Alfredo Loera

COLUMNA

Por Alfredo Loera

Columna

Sobre el provincianismo

En una sesión de taller una ocasión el poeta Jaime Augusto Shelley, después de leer un texto mío, me dijo que era necesario que dejara de ser un provinciano si es que algún día deseaba escribir más o menos bien. Recuerdo que de entrada me pareció un comentario fuera de lugar y hasta me ofendí. Sentí que la sangre me subía a las sienes y que este hombre viejo simplemente venía desde la capital del país a insultarnos en su posición pontificadora. Recuerdo que el viejo se me quedó viendo y me sonrió con ironía. Le encantaba generar en los talleristas estas incomodidades, debido a que de esa manera nos desarmaba de cualquier contraargumento que le pudiéramos dar. Esa vez, mi enojo fue evidente, desde luego que para un hombre de 70 años, la molestia de uno de 23 puede ser hasta cómica. No sé lo que habrá pensado al respecto, lo que habrá pasado por su cabeza al verme rojo; sin embargo, lo que recuerdo es que clarificó a lo que se refería con ser provinciano. Comentó que ser provinciano no tenía que ver con vivir en Torreón, en Gómez Palacio, en Xalapa o en la Ciudad de México, sino que más bien el provincianismo tenía que ver con el conformismo, con la justificación no pedida que los artistas y muchos escritores se dan cuando relacionan el hecho de vivir en un lugar aislado con su mala escritura. Lo que quería decirme, explicó, era que dejara de justificar mi mirada pobre y compromiso rascuache y por ende mala escritura con el hecho de venir de tal sitio o por estar en tal circunstancia, por tener poco tiempo o dedicarme a otras cosas. A nadie le importaba eso, me dijo, a la gente lo único que le importaba era el poema.

Con el tiempo he dejado la poesía lírica como género literario y decidí sumergirme en la narrativa. Esto lo hice más que nada por una cuestión de temperamento, por una cuestión de tener un estilo literario el cual sé aún estoy depurando. No obstante, nunca he olvidado ese comentario de Jaime Augusto Shelley y creo que eso ha sido lo que me ha ayudado a desarrollarme (poco o mucho, pero a desarrollarme al fin) dentro de la escritura. Ese tipo de comentarios (porque hubo muchos), aquí en Registros de voz, considero son los que nos han permitido no perder el suelo, no creernos los grandes escritores, ni siquiera escritores en forma, como sí lo hacen muchos de nuestros (no sé si nos consideren colegas) “colegas” de la región. Es común que en nuestro ambiente artístico muchos sean poetas (no veo novelistas porque eso sí implica mucho más trabajo) o actores (no veo tantos directores porque de nuevo implica mucho más trabajo) que se hacen de la noche a la mañana. No se dan cuenta que a veces lo que presentan es muy deficiente, llega en ocasiones a la comedia involuntaria. Ahora bien, ese no es el problema, siempre es bueno divertirse; el problema es que se cae en el hecho de simular que acá hay Nerudas y Elizabeth Taylors, Vallejos, Pizarniks o Richard Burtons, aunque nadie verdaderamente lo crea.

¿Por qué me he puesto a escribir de esto? Lo hago porque yo antes de querer dedicarme a la escritura era un simple espectador más. Siempre me pareció grotesco que hubiera gente que quisiera tomarnos el pelo con una obra de teatro sin pies ni cabeza o con poemas excesivamente retóricos y faltos de verdad, con pinturas y exposiciones banales y carentes de la mínima técnica. Ojo, no estoy diciendo que todo lo que se produce en La Laguna sea malo, en ocasiones hay buena poesía, pero las más de las veces se queda oculta por gente lo suficientemente soberbia como para atreverse a tomar un micrófono y leer sus tonterías o para subirse al escenario a gritar diálogos o para exponer los cuadritos de sus clases de pintura como si fueran obras dignas de una exposición sería, digamos una exposición que intenta dialogar con el arte de todas las latitudes del mundo. Pero otra vez, el problema no está en que tengan sus espacios y organicen sus eventos. Todos tenemos el derecho a hacerlo, pero una cosa es invitar a los amigos a tomar una cervezas con la excusa de que vean mis pinturitas y otra es que la persona en cuestión verdaderamente considere que está renovando el arte ya no digamos de La Laguna sino de México. Requiere un examen de consciencia aceptar que no es así, que simplemente se hace como un divertimento, pero nada más.

Ahora bien, no he terminado de responder la pregunta ¿por qué me he puesto a escribir de esto? ¿Lo hago por un resentimiento, porque no me dieron una beca, un apoyo, un espacio? ¿Ya que alguien lo invite a un evento? No, para nada. De hecho a veces me alegro de que no me inviten a nada de lo que se hace. Soy una persona abierta, no indispensable, bastante pasajera y como cualquier otro, pero precisamente por eso tengo la necesidad de hablar por todos los espectadores a los que se les ha tomado el pelo en La Laguna, por todos aquellos a los que se les ha dicho de manera implícita “gracias por tu feria”. Escribo de esto porque lo creo necesario para la misma salud del arte lagunero, aunque sé que por estos comentarios muchos de los que siguen leyendo me consideran un loco, o mejor aún, un amargado, un mosquita muerta.

El problema no está en que se presenten y que crean que están renovando el arte simplemente porque se tomaron dos cursos de lo que fuera que intentan hacer. El problema está cuando no se aceptan las críticas que sólo buscan ubicar ciertas realidades. ¿Digo con esto que no se haga nada? ¿Que ya nadie escriba, que nadie pinte, que nadie actúe? No, pero es necesario ser críticos, aceptar las capacidades y limitaciones y en especial no dispararse. Lo comento porque hay dos actitudes que he observado cuando se hace algún comentario adverso ante el trabajo artístico regional. Una parte simplemente estalla o se escandaliza, porque alguien se atreve a usar la palabra “bodrio”; otra parte, toma la actitud en la cual se justifica toda deficiencia debido a que la actividad artística no es la actividad preponderante de la persona en cuestión. Si desea la persona que se le considere un amateur, me parece válido, pero entonces creo justo que no cobre por las presentaciones, libros o exhibiciones que haga. Así simplemente diremos, bueno, fue un regalo de mi amiga, de mi amigo, de mi camarada. Y está bien.
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Justificar la obra artística con el hecho de que no tengo formación o no me dedico a eso simplemente es seguir con la dinámica del provincianismo, que tanto nos ha dañado como región, no sólo en la cuestión artística, sino también en la política y social. Es ser hipócritas y hasta cierto punto cobardes. Porque no se asume ninguna responsabilidad ante las palabras o ante las actitudes que se despliegan de manera pública. Pero peor aún, es vivir en una realidad alterna empobrecida. Soy poeta, pero solamente para mis amigos y familiares, los cuales en realidad solamente están siendo amables; soy artista dentro de una especie de círculo de élite, dentro de algunos puestos, en las tres cuadras de por mi casa, de ahí para allá no soy nadie, porque nadie más se traga que soy algo. Soy actor solamente el viernes, pero únicamente en la cuadra que rodea al teatro.

Sé que las artes hoy en día son una contracorriente y el público es escaso, pero también es cierto que muy pocas veces existe un sentimiento de responsabilidad ante ese público por parte del supuesto artista (consagrados y no consagrados, en esta simulación hay falsas vacas sagradas). Se olvida que la gente, el público, con la aparición del Internet, tiene mucha más información de la que se cree posible y que seguramente tiene acceso a otro arte no provinciano que inmediatamente compara con el que muchas veces se produce en la localidad. No se enojen, recuerden que al principio de este texto doy una pequeña explicación de lo que tomo por provincianismo. No tiene nada que ver con vivir aquí o allá, con ser pobre o rico, ni con trabajar de esto o lo otro. Más bien es una falta de responsabilidad, una actitud pusilánime ante el arte, ante la obra que se está trabajando. Se pasa por alto que ser artista es ser como cualquier otra profesión, que de fondo también hay una ética, como la tendría un contador o un médico. Yo no he visto que los médicos justifiquen sus capacidades por su lugar de origen o estatus social. Al contrario, se les reclama cuando algo no sale como se esperaba, cuando hay negligencias. Por si no lo saben en el arte también ocurren. Al doctor dependiendo de la gravedad se le juzga o simplemente se le deja de visitar, ya no se le consulta. Eso considero es lo que sucede con el arte regional, a veces la gente no va no porque no sepa o porque esté enajenada (que se da el caso), a veces la gente no compra un libro, o entra a un teatro, o a una exposición, porque simplemente lo que se produce es malo. Todos tenemos derecho a ser malos escritores, malos poetas, malos pintores, malos médicos si se quiere. Pero a lo que sí no tenemos derecho es a engañar a la gente, a estafarlos, a tomarles el pelo, a simular, a justificar nuestras deficiencias en el hecho de que no vivimos en la Ciudad de México, o cualquier otra capital que se tenga en mente.

Posdata: En el taller del viernes 24 de junio, Adrián Chávez me comentó que este texto, especialmente en el tono, seguía siendo provinciano, debido a que en él trato de conciliar, de decir las cosas de un modo amable. Según él lo provinciano precisamente está ahí, en no pararse a decir las cosas tal cual son, sin preocupaciones de índole digamos persuasivo o condescendiente. En algún momento de la plática le dije que tenía razón, que la gente no está acostumbrada a escuchar verdades.

Alfredo Loera

Alfredo Loera

Alfredo Loera (Torreón, 1983) es Maestro en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Inició sus estudios de literatura en la Escuela de Escritores de La Laguna. De 2009 a 2011 fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Publicaciones suyas han aparecido en revistas como Casa del tiempo, Círculo de poesía, Fundación, Pliego 16, Ad Libitum, Este país, Siglo Nuevo. Sus libros son Aquella luz púrpura, (2010, 2017, 2023); Wish you were here, (2019, 2023); Guerra de intervención (2022), disponibles en Amazon como ebook o libro impreso.