Ignacio Garibaldy

COLUMNA

Por Ignacio Garibaldy

Columna

LOS LIBROS Y SUS PRECIOS

A los escritores nos fascina ver fotografías de otros escritores en su hábitat natural: bebiendo en las cantinas; abrazándose con otros grandes escritores; escribiendo a máquina; pero sobre todo, nos deleita verlos en su biblioteca. Un enorme cuarto con estantes de piso a techo, rebosantes de libros, que amenazan con venirse abajo por el peso, podría causarles orgasmos múltiples al escritor más frígido del mundo.

Los escritores compramos libros. Quisiera decir que nunca los robamos, pero estaría faltando a la verdad. Hay quienes desobedecen el séptimo mandamiento contra las bibliotecas públicas argumentando que “es que nadie lo va a leer”. Por otro lado, en demasiadas ocasiones cumplimos a cabalidad el adagio cuasi mosaico que dice “pendejo el que presta un libro, pero más pendejo quien lo devuelve”, que es lo mismo que robar.

¿Por qué los compramos o por qué los sustraemos? Porque son, además de la vida misma, la materia prima con la que trabajamos la creación. Un escritor debe acumular tantos libros como experiencias vitales, aunque ambas cosas le cuesten demasiado.

Concentrémonos en los libros. Se pueden clasificar en los siguientes tipos: los que son buenísimos; los que son muy caros, y los que son baratos.

Un libro puede ser buenísimo según el gusto del escritor. Obviamente, si coincide lo buenísimo con lo barato el escritor adquirirá el libro, presumiblemente en una tienda de saldos. Yo puedo presumir que así fue como me hice de mis libros de teatro, de filosofía, de poesía. Para acabar pronto, integré la mayor parte de mi biblioteca con ejemplares de viejo.

No vayan a creer que comprar libros de viejo es una actitud propia del escritor bohemio. Es una simple conveniencia. Yo he comprado libros buenísimos y caros -lo digo para que no me tomen por miserable- quitándome el pan de la boca o la caguama de la mano -jamás me he quitado el cigarro de la boca, y no pienso hacerlo-, porque son necesarios para mi formación. Hace cuatro o cinco meses compré una gramática latina en $400.00 m.n.; y hace un par de semanas mandé traer dos libros sobre teatro que me costaron $420.00 m.n. O sea, 24 promociones de 12 pack de cerveza light y un paquete de cacahuates con ajo.

Vale la pena hacer la compra de un libro buenísimo y caro porque… no encuentro otra razón más que porque es necesario. Tampoco vayan a creer que esta es una actitud propia del escritor snob. Es otra simple conveniencia. Un colega del gremio me dijo en una ocasión, palabras más palabras menos, que “no le importaba el precio del libro si le gustaba el autor o la obra”.
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Aunque ustedes no lo crean, al escritor no siempre se le hace fácil comprar libros caros, por una simple razón: le duele el codo.

¿A quién no? Pienso en las editoriales reputadas por la calidad de sus traducciones, sus estudios preliminares, su exclusividad con ciertos autores -Cátedra, Alianza Editorial, BAC, Herder, Ariel, Siruela, Sexto Piso, Anagrama, entre otras-, cuyos precios pueden escandalizar a cualquiera.

Quien más se rasga las vestiduras es el escritor pseudo liberal que parece pensar que el libro no debe rebasar el precio de $100 m.n., y que debería ser como una garantía individual de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, es decir inherente al ser humano, o sea gratuita como el aire.

Ya que anda en el activismo anticapitalista, podríamos pedirle, de pasada, que exija que baje el precio de la cerveza, de la droga, de los cigarros, de los condones, del Viagra.

Volvamos a la seriedad. ¿No hay dinero para libros caros? Entonces, ¿cómo es que hay dinero para el alcohol y la droga?, ¿cómo es que hay dinero para pagar el internet mediante el cual descarga libros en formato PDF?, y si a él le tocara publicar en una editorial de las reputadas, ¿exigiría que se bajara el precio de su libro?, ¿se dará cuenta algún día de que el Fondo de Cultura Económica se llama así, no porque pretenda ser barato, sino porque sus primeras publicaciones se referían a la ciencia de la economía y que no quisieron cambiarle el nombre a pesar de que luego publicó libros de otras ciencias? Estas son preguntas de las que quizá no conozcamos nunca la respuesta.

Por ello, propongo a mi lector que no se crea mucho las quejas de los escritores rebeldes anticapitalistas, antimateria, antítesis, antitodo. Es meramente show.

La gente normal, si bien busca libros de viejo, también ahorra para comprar el libro oneroso, o bien consulta en las bibliotecas públicas. Es más, la gente normal, la que estudió ingeniería, derecho, medicina, tuvo que comprar libros mucho más caros, y que yo sepa, jamás se anduvieron quejando en redes sociales.

Ignacio Garibaldy

Ignacio Garibaldy

Licenciado en Filosofía. Dramaturgo egresado del diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna. Becario del FECAC en la categoría de jóvenes creadores (2006-2007). Autor de Tres tristes vírgenes (U.A. de C. Siglo XXI. Escritores Coahuilenses. Cuarta Serie. 2011). Ganador del Premio Nacional de Dramaturgia de obra de teatro para niños, niñas y jóvenes Perla Szchumacher 2022 por la obra La voz de la tierra roja.