Luis Carlos García

COLUMNA

Por Luis Carlos García

Columna

Mágicas confesiones del introvertido Ramón (Spoiler)

El Show del Mago Ramón. Dirección Mayra Vargas. Plan B Estudio Teatro. 22 de Abril de 2016

Plan B Estudio Teatro
El Plan B Estudio Teatro es un espacio bien armado, y como todo escenario independiente y experimental, te da una bienvenida especial en la que figura lo único y particular. Hay que ensalzar el trabajo de este grupo por ofrecer un espacio sorpresivo: butacas al frente y a los lados del escenario, algunas acojinadas, un escenario chico pero no tan íntimo, con una buena preocupación por la iluminación y el sonido, adaptado en el tercer piso de un edificio céntrico de la ciudad.

Es la primera vez que lo visitaba, y como me sucedió en la Casa Aquelarre, me hizo pensar en qué sería de Torreón si explotara estos espacios, turísticamente por ejemplo, como cuando a uno le cuentan que en Ámsterdam, París, Nueva York, Madrid o Berlín, las compañías de teatro independientes generan sus teatros, sus laboratorios escénicos, y uno se figura visitándolos porque en esas ciudades desborda la cultura, la gente creativa y entusiasta (o eso nos hacen creer).

Me gusta pensar que en Torreón también se pueden dar estos espacios con esa gente, y que no es distinto como en aquéllas otras ciudades, me gusta pensar que la genialidad traspasa las circunstancias de tiempo y lugar, y no requiere de los escenarios de las metrópolis cosmopolitas en el top del ranking del turismo cultural.

Con El Show del Mago Ramón tenemos entonces algo similar a lo que pensamos de esos escenarios experimentales, pueden tener ese gesto de genialidad escondida y a veces, por su misma extrañeza, puede convertirse en objeto de burla, porque El Show es una obra cargada con muchas de las condiciones para ser montado en un foro independiente y reproducir esos clichés.

La puesta en escena juega con esas características experimentales, y se balancea entre muchos extremos: los del sketch cómico con el del monólogo interiorista, los del performance abstracto con el teatro de la calle, el del teatro del cuerpo con un drama de intimidad, con la solemnidad de la tragedia para luego caer en tonos ridículos y el desenfado, los del teatro que hace referencia a temas de actualidad mezclados con recursos del teatro clásico, lo que se vuelve un reto para el actor.

La obra comienza abruptamente con un golpe de una barra de metal contra la puerta, desde el fondo del escenario, como para decirle al público que el show ya comenzó y que va estar lleno de psicótica y neurótica magia. El actor sale en el dolor de conciencia, atormentado, tomándose de la cabeza desesperadamente con las manos manchadas de sangre y el público, ya asustado, empieza a figurarse el asunto: el mago mató a alguien.

Seguido del comienzo abrupto y la aparición desesperada de Ramón, comienza el show con un baile electrodance tipo chavo antrero on drugs, y la típica entrada de mago con luces y colores, y papelitos brillantes. El mago es un mago cómico-hipster-rocker, es decir, tenis converse, pantalón luminoso tipo payaso psicodélico y una chamarra de cuero chopper (el vestuario es ya un fallo de dirección).

El mago Ramón, por lo menos, hizo sus buenos trucos, para que no fuéramos a decir que es una versión posmo-hípster del show mágico-cómico-musical del magazo Beto el Boticario y su odiosa hora chimengüenchona, que en muchos sentidos podemos poner al parejo.

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La psicomagia se empieza a desatar cuando habla de curar el corazón y utiliza la analogía comiquísima del globo en forma de corazón (el magazo Beto también repetía el truco del globo), pero la magia introspectiva surge en realidad cuando la gran piña se vuelve parlanchina, llena de sabiduría, dictando una buena carga de conciencia pues se apropia de la voz del padre y del ego-padre, enfrentado al yo-Ramón.

El Ego, en psicoanálisis es la figura del padre, lo fuerte, dominador e impositivo; que se enfrenta al Yo, que es lo consciente, lo más creativo, ingenuo y dulce que tiene Ramón, y es esto lo que se convierte en un cliché, demasiado obvio, pues ¿qué padre podría ser más fuerte que un luchador, y qué mayor ingenuidad que querer ser mago?

La psicomagia, entronizada por el ahora popular Jodorowsky, entremezcla ese psicoanálisis con mucha creatividad. Desconocemos a detalle esta corriente pseudointelectual, pero creemos que sí es Jodorowsky una referencia en esta obra, por su teatro y su cine, pues el escenario se llena de elementos materiales, biológicos, simbólicos: la sangre del padre, los papelitos brillantes, la sangre negra que escurre la piña, la cerveza y los vidrios rotos del envase, y por último, el semidesnudo del actor (de pronto pensé que presenciaríamos una micción pero la puesta en escena no llega a tanto).

Todos estos elementos, como en la lucha libre, convierten el espectáculo de la carne en un tipo de rito antropológicamente ancestral que a Jodorowsky siempre le ha gustado analogar. Pero como no soy psicólogo, ni creo que el psicoanálisis y su hija con capacidades diferentes, la psicomagia, tengan validez para el arte, en lo que tienen de supuesta rigurosidad científica y aporte a la creatividad, no voy a continuar por ese lado de la crítica.

El actor por momentos pierde la voz de Ramón para dejar salir la suya. No lo podemos culpar del todo porque el texto dramatúrgico introduce, extensamente, un monólogo confesor tipo malacopeo de borracho depresivo. Esto ocasiona que el actor se pierda en una historia de la infancia totalmente inservible para el drama.

Son muchas las ocasiones en que pensé que debería estarme riendo de todo, de lo cómico y lo serio, del truco de magia y su patética reproducción del engaño de los sentidos, así como de lo cómico que sería ver el conflicto de un padre luchador con un hijo escuálido que quiere ser mago. Pero esto tal vez deba ser aclarado con el texto, para saber con exactitud si esos elementos están ahí para burlarnos de todo o bien, debamos ser serios, abstractos y abiertos a la experimentación con elementos disímiles e irónicos.

Debemos mirar también los aspectos positivos que enmarca la obra, así que vamos a observar los aciertos en general:
Primero el espacio, adecuado, sorpresivo, útil y funcional. Iluminación y sonido suficientes. Segundo, los elementos de la dirección, elementos materiales que expresan adecuadamente la perturbación del personaje, a excepción del vestuario, como dijimos. Tercer punto: la actuación. Aunque sometida a los retos de cubrir varios registros extremistas: la comicidad, la sátira, lo dramático y lo trágico, el actor logra manejar aunque tenga deslices.

Y, por último, se tiene el acierto de ser una obra cerrada, que muestra su fin. El show acaba agotando sus recursos, todos, y los utiliza al extremo y con ellos atemoriza al público para enredarlo y cooptarlo de su espacio de comodidad y seguridad que le da el estar enfrente del escenario y no dentro de él. Aquí también debemos decir que una vez el público acude al escenario no se lo vuelve a invitar, a veces, pareciera que lo se le quiere alejar.

La obra entonces, funciona para atrapar al público, y para desarrollar un conflicto hasta el final, usando los recursos a su disposición. Aunque con ciertos clichés, no deja de ser una buena oportunidad para que el público lagunero acuda a una presentación de producción regional, y que sepa y apoye al grupo El Gato Tuerto la ha llevado la obra a varios Estados de la República, y esto es una muestra de que no necesitamos estar en Nueva York para tener un buen teatro experimental.

Luis Carlos García

Luis Carlos García

Nacido en 1986 en Torreón, Coahuila. Estudió ingeniería en alimentos y licenciatura en filosofía. Hizo el diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna de 2006 a 2008, en la que después se desempeñó como maestro de filosofía. Actualmente divide su tiempo entre las obligaciones profesionales y su vocación por la filosofía y la literatura.