Columna

EL RITUAL DE LA COSTUMBRE

Escribiendo que es gerundio

Vamos a suponer, estimado lector, que usted –como yo, como otros tantos seres humanos en este planeta- es escritor. Supongamos también que su musa personal lo ha hecho presa, que se encuentra ahora –o en cualquier otro instante- frente a la computadora, tecleando –lo que sea-, con una agilidad de pianista.

Ya lleva varias horas escribiendo sin interrupción. Le duele la espalda, la nuca, se le cansa la vista, el espíritu decae poco a poco. Finalmente, en el cansancio absoluto, teclea Control G, satisfecho.

Tanto usted como yo –y los otros millones de personas- consideramos lo escrito como una muestra de genialidad, el fruto íntegro de la inspiración, la mejor obra jamás escrita que nos sacará de pobres. Aquí detengamos el vuelo de la imaginación, justamente en el instante de solaz satisfacción.

¿Ya se puso a pensar en todos los pasos que siguió para llegar a esta magnífica versión? Le pregunto, ¿cuántas tazas de café bebió?, ¿escribió de pie o sentado?, ¿escribió durante el día, la noche o en plena madrugada?, ¿se encontraba elegantemente vestido, en harapos, desnudo, ebrio, drogado, hambriento o desvelado?
Seguir leyendo