Crítica y criterio I: La Crítica Filosófica

Breve Historia de la Crítica Filosófica

En filosofía, la crítica hace cuestionamiento a los fundamentos. Se pone en revisión el conocimiento existente para establecer unos principios distintos hacia el futuro. Nace con la crítica una nueva perspectiva para encarar un objeto de estudio, o al menos eso se pretende, que sea realmente una manera distinta de mirar la materia, pues precisamente se volvió crítica al tomar otro punto de partida, generalmente negando absoluta o parcialmente lo pasado.

Este manera de enfrentar los principios tiene sus siglos de historia y Kant no fue el primero pero sí el más importante y el más decisivo en la historia, pues en lo que se considera su mayor contribución a la filosofía es este criticismo donde puso en revisión al conocimiento y con ello a la metafísica, a través de la analítica del juicio.

Lo que se denomina período crítico es su aportación más grande y la de mayor repercusión. Inicia con la Crítica de la razón pura (1781), Fundamentos de la metafísica de las costumbres (1784), Crítica de la razón práctica (1788) y Crítica del juicio (1790). Si bien muchas de sus obras precríticas también le dieron cierta popularidad e importancia.

Para la filosofía, Kant significa un parteaguas tan profundo que después de él toda la filosofía pasó a ser, en su mayoría, teoría del conocimiento, a la vez que validaba el criticismo como forma de anticiparse a todo conocimiento posible lo que hace que se tenga que poner un estudio anterior o a priorístico a todo otro estudio posible.

En rigor, la crítica no es un método, si bien se logra un nuevo comienzo para el estudio. No puede ser un método porque todo camino tiene un punto de partida. Cuando los puntos de partida son distintos a los actuales, y la intención es cambiarlos, entonces se es crítico pero vuelve a utilizarse otro camino hacia la verdad.

Esto es una confusión para muchos pensadores modernos, que creyeron que lo crítico implicaba una metodología en sí misma, tal como Descartes quiso instaurar la duda metódica como algo válido para las todas las ciencias, siendo un error lógico. La duda científica es efectiva sólo cuando acepta que las condiciones experimentales pueden cambiar y que no hay sistemas cerrados en el universo. Pero llegar a la duda universal es aceptar el escepticismo universal y aceptar la duda como metodología condena a otras ciencias a buscar siempre nuevas axiomáticas de las cuales partir para su estudio.

Kant fue crítico porque quiso hacer un “giro copernicano” en la filosofía, que gracias a Hume, lo hizo despertar del “sueño dogmático”, y se dispuso cambiar el principio del conocimiento que se basaba en el objeto para situarlo en sujeto. Ésa es la parte crítica, pero la metodología fue siempre la analítica del juicio y la dialéctica idealista.

Para gran parte de la modernidad, la crítica se convirtió en una actitud modal o metodológica, y fue más importante que retomar aspectos positivos de la tradición. En algunos casos se retoma una parte de la tradición con el afán de renovar la manera en que se estudiaba al hombre y la naturaleza, conocer con mayor profundidad las facultades humanas del conocimiento, descubrir sus alcances y limitaciones, dejando atrás las supuestas oscuridades metafísicas de la Edad Media, y con esta intención, se completa el giro antropocéntrico de la modernidad que abandonaba lo teocéntrico de lo medieval.

Kant, como todos los pensadores, es producto de su tiempo y en el siglo XVIII la modernidad se debatía entre los dos movimientos ideológicos y espirituales de su época: la Ilustración y el Romanticismo. Son los dos grandes movimientos culturales de mayor peso en la modernidad y difícilmente se puede leer el paso de la modernidad a la posmodernidad sin realizar una revisión de ambos. Se puede ubicar a muchos de los pensadores de la época en un plano donde las posturas tratan de mediar estos dos ámbitos del pensar, pero entre las dos, el Romanticismo tiene una manera más favorable de acercarse a la tradición o de recuperar algunos de sus elementos, sin desprestigiarla como los ilustrados.

Por lo que en Kant podemos ver cómo estas dos tendencias del espíritu, por un lado el afán de la razón endiosada capaz de absolver todos los misterios y combatir todos los prejuicios productos de la “infancia de la razón” que era la Edad Media; por otro lado no dejaba de resaltar la importancia del sentimiento religioso, moral y estético, conectados con las motivaciones y necesidades más profundas del corazón del hombre y la vida.

Para Kant, más cargado hacia los ideales ilustrados, resulta entonces necesario actualizar las categorías metafísicas y la lógica aristotélicas de la metafísica, y situar toda posibilidad de conocimiento en el sujeto, así como secularizar la moral, el progreso histórico y la religión.

La brecha que se abrió entre el racionalismo y empirismo, entre sujeto y objeto, es algo que todavía no se supera. Aunado a la actitud criticista en la que evolucionó, que no es otra cosa que su absolutización o radicalización, al final de la modernidad, lo que ha dejado es a un sujeto sin capacidades para salirse de sí mismo y conocer realmente la naturaleza y su esencia, y por eso, ya a mediados del XX, Heidegger hace un nuevo parteaguas en la filosofía para “recuperar al ser de su olvido”, pues no le quedaba al hombre un camino seguro hacia la naturaleza.

Foucault, discípulo de Heidegger, en su conferencia ¿Qué es la crítica? Hace precisamente la distinción entre la gran empresa kantiana y las nuevas actitudes críticas para las que es apenas un instrumento, una manera de evaluar la cultura o la sociedad, pero se encarga de reducir la “actitud crítica” a una historia de la ingobernabilidad, que supuestamente tendría un origen en el protestantismo, el derecho natural y la autoridad.

Y éste es precisamente el problema con la actitud, el pensamiento o la postura crítica del s. XX, que instaura la irrelevancia de la verdad y la autoridad que por sí misma tiene. Si no nos dejamos gobernar por la prudencia, por la sabiduría o por la verdad ¿a qué si le deberíamos dar autoridad?

Es importante dejar en claro que la criticismo filosófico si bien amplió la discusión y la llevó a nuevos terrenos para enfrentar los grandes cambios que se dieron en el mundo en la modernidad, también entró en una dinámica que no terminó por dar mayor evolución a los grandes temas de la filosofía, como la antropología y la ética, las cuales sufrieron los embates del positivismo, del utilitarismo y el materialismo, los cuales franquean los fundamentos del hombre como un ser capaz de conocer su mundo y su lugar en él.

El resultado es que la posmodernidad cansada de “logros” que no fueron sino excesos de la razón con los que se llega al siglo XX, comienza un nuevo gesto en la historia de las ideas que se denomina crisis de la cultura , y que ha provocado que los filósofos contemporáneos hayan dejado todo su empeño racional por encontrar verdades en las materias de estudio, todavía sin un acercamiento realista de la naturaleza, el bien y la belleza, finalmente volviéndose acrítica (irracional) por preferir desviar su empeño a tareas menos pesadas y escabrosas.

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Con esto no queremos decir que la filosofía crítica no tenga una estatura relevante para la sociedad y la cultura, sino que desde su nacimiento se dio dividida y divisora del cognoscente, y evolucionando en una radicalización que cuando se absolutiza como metodología o actitud no deja principios que no haya derribado ya.

Consecuencias de la crítica filosófica para posmodernidad

Antes he dicho que la posmodernidad es acrítica. A lo que me he querido referir es a que la posmodernidad se cansó de las empresas ideológicas de la modernidad, que se convirtió en hipercrítica, pues por un lado el desprecio a la razón instrumentalizada que llevó a las guerras mundiales en el siglo XX y con las que finalmente observaron la crisis de la cultura.

La posmodernidad, que en términos específicos se debate si comenzó con un crítico de arte español, con una escuela arquitectónica estadounidense o con la conferencia de Lyotard , generalmente se toma a partir de éste último, pero lo importante es que se puede delinear muy bien su carácter teórico en conjunto.

La posmodernidad se cansó de la crítica porque se cansó del racionalismo (del ideal ilustrado de la razón como la posibilidad de absolución de todos los problemas humanos). Se volvió acrítica por repudio a la razón influida por el positivismo lógico y el Círculo de Viena, ineficientes para tratar las temáticas de la metafísica, la moral y la estética; a la vez que, adoptadas las actitudes críticas de la Escuela de Frankfurt, dejaron a la cultura como algo nocivo y extraño al hombre.

Un gesto iluminador de esta nueva era posmoderna o tardomoderna, es la cultura emotivista. Esta cultura emotivista, explicada por MacIntyre con mayor profunidad de lo que voy a poder decir, consiste en fundar toda argumentación de pretensión racional en algo fuera de la racionalidad: en la voluntad, en el sentimiento o en la creencia.

La cultura emotivista, aún cuando pretende ser dialógica y racional, respetuosa y tolerante, resulta no dejar espacio para la evaluación crítica de los fenómenos culturales. Es decir, aún con el aspecto de racional, la posmodernidad vive del influjo de los límites de la autonomía que el mismo Kant cifró para la moralidad y el protagonismo subjetivo en la estética.

La posmodernidad no puede ser crítica y odia serlo por el hecho de que repudia adentrarse en los avatares metafísicos que plantea el ser, el bien o la belleza, y aunque pueda hacer su evaluación subjetiva del asunto, no se atreve a hacer juicios porque éstos estarían sometidos a la recepción emocional.

Resultado del positivismo lógico (Russell, Wittgestein y el Círculo de Viena), el emotivismo moral dice que los enunciados morales no pueden ser científicos porque carecen de toda verificación o bien, sólo demuestran la verdad o falsedad del postulado con el resultado del mismo: una acción es buena porque su resultado es bueno.

Dentro de la cultura emotivista se puede encontrar que todo producto cultural tendrá que ser válido por sí mismo, sin que se evalúe la perfección humana o la eficiencia del hacer. Para la ética prevalece un dialogismo que se apiada de los ignorantes-víctimas para darles voz pero que se olvida de darles justicia, en estética una validación universal a toda propuesta y un desprecio a todo aquél que se atreva a descalificar una propuesta como “no-arte”, en ciencias sociales una sobre representación de grupos vulnerables que se toman como modas de estudio, y en filosofía un relativismo absoluto pintado de pluralismo pacífico que le teme a lo axiomático.

En literatura posmoderna tendremos entonces un encarecido fervor por autores y por la evaluación erudita de las referencias externas de la obra y su contextualidad social, política, pero muy poca relevancia estética por la obra en sí. Así como una rara sustitución de la filosofía en mera literatura o literatura en la única filosofía o sabiduría posibles.

En literatura como en ética, todo puede ser bueno si no se opone a lo emocionalmente respetado, a lo políticamente correcto (que no es otro aspecto de la emotividad, dado que no quiere atacar los sentimientos de los demás), y despreciando todos aquéllos valores objetivos para que lo bello sea lo único con lo que se evalúe la efectividad de la obra.

Pero no podemos reducir las teorías de MacIntyre en estas simplezas. Lo importante es decir que la posmodernidad se puede leer desde los enclaves de la Ilustración (criticismo) y Romanticismo (sentimiento moral) de la modernidad; y la posmodernidad desde el repudio de los vicios y la desilusión de los logros de la época anterior. No por nada, Lyotard dirá que la posmodernidad es el fin de los “grandes relatos”.

El binomio racionalismo-criticismo/irracionalismo acrítico es una reducción pedagógica para explicar los caracteres de la época. Como podríamos decir romanticismo filosófico/cultura emotivista es demostrable pero es sólo una de las lecturas con las que nos podemos acercar a la posmodernidad.

La crítica filosófica absolutizada en la modernidad pasó a ser asumida como metodología viciada, pero lo que ahora conviene a la posmodernidad es un terreno de múltiples deviaciones temáticas, donde cada postura parece única, sin necesidad (necesidad objetiva, universal y científica) de aceptar principios válidos para el estudio.

Para la cultura de masas, estas posturas desembocan en un relativismo escéptico donde todo es válido, donde tiene más peso quién hace la critica sin importar si se toma criterios universales, si establece principios o nada más derrumba los habidos. Y antes de establecer el tema del criterio (tema de la tercera parte) vamos a evaluar un poco de la crítica literaria para definirla y diferenciar, respecto de la crítica filosófica, en una segunda parte.

Luis Carlos García

Luis Carlos García

Nacido en 1986 en Torreón, Coahuila. Estudió ingeniería en alimentos y licenciatura en filosofía. Hizo el diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna de 2006 a 2008, en la que después se desempeñó como maestro de filosofía. Actualmente divide su tiempo entre las obligaciones profesionales y su vocación por la filosofía y la literatura.