Alfredo Loera

COLUMNA

Por Alfredo Loera

Columna

Sobre la ignorancia

Si no estoy equivocado ni Montaigne ni Bacon tienen algún comentario respecto a la ignorancia. Es una lástima que así sea, debido a que en nuestros días nos hace mucha falta. Quizá precisamente ellos no tuvieron la necesidad de escribir nada al respecto, porque aunque en todas las épocas los hombres por lo general han sido ignorantes, al menos considero que en el tiempo en que ellos vivieron no había necesidad de que se los hicieran ver, porque existía como un pacto social o una prudencia en los hombres públicos, o en los que querían serlo, de saber que sus realidades y pequeñas mentes no serían capaces de abarcarlo todo. Es probable que la diferencia entre nuestro tiempo y el pasado respecto a la ignorancia no sea de grado, sino de conciencia; en este momento es muy difícil hacerle ver a alguien (sin que éste se ofenda) que lo que está haciendo o diciendo son puros disparates.

No sé por qué en mi tiempo los hombres poco a poco han generado una pátina de insensibilidad ante la ignorancia, son pocos a los cuales les importa decir o encontrar la verdad, casi todas sus acciones se basan en simulaciones, en aparentar que se es alguien o algo, aunque ellos mismo sepan o intuyan que no los son. A veces simplemente no lo saben, pero lo más grotesco de todo es que viven así sin la menor preocupación, sin el menor empacho en decir que son esto o lo otro cuando en realidad se puede ver que no saben lo que dicen.

El problema es sumamente complejo y sumamente profundo en nuestro tiempo, al grado de que estas líneas no pueden abarcarlo todo. En realidad necesita de un estudio y una reflexión que incluso puede tomar toda una vida. La cuestión es que la ignorancia hoy en día es un tema que pocos abordan y es un hecho que trata de minimizarse. Se minimiza a tal grado que incluso nuestro presidente llegó al poder a través (en muchos aspectos) de la ignorancia. Pareciera que para tener éxito o para lograr sus objetivos en la vida la persona tendría que ser ignorante.

Lo que quiero plantear en este texto es sólo una pequeña observación, algo que en realidad no quisiera verme obligado a decir, pero que por falta de una voz más lúcida me he visto en la necesidad de exponerlo. Asimismo comento que he querido postergar lo más posible un comentario como éste, lo he querido evitar constantemente porque tengo la impresión de que nada de lo que se pueda decir llegará a buen puerto, en especial porque a quienes está dirigido en primer término, no están interesados en leerlo, porque la primera condición de la persona ignorante es su sentimiento de autosuficiencia, la creencia de que nada ni nadie puede contradecir lo que piensa; el hecho de que el hombre ignorante se hace incapaz para el diálogo, y una característica primordial para detectar la ignorancia en un individuo es su incapacidad para la empatía.

Desde luego esa no es la única característica, sino que también pareciera que el hecho del consenso tiene mucho que ver con ella. A lo que me refiero es que por lo común la ignorancia se disfraza de sabiduría o conocimiento cuando más de tres personas apoyan algún punto, por más falso que éste sea. Hay miles de ejemplos al respecto que comprueban esta situación. Para dar uno podríamos hablar de la validez del arte contemporaneo o de muchos escritores de moda. Ya muchas veces lo he dicho, me he puesto a leer a algunos, pero la verdad es que yo no encuentro ni siquiera lo que se dice una buena prosa. Lo mismo con ciertos artistas plásticos, o con la música comercial, digamos Lady Gaga, etcétera. Nos hemos convencido a tal grado de que el conocimiento o lo verdadero se hace por mayoría (por el número de seguidores en Twitter o Facebook, o por el apoyo de cierta televisora); ya no es necesario analizar ningún hecho para verificar si es falso o verdadero, basta con que un grupo mayoritario lo crea para comprobarlo. Siguiendo este camino en algún momento será una ley aceptada que los hombres son inmortales, que las enfermedades no existen o que el sol no calienta. Entiendo que mucho de lo que llamamos conocimiento se hace a través del consenso, pero eso tiene su justifición en la divulagación del conocimiento analizado y estudiado mediante un método y una lógica. Es decir, la ley de la gravitación universal, según la tradición, fue descubierta por Newton y todos los demás aceptamos sus argumentos como verdaderos. Sin embargo, la diferencia es que en los argumentos de Newton existe, como ya dije, una lógica, una consecución de causas y efectos explicados lo cual para aquellos que lo analicen pueden llegar a la conclusión de que eso es lo más probable que ocurra, que la Tierra esté cayendo en el espacio hacia el Sol y que todos estemos cayendo hacia la Tierra. Ahora bien, si lo vemos desde otro punto de vista, he ahí la ignorancia de los hombres, solamente en pocas cosas pueden tener la certeza de algo. De ahí también la ansiedad de René Descartes: su filosofía parte de que solamente tiene la certeza de que él como individuo existe: tenemos su máxima tan famosa (o quizá no tanto), tan citada, pero a la vez tan poco comprendida: “pienso, luego existo”.

La contrariedad de nuestro tiempo es que los hombres con tan poca capacidad de tener certezas por ellos mismos viven como si fuera lo contrario. Viven con un exceso de certezas. No se preguntan de dónde vienen todas esas creencias y no se dan cuenta de que si se ponen a pensarlo no hay manera sencilla de comprobarlas, entonces ¿por qué viven como si fuera todo tan seguro? El colmo llega cuando se exceden en la extensión de sus alucinantes certezas, que difícilmente podrían comprobarse de manera objetiva y lógica; basta con que ellos se lo reafirmen para que sean consideradas como verdades dentro de su ignorancia. Aparecen en nuestra ciudad de la noche a la mañana toda clase de artistas, que viven con la certeza de ser unos genios, solo basta que ellos se digan, “lo creo, por lo tanto existo”. Si estas personas vivieran en la soledad de sus vidas no habría ningún problema, todos los males aislados tienden a neutralizarse, pero unidos es cuando generan el caos en la vida pública y en la naturaleza. Se vive en un mundo de locos, en un diálogo de sordos, porque ninguno de estos sujetos tiene la capacidad de la empatía, de escuchar lo que piensa el otro, porque simplemente no encaja en la realidad que se han costruido, en su yo creo, por lo tanto existo. Si el otro no cree, por lo tanto no existe y si existe habrá que neutralizarlo o censurarlo.

Lo mismo pasa en la política, y quizá en ese aspecto con consecuencias mucho más atroces. Un supuesto artista no genera tantos estragos con sus disparates como sí lo hace un presidente, como Enrique Peña Nieto, o como en su momento Vicente Fox. Estos hombres viven en la condición que menciono párrafos arriba, lo creo, por lo tanto existo. Cuántas veces Fox no ha dicho ser el mejor presidente de la historia de México, porque él así lo cree en su ignorancia lo es.

Ahora bien, tratando de buscar una causa a este fenómeno me he visto en la tentación de decir que esto es la consecuencia de nuestro sistema educativo tan amado y loado. La verdad es que el sistema educativo lo único para lo que ha servido es para generar este tipo de monstruos. De estos hombres llenos de certezas. Pasa así porque en el sistema educativo un hecho tiene validez porque una autoridad así lo dice o porque la mayoría así lo considera. Por desgracia la autoridad que los estudiantes tienen por lo común es un hombre ignorante: esto es el maestro. La mayoría de ellos lo son porque de nueva cuenta se basan en repeticiones de certezas jamás comprobadas o analizadas. Es raro el profesor que se pone a comprobarlas por sí mismo y es más raro el maestro que le comprueba el conocimiento a los alumnos, solamente se les dice que así es el hecho y que deben aceptarlo. Desde luego el objetivo de este texto no es el de crucificar a los maestros, ellos suficiente labor hacen con lidiar con treinta o cincuenta jóvenes durante seis o más horas. El maestro hoy en día se ha convertido en ese individuo que más que conocimiento les da amor a los estudiantes, debido a que en sus casas difícilmente lo reciben. Sin embargo, ese sistema es el que está formando este tipo de individuos, debido a que en la escuela se nos enseña a creer en las cosas porque una autoridad nos lo dice. Todavía peor, se le hace creer al estudiante que conoce (cuando es ignorante) con un título que cada día tiene menos valía real dentro de la sociedad en la que vivimos; la cuestión es que alguien con título que ha pagado unos miles de pesos no aceptará que ese papelito no significa absolutamente nada.
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Ahora bien, en nuestra sociedad, una autoridad no se instaura por el conocimiento, sino por el poder político. En la democracia este se obtiene por mayoría, si la mayoría es ignorante tenderá a escoger a uno de sus iguales. Al ser ignorante quien detenta el poder todos sus proyectos y esquemas se basaran en la misma y así se perpetúa el círculo vicioso, en el cual la verdad se da por consenso mediante la instauración de una autoridad, no mediante la comprobación y análisis a través de la lógica, que se retroalimenta por la empatía y la capacidad de diálogo, en la conciencia de que el hombre como individuo tiene la posibilidad de tener pocas certezas.

Vivimos en un tiempo de autocomplacencia (lo creo, por lo tanto existo), en una época del menor esfuerzo y esto nos ha llevado a caer en vicios graves del pensamiento. Hemos creído que la mayoría puede hacer que algo sea verdadero y que como esa mayoría así lo expresa nos basta con saber que formamos parte de esa masa, que por no discutir o no pensar se ha conformado con acordar un hecho y una cuestión: Kim Kardashian es una gran artista. Lo peor de todo es que todo aquel que exprese una opinión contraria está previamente condenado (por consenso) a ser excluido o tildado de loco o idiota.

Alfredo Loera

Alfredo Loera

Alfredo Loera (Torreón, 1983) es Maestro en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Inició sus estudios de literatura en la Escuela de Escritores de La Laguna. De 2009 a 2011 fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Publicaciones suyas han aparecido en revistas como Casa del tiempo, Círculo de poesía, Fundación, Pliego 16, Ad Libitum, Este país, Siglo Nuevo. Sus libros son Aquella luz púrpura, (2010, 2017, 2023); Wish you were here, (2019, 2023); Guerra de intervención (2022), disponibles en Amazon como ebook o libro impreso.