Ignacio Garibaldy

COLUMNA

Por Ignacio Garibaldy

Columna

Piedra de olvido…

Gómez Palacio, ciudad ojerosa y pintada, tiene poca memoria a corto plazo. Si a usted duda de lo que digo, lo reto a que haga una rápida exploración en su laberinto memorioso, a ver si encuentra rastro del Primer Festival Internacional de Escultura en Piedra.

No se esfuerce demasiado. Estamos para informarle. Se realizó aquí, en el 2011, organizado por la Secretaría de Turismo del estado de DurangYork, el ICED, y nuestro Republicano Ayuntamiento. Según las notas de la época, nos visitaron 30 escultores provenientes de Francia, Italia, Puerto Rico, Uruguay, Argentina, México (CDMX), Guanajuato, Chihuahua (qué bonito es), Puebla, Durango, Coahuila, y La Laguna (tiene dinero, tiene algodón).

El Festival se llevó acabo del 15 de septiembre al 15 de octubre de ése año, como parte de las actividades del Festival Revueltas (que nos ama y odia). Hubo una inversión de $200,000 por parte de la Secretaría de Turismo, y $500,000 por cuenta del ICED (yo también estoy sorprendido). Bajo el concepto de apoyo a los artistas, se erogaron dos mil trescientos dólares por cabeza. No se menciona la entidad que apoquinó el recurso. Quizá sea el equivalente a los $700,000 que resultan de la suma de las aportaciones de las dos instituciones arriba mencionadas.

Al rato les confirmo el dato, déjenme escribir y luego consulto el precio del dólar en ése año para hacer bien las cuentas. Por cierto, a las cantidades dichas, les falta que se les sumen los gastos, sin especificar, de alimentación, hospedaje y traslado.

Las piedras de ónix, mármol, piedra caliza, medían de 190 a 200 cms. de alto, y 100 cms. de base. De ellas, los miguelángeles y miguelángelas buonarottis crearon treinta piezas que se distribuyeron por algunos lugares representativos de Gómez, palacio de la escultura: el Palacio de Gobierno (es virreinal decirle palacio, pero qué le vamos a hacer), la Casa de la Cultura, el Teatro Alberto M. Alvarado, CFE, Presidencia Municipal, la insigne 18 de Marzo, las gloriosas Lasalle, UJED, y la Universidad Politécnica de Gómez Palacio.

Ustedes disculparán la enumeración, pero es que el Instituto de Investigaciones Hemerográficas de nuestra revista, se me encabronaría si no la incluyo.

Bueno, pues desde hace apenas cinco años contamos con un acervo escultórico, y es hora que no vemos a nadie escribiendo poemas, haciendo estudios fotográficos, ni performance en torno a él. Es más, estoy seguro que el 90% de los gomezpalatinos no ha visto todas las esculturas, ni sabe quién las esculpió.

Sé que es una afirmación categórica. Sé que me faltan datos duros para respaldarla. Pero, le invito a que convenga conmigo en ello, en tanto la Unidad de Análisis Demográfico de la revista nos presenta sus encuestas.

Convenga conmigo también en lo siguiente: estoy seguro, amable lector, que usted no se acordaba de las esculturas, y que en este mismo instante se está rascando al cabeza y se dice ‹‹¿Ah, chinga? ¿De veras? ¿Y sí existen esas esculturas? ¿No estará mamando éste cabrón?››.

Le aseguro que no mamo. Bueno, un poco, pero eso no desvirtúa en nada mi punto. En verdad, ahora hay poca memoria sobre ese proyecto y como consecuencia, se carece de sensibilidad ante el trabajo de los artistas involucrados. Ya era para que hubiéramos desarrollado una manifestación sociocultural en torno a las dichosas piezas, como un aquelarre, por ejemplo, pero no.

¿Acaso será que esas esculturas no tienen mérito artístico? Si no es eso ¿será que esas piedras simplemente nos valen un kilo de puritita madre?

La jefa del ala de Tratamiento Psicológico de la revista ya me está mirando feo. Me acaba de susurrar al oído que les aclare que no les estoy reprochando nada. Además, me exige que los invite a no sentirse culpables por desdeñar ese proyecto.

Me acaba de llegar un fax de parte de la Jefatura de Desarrollo Sociológico referente al tema. Dice lo siguiente: “No es posible desarrollar una sensibilidad artístico-contemplativa en torno a las esculturas, en primer lugar porque son muchas, y principalmente porque hasta el 2013, se vivieron tiempos violentos en Gómez Palacio en los que la idea de vida era -es y será- salvarse de morir”.

Me lo digo a mí mismo en términos de barrio, como si hoy fuera el 2011: ‹‹¡Pos a qué horas, pendejo! ¿Cómo quieres, animal, que me ponga a ver esculturas? ¿Te protegen de las balas? ¿Sí te aguantan un calibre 50?››.

Ya en serio, creo firmemente, casi como en Dios, que la era de violencia modificó en grado sumo la vida cultural en La Laguna. Y que hoy arrastramos ciertos traumas, algunas secuelas, que no nos permiten regresar a ese estadio ideal del año 2000 y siguientes, en que vivíamos como en un perpetuo Festival Cervantino.

En verdad hemos cambiado. Ya no funcionan los réquiem a…, las fiestas de la Covadonga, los desfiles con algodón y uva, las obras de teatro que duran tres actos, las noches de queso pan y vino, los bingo, ni el Festival Lerdentino, aunque sí funciona la indignación por la deuda que se tiene con artistas locales (más de un millón de pesos) desde el 2010 y contando…

Quiero salvar una posible confusión. No es que Gómez Palacio, Dgo. carezca de manifestaciones artísticas, ni que andemos cotidianamente en zona de guerra. Se mantiene la violencia pero no es la de antes. Sí se hace literatura, pintura, teatro, música, danza, fotografía, un chingo de arte urbano. De hecho, como proyecto personal, me propongo hablarles de todo eso, a su debido tiempo.

Volviendo a las esculturas, es hora de analizarlas luego de cinco años. Debo determinar el campo de acción, ya que son 30 y éste espacio corto. Les hablaré solamente de las que están en las inmediaciones del Teatro Alberto M. Alvarado.
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Otra vez le invito a convenir conmigo en esto, estimado lector, no sea malo, haga el paro; primero hay que hablar de ellas en cuanto objeto de apropiación del pueblo.

Como recordarán, he dicho que no existe vida sociocultural en torno a ellas. Ni un sacrificio humano. Pero, como ya lo notaron, algún anónimo grafitero dejó en ellas su tag (es decir su firma).

Las tres piezas aquí expuestas han sido tocadas por el grafitti, de una manera que me divierte mucho. Si lo miran más de cerca, en la tercera en la cual aparece claramente una mujer, se puede percibir que ése anónimo grafitero le pintó bellos púbicos de color negro y de color café los pezones, insuflándole otra vida.

Hoy, las esculturas están limpias y sus “intervenciones” son apenas perceptibles. Pero año y medio atrás, contemplé a placer la “intervención” violenta, me reí a carcajadas, y exclamé ‹‹¡Ah, raza!››.

Es que la raza es bien bañada. Tiene la costumbre de trolear monumentos. Hace años se robaron la lanza del Quijote que se encuentra en la calzada Colón y blvd. Independencia en Torreón; la fuente en forma de manzana de AppleBee’s; una vaca de las que mandó hacer la empresa LALA, toda pintada por un artista. Muchos años más atrás, de la galería del Teatro Isauro Martínez, alguien se robó una fotografía de gran formato de Enrique Metinides.

En mi soledad amarga y en mi vida triste cada vez más (verso de una canción de Los Temerarios) me he preguntado qué ganan con robarlas (también me he preguntado cuán infantil soy que me divierten estas cosas). Es que, ¿quién te puede comprar una manzana, una lanza, una vaca, una fotografía? No puedo imaginar al ladrón gozando estéticamente la obra robada, ni subastándola en El Parralito.

Estimados lectores, las piezas sustraídas fueron devueltas tiempo después (de la lanza del Quijote no estoy seguro). Es tarea del Instituto de Investigaciones Especiales proporcionar la respectiva información. Esperemos sus resultados.

Sospecho con el pecho y calculo con el pie derecho que a estas alturas varios lectores me tienen por escritor vulgar. No hay pedo. Comprendo, admiro, promuevo y defenderé a capa y espada vuestra libertad de expresión. Aunado a eso, también se me confundirá con un defensor del vandalismo.

No hay nada más alejado de la realidad. Yo no defiendo la acción de un muchachillo que primero debería rayarse sus nalgas en lugar de la propiedad privada, ni al ladrón que sustrae las placas de bronce de los monumentos, ni al que se lleva las tapas de las alcantarillas, mucho menos al hijo de su pinche madre que raya petroglifos. (Perdón. Me alteré.)

Si se dan cuenta, tampoco estoy dejando salir a mi chairo interior para que juzgue con lupa socialista un proyecto a todas luces oneroso. Ya hice las cuentas. El precio del dólar en el 2011 era de $11.54. Multiplicados por los dos mil trescientos de apoyo, nos da la cantidad de $25,542. Esto, multiplicado por 30 artistas da como resultado $796,260, mucho más de lo que se anunció. Habrá que sumar los costos de alimentación, hospedaje, traslado, y el de las piedras, que no se ha precisado. ¿Qué le gusta? ¿Redondeamos la cantidad al millón?

Mi chairo interior ya está muy indignado. Ya agarró una cartulina para escribir una consigna, porque ya se imaginó la cantidad de cosas que se pudieran haber hecho con menos dinero, durante más tiempo que un mes. Pierdan cuidado. Lo he contenido con una caguama.

El asunto es que estoy elaborando una propuesta diferente a través de las esculturas, de proporciones éticas: ¿Debemos preferir esta clase de apropiación en vez del olvido? Estaríamos hablando de una deconstrucción del discurso anquilosado del arte en donde el espectador contempla arrobado. Imaginen si esas piezas fueran itinerantes, imaginen si el espectador las llevara a su casa y las gozara, imaginen que pudieran construir tres chozas y jamás irse.

Por otro lado, ¿deberíamos ya por fin ver proyectos con objetivos y metas centradas en nuestra realidad, a largo plazo, en lugar de proyectos de magnitudes olímpicas pero inmediatas? ¿Se está fraguando la coyuntura histórica de elegir sesudamente el arte que debamos promover con intensidad?

A priori, fue una buena idea convocar a este Primer Festival Internacional de Escultura en Piedra. Pero, a posteriori, no ha habido un segundo, ni tercero, ni cuarto, ni quinto festival, y si nos asomamos al futuro, no se avizora a nadie, a ninguna institución gubernamental, que se le he ocurra la idea millonaria de organizarlo otra vez, pues sale caro financiarlo.

Por si fuera poco, la calidad de las esculturas, en tanto obras de arte, puede ser cuestionada de una manera muy sencilla: si fueran estéticamente bellas en sí, causarían placer; por lo tanto, miles y miles de turistas vendrían de otros países a contemplarlas, empezando por los gomezpalatinos -quienes, se ha comprobado, no somos insensibles al arte-; investigadores becados por museos europeos vendrían de otras latitudes… a hacer algo con ellas; estarían valuadas en cientos de miles de pesos, o aseguradas por una cantidad similar a la de las piernas de Alejandra Guzmán.

A fortiori –que significa a fuerza o podríamos usar el término a huevori que significa ¡a huevo!– el Primer Festival Internacional de Escultura en Piedra resultó ser un proyecto fallido en el mediano plazo.

No es difícil encontrar la causa. Las causas, mejor dicho. Si partimos de la suposición de que era buena idea hacerlo, echemos la culpa a quien no promovió las obras al segundo año; a quien no ha organizado aquelarres y sacrificios humanos; a quien no ha hecho que los escultores vuelvan para retomar sus obras; a quien las mancilla con tags incomprensibles; al cronista que no escribe sobre ellas; y un poco de culpa al ciudadano que ni se pregunta ¿de quen chón?

Los proyectos culturales gomezpalatinos de mediano y largo que sí funcionan y que sí podrían colocar en el mapa a la ciudad, son la Bienal de Pintura de Gómez Palacio, y la Escuela Municipal de Música Silvestre Revueltas.

El Ayuntamiento los ha apoyado con un presupuesto austero, manteniendo cierto rango de autonomía, no sin librarse de los avatares burocráticos, ni de las peculiaridades de las que han dirigido la Dependencia Cultural.

Pero más allá de las dependencias, otros proyectos culturales funcionan, parten del entendido que no van a imponer su arte, como evangelización cristiana en el México prehispánico.

Más bien, entran en diálogo con el entorno, con la gente, con su cultura, facilitando la realización de proyectos no menos complejos ni menos trascendentales que un festival.

Yo creo que más o menos me va creyendo, estimado lector. Pero, ¡espérese!, hay muchas cosas más de las que me puedo servir para comprobar lo que digo. Nos daremos varias vueltas por la Escuela de Música Silvestre Revueltas; el proyecto “Dale voz a tus manos”; de los Caballeros del Plan G; de Gustavo Montes Rodríguez (quien sí me representa, aquí y en la bóveda celeste); de los Cardencheros de Sapioriz; y del legado de Ernestina Gamboa de Almeida con el cual, no queda de otra que quitarse el sombrero.

Ignacio Garibaldy

Ignacio Garibaldy

Licenciado en Filosofía. Dramaturgo egresado del diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna. Becario del FECAC en la categoría de jóvenes creadores (2006-2007). Autor de Tres tristes vírgenes (U.A. de C. Siglo XXI. Escritores Coahuilenses. Cuarta Serie. 2011). Ganador del Premio Nacional de Dramaturgia de obra de teatro para niños, niñas y jóvenes Perla Szchumacher 2022 por la obra La voz de la tierra roja.