no hacerlo en algunos momentos tiene que callar. Barajas sabe cuándo hacerlo, para de esta manera respetar y hacer ver el significado real de su prosa.

Así a lo largo de las páginas de Vías paralelas aparecen entre mezclados principalmente tres personajes y tres autores. Ireneo Funes, de Jorge Luis Borges; Bernardo Soares, de Fernando Pessoa, y el señor Teste, de Paul Valery. También aparece un cuarto, José García, de Josefina Vicens. El autor a todos ellos, sin importar si son hombres imaginarios o reales (quizá dentro de la literatura todos sean imaginarios), los pone a dialogar: reflexiona sobre sus ideas y sus posturas ante la escritura. A Funes no le fue necesario escribir porque lo recordaba todo. El señor Teste prefirió cultivar su mente a desperdiciar el tiempo escribiendo. Bernardo Soares “no toma nada en serio, ni considera que le fue otorgada como cierta otra realidad fuera de sus sensaciones. Sabe además que toda obra ha de ser imperfecta y que la menos segura de sus contemplaciones estéticas será la de aquello que escribe, pues imperfecto es todo y no hay ocaso tan bello que no pudiera serlo más.” Por su parte José García (de Josefina Vicens) en exceso se sabe limitado, lo que no le permite escribir como él quisiera. Barajas, a su vez, se da el placer de imaginar a otro hombre, Benito Santaya, que, del mismo modo que su creador, se ha puesto a recorrer las librerías de viejo, ya sea para comprar un libro o para deshacerse de los volúmenes que ha leído. En todos estos entrecruzamientos se reflexiona respecto a las posibilidades de la escritura. ¿Cómo se llega a ser un buen escritor? Mejor aún, ¿cómo es que se escribe algo que verdaderamente valga la pena? Dentro de las reflexiones de Barajas, da la impresión de que todos los que estamos inmersos en este mundillo estamos perdidos, ya que pareciera que para poder lograr esa página, esa frase reveladora, y por lo tanto para ser un escritor, primero que nada no se tendría la necesidad de escribir, o al menos no se tendría la ansiedad por la escritura, por la gran obra. ¿Un escritor tendría que ser como Funes o mejor aún como Bernardo Soares o como el señor Teste? Ninguno de ellos se puso a escribir pensando en el prestigio literario.

Creo que esa es la principal tesis del libro de Barajas; desde luego que esta conclusión en ningún momento se dice así tan llanamente, sino que nuestro escritor aborda la cuestión sin simplificarla, sin hacerla mínima, trata de buscar todas las posibilidades, todas la implicaciones, de ahí que en muchos sentidos este texto sea sobre todo el relato de una experiencia de lectura (alrededor de 15 años) en la que Barajas ha estado preguntándose por el método y la validez de la escritura.

Sin embargo, es preciso que no se mal entienda lo que he comentado hasta el momento, Vías paralelas para nada es un texto acartonado ni erudito. Barajas es un escritor de a pie, que conoce la torre de marfil, pero que también ha decidido no escribir desde ella. En una de sus páginas se dice,

Puesto que me tranquilicé nunca visité a un psicólogo ni nada por el estilo. En realidad la calma era externa, sólo no volví a decir lo que pensaba y de ese modo llegué a pensar más de lo que después pude decir. Terminada la preparatoria, quise estudiar psicología. Antes de iniciar la carrera, tuve la ocasión de ser asistente de español en el sur de Francia. Renació entonces la idea de ser filósofo, mais a la francaise, es decir no aceptaría nada que no fuera la Sorbonne. De ese modo, a las pocas semanas estaba en el puerto de Veracruz trabajando como obrero en Bimbo.

La narración de Barajas fluctúa entre los dos universos, entre las dos posibilidades: la vida práctica, esa vida quizá pasiva del silencio, que en la mayoría de las personas es, sobre todo, ausencia y automatismo, y la vida del silencio que en este libro se convierte en germen, en gestación para lo literario. Ese silencio fue el que llevó al autor a plantearse desde su adolescencia otra cuestión que en lo personal me interesa (a veces no sé si con ingenuidad o en la cabalidad de la implicaciones). A lo que me refiero, y esta es otra de las preocupaciones primordiales del libro, es a la posibilidad revolucionaria de la escritura. En este sentido considero que la postura, aunque algo polémica, de Barajas es franca. Nos dice

Afuera sólo encontraba furia, hartazgo, y mucha necesidad de explosión. Si ponía en mudo las imágenes del mundo, no distinguía quién era el bueno y quién era el malo. Tampoco sabía si yo era bueno o si era malo.

Una tarde de jueves en que miraba el cielo, sentí y luego comprendí, que los parientes de abajo también están divididos, ni siquiera se hablan y arriba no es distinto. Con estas pocas personas pude dialogar mucho. Sin vivir como si fuera inmortal, ni cuidándome más como si valiera la pena, aprendí que mi campo de acción no debía rebasar a mi persona y a las pocas personas que tuviera cerca. Pensé –y hablo desde mi postura barbomante, mezcla de taoísmo y neo paganismo, pero también desde mi conciencia de clase- que el mundo no necesita, no puede, ni debe ser salvado.

Más adelante agrega:

De las opciones que miro, escojo la poesía como término medio de filosofía e historia. La invención poética es una manera de ver y una forma política de estar. La más hermosa poesía, dijo Valéry, tiene la voz de una mujer ideal. Aquella voz interna nos sirve de referencia: sólo soporta palabras cuyo sentido está secretamente de acuerdo con lo silencioso. En ningún sitio, sino adentro, hay lugar para el instante. Pero tendremos cuidado, Rilke, si llamamos a la amada. Los recuerdos son bóvedas de pisos falsos cuyo fondo desconocemos. Cuando lo pienso mucho me canso. Mis emociones son a veces las de un niño de cinco años que se ha quedado sin juguetes. Mentalmente, quizá desde los siete, no he dormido. Mi espíritu lo siento más antiguo; aún no estoy a su altura. Cuando me atrae hacia adentro hay algo que me rasga: es cuestión de gravedad y fuerza. Hoy los jóvenes se manifiestan en las calles. Yo a los diecinueve años ya estaba agotado.
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Yo a los diecinueve años ya estaba agotado. El primer paso es aceptarlo. Barajas lo acepta, acepta su derrota, pero, a mi manera de ver, eso lo redime. Se muestra a sí mismo como es, sin poses, sin una escritura pretenciosa o seudo-revolucionaria. Esto tal vez pueda escandalizar (especialmente a quienes se creen mártires por escribir pequeños libros), generar el desprecio ante un escritor derrotado. Si eso sucede es porque se ha generado una reacción auténtica.

José Miguel Barajas hace un examen de conciencia en este volumen. Pasa por diferentes derroteros, desde el hecho de decir a modo de justificación “Como ciertas construcciones sintácticas de la lengua alemana, pienso que el sentido de lo que haga sólo se comprenderá al final”, hasta el cómico pasaje donde habla de la problemática ridícula y real en la que el novel escritor contemporáneo se encuentra respecto al hecho de verse obligado entre comer o comprar las carísimas ediciones de los escritores admirados. Dicho pasaje abre así

¿Quién ya ha leído todo su Proust? No pensamos, hambre mía, por un instante en Gaston Bacherlard y salimos de casa sin importarnos la distancia que hay entre el libro impreso y el leído; entre su lectura y lo que de ella se comprende, se asimila, se retiene.

Más adelante dice

¿Y nosotros, hambre mía, qué hacemos de todo eso? Afanosamente –es deber nuestro comprarnos sus libros, aprendemos sus lenguas –de palabras sagradas- y dejamos que nos hablen como a Simba –que también es Hamlet- cual Mufasa desde la estrellas.

Son sin duda muchas las aristas que toca este volumen, todo ello con la intención de disponerse a ir más allá, de prepararse para la escritura. Barajas entiende que aún el camino es largo y que quizá apenas con esta obra lo ha comenzado a transitar, es por ello que finaliza.

La escritura no es anhelo, no es petición de algo aún no conseguido: la escritura es existencia. ¿Pero cuándo, en verdad, he de existir?

Barajas, José Miguel. Vías paralelas, Fondo Editorial Tierra Adentro. Mexico D.F. 2015
http://www.tierraadentro.conaculta.gob.mx/528_vias_paralelas/

Alfredo Loera

Alfredo Loera

Alfredo Loera (Torreón, 1983) es Maestro en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Inició sus estudios de literatura en la Escuela de Escritores de La Laguna. De 2009 a 2011 fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Publicaciones suyas han aparecido en revistas como Casa del tiempo, Círculo de poesía, Fundación, Pliego 16, Ad Libitum, Este país, Siglo Nuevo. Sus libros son Aquella luz púrpura, (2010, 2017, 2023); Wish you were here, (2019, 2023); Guerra de intervención (2022), disponibles en Amazon como ebook o libro impreso.