Alfredo Loera

COLUMNA

Por Alfredo Loera

Columna

La charla «sexy»

El 14 de mayo a las 9:30 p.m. se nos dio cita en el bar Garcés para presenciar un experimento escénico. María Fernández Aragón junto a Alam Sarmiento organizaron este evento con la justificación de hablar de la próxima puesta en escena del clásico Casa de muñecas de Henrik Ibsen que se estrenará la siguiente semana en Plan B Estudio Teatro. Esa fue la justificación que se le dio al público; sin embargo, desde el principio quedó claro que la intención iba dirigida hacia otro punto, y cuando María Fernández comentó en la plática que nosotros éramos actores, se confirmó lo que ya parecía evidente.

Alam Sarmiento en diferentes conversaciones ha comentado sobre la búsqueda que él tiene por investigar o explorar diferentes posibilidades teatrales. Los comentarios que desarrollaré a continuación irán enfocados en ese aspecto. Al lector poco familiarizado se le recomienda buscar información relacionada con el concepto de “escena expandida” la cual el investigador Rubén Ortiz (aquí un video) se ha encargado de desarrollar ampliamente. Si pocos en el ambiente teatral lagunero están familiarizados con este concepto, la pregunta que surge de entrada es ¿funciona, tiene un sentido?

La dinámica fue la siguiente: se convocó al público a asistir a una charla donde seis panelistas disertarían sobre una pregunta que se ha manejado como frase de promoción para el estreno de Casa de muñecas (se ha manejado también el hashtag #TodosSomosNora), la pregunta que fue esbozada es “¿Y para qué juntos?”. Los panelistas se vieron obligados (sí, esa es la palabra) a tratar de responder este cuestionamiento sin ningún contexto (esa era la cuestión del experimento escénico, encerrar en un callejón sin salida a los participantes). La mayoría de ellos a trompicones y como pudieron la relacionaron con sus experiencias conyugales para de ahí pasar a situaciones sociales más amplias. Los invitados fueron Karla Alvizar, Laura Cepeda, Vanessa García, Jacobo Tafoya y Jorge Torres Bernal.

Debo decir que en este sentido las opiniones de los panelista fueron bastante sosas. Por desgracia el ambiente no era propicio, debido a que en este tipo de bares el tono que se maneja es un tanto el del esnobismo y de lo políticamente correcto, del comentario facebuquero que, seamos sinceros, no lleva a nada. La autocensura estaba a flor de piel, lo cual hacía que los implicados en la charla tuvieran que recurrir al lugar común, a la falsa opinión y al consenso para no comprometerse a nada. Todo el evento fue en exceso políticamente correcto, hecho que lo hizo muy aburrido y con un halo de pedantería. Ahí estuvo la principal falla de lo que vimos el sábado.

No sé qué tanto de esto se pueda culpar a los organizadores. Ellos podrán decir que concertaron la cita y que los actores dieron el resto, el cliché, el esnobismo, el temor a la verdad y la reafirmación de fantasmagorías. Para dar un ejemplo de lo que me refiero, comentaría el excesivo miedo por llamar a las cosas por su nombre: uno de los panelistas no sabía cómo referirse a su esposa y se embrolló en estas palabras que no englobaban lo que deseaba decir: vieja, acompañante, mujer, compañera… Ciertamente la intelectualidad y el mundo “artístico” lagunero no se ha caracterizado por la brillantez y la lucidez, por lo general los artistas o los actores públicos de nuestra ciudad son bastante mediocres y esa noche quedó muy evidenciado. Pero quizá lo que sí pudieron hacer María Fernández y Alam Sarmiento (si ya estaban manipulando todo) era propiciar una conversación más auténtica y creo que los primeros que debieron evitar el cliché y el consenso, la vergüenza por decir las cosas como son, precisamente habrían de ser ellos mismos, los organizadores. Pero no fue así, lo cual dio pie a que se hicieran una sarta de cantinfleos dignos de mis más indecisos y nerviosos alumnos de preparatoria.

Pero volviendo a la cuestión del experimento, también debo decir que no se cumplió la expectativa. Se supone que el concepto de la escena expandida lo que intenta es democratizar la teatralidad, desautorizar al teatro como recinto sagrado, así como también a todos aquellos que están inmiscuidos en el medio; es decir, lo que busca la escena expandida es cambiar el lugar de la voz autorizada para hablar: en lugar de los actores profesionales, supuestamente únicos avalados para actuar y decir dentro de la teatralidad, lo que se quiere es darle mayor importancia al espectador común, que él sea quien plantee el conflicto y la resolución del mismo y especialmente que él sea quien actúe y diga. Entiendo que éste quizá fue un primer ensayo, una primera experimentación, una primera travesura, a la manera de los niños que por primera vez se animan a jugar; sin embargo, considero que el error principal no está únicamente en la manera en la que se hizo, sino en el fondo mismo. Creo que se está partiendo de lugares equivocados.

La idea de la escena expandida como concepto puede ser muy interesante, para nada en este texto la estoy descartando como posibilidad. Recientemente el investigador del CITRU Rubén Ortiz dio una conferencia donde se expusieron ejemplos que podrían ser muy interesantes. El más llamativo fue la expansión que tuvo la obra de Antígona (adaptada por el poeta José Watanabe, aquí más información) en una de los pueblos del Perú. Esta obra se puso en escena bajo el contexto de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. Se dice que esta obra al ser puesta en el pueblo de Ayacucho (uno de los más simbólicos en cuanto a la identidad latinoamericana y uno de los lugares más golpeados por la violencia en el Perú) pudo ser expandida, al grado de que la población se unió a la ficción y participó y habló y tomó como suyo el drama del personaje griego para revitalizarlo y quitarle toda la palabrería vacía y todas las falsedades. En este sentido el ejercicio de Antígona en el Perú es ejemplar porque propició en el ejercicio escénico el pronunciamiento de las verdades y con ello la catarsis, que supuestamente ya no genera el teatro tradicional. Sin embargo, en el experimento sucedido el sábado por la noche por parte del grupo que monta Casa de muñecas, no se pudo lograr ni remotamente esto, porque el esquema de la conversación se hizo desde el esnobismo y desde lo políticamente correcto, desde el ocultamiento y jamás desde las verdades. Incluso el hecho de que uno de los espectadores que estaba a mi lado se durmiera generó en algunos panelistas la mirada censuradora. No se aprovechó en ningún momento nada de esto, lo cual en la escena expandida es esencial.
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Sé que el ejemplo de Antígona es especial, difícil de emular en nuestra pobre y hasta a veces ridícula realidad lagunera. No obstante, considero que si se van a hacer este tipo de experimentos al menos se parta del mismo lugar, que es, como ya dije, la catarsis, la exposición de ciertas verdades, lo auténtico y no la palabrería sobada y el cliché mil veces regurgitado que tanto está presente en los medios de comunicación. Es sumamente importante tomar esto en cuenta, debido a que se nota y mucho que no somos capaces de romper los esquemas de pensamiento implantados por lo establecido, digamos por lo que algunos llaman main stream. Se hace esta dinámica supuestamente democrática, pero para empezar ni es democrática, porque se obliga a los participantes a hablar, y ni es catártica porque solamente se reafirman prejuicios y lugares comunes hasta a veces nauseabundos. Por otra parte, debo decir que este tipo de errores son muy comunes en la gente de teatro. Se les olvida que a veces es mejor el silencio y que hay ciertas cuestiones que deben de cuidarse no por miedo, sino precisamente por buscar romper con la censura. El tiempo es valioso y no es legítimo hacerle perder a la gente dos horas esperando que en algún momento los organizadores le den una vuelta de tuerca a lo soso, a lo falso, a lo domesticado. La escena expandida precisamente es lo que no quiere, pero ya vemos que la forma no lo es todo sino que hace falta una poética, una necesidad de expresión y no el mero formalismo y creo que ahí está el principal problema del teatro lagunero. Los teatreros se suben al escenario o hacen subir a gente al escenario, pero sólo para que digan diálogos (escritos o no por dramaturgos) pero sin nada de fondo, sin una propuesta verdaderamente artística. Se justifican en innovaciones acartonadas, en experimentalismos fallidos, creyendo que van a enseñarnos o que somos unos reaccionarios o que no sabemos, pero la verdad es que el espectador no tiene nada en contra de lo excéntrico o revolucionario, pero sí en contra de lo vacío y si solamente se hace teatro para tener el micrófono y hablar verborreas a la manera de nuestros más ilustres políticos, podemos ahorrarnos todo el numerito e irnos juntos al karaoke. A la vuelta de mi casa hay un señor que todas las tardes saca sus bocinas y se pone a cantar a todo volumen canciones de José José, haciendo complacencias y permitiendo que otros canten. Si seguimos el camino que se planteó el sábado, temo decir que lo que hace mi vecino es más teatral (cubre mejor la representatividad) y más democrático que lo que vimos aquella noche.

Alfredo Loera

Alfredo Loera

Alfredo Loera (Torreón, 1983) es Maestro en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Inició sus estudios de literatura en la Escuela de Escritores de La Laguna. De 2009 a 2011 fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Publicaciones suyas han aparecido en revistas como Casa del tiempo, Círculo de poesía, Fundación, Pliego 16, Ad Libitum, Este país, Siglo Nuevo. Sus libros son Aquella luz púrpura, (2010, 2017, 2023); Wish you were here, (2019, 2023); Guerra de intervención (2022), disponibles en Amazon como ebook o libro impreso.