Ignacio Garibaldy

COLUMNA

Por Ignacio Garibaldy

Columna

Bloqueo de escritor

Es esa enfermedad moderna, creada por el hombre al mismo tiempo que la depresión pos parto, el dolor de espalda, el calentamiento global, el SIDA.

Describe la afección dolorosa que provoca el no poder escribir. Así como lo dijera Vallejo –el César-, “Quiero escribir pero me sale espuma”, pero con un gemido lastimero.

En otras palabras es la incapacidad total momentánea que tiene el escritor, en exclusiva –porque no se aplica a ninguna otra profesión. Es decir, no hay un abogado que diga “ay, no quiero litigar”, no hay un maquillista que diga “ay, no me salen las sombras”.

No terminé la idea. Dije que es la incapacidad total momentánea que priva al escritor de sus facultades grafológicas. O sea, no puede escribir. No puede poner una letra junto con la otra para formar una oración.

En otros casos muestra síntomas de entumecimiento de las cualidades volitivas para continuar con los o tres renglones que escribió en una servilleta, la otra vez que estuvo en la cantina y sintió el llamado de la inspiración.

El síntoma más claro es la queja. El escritor pega un grito estridente, como si recién le hubieran amputado las piernas. Peor que una madre cuando se le pierde el hijo. Más grave que cuando te golpeas el dedo chiquito del pie con una pata de la mesa.

Si la Llorona gritaba “¡Ay, mis hijos!”, la nueva llorona letrada grita “¡No puedo escribir! ¡AMLO perderá la elección si yo no escribo!”

Cuando teclee bloqueo de escritor en Youtube, me saltaron un chingo de videos. Solo le di play al primero por que sugería varios trucos creativos para sanar del bloqueo escritural.

Un primer consejo es recordar el objetivo inicial del texto. Muy bien. ¿Qué quería yo con esto? Ya me acordé: que AMLO gane la elección del 2018. ¡Eureka! ¡Ya puedo escribir otra vez!

Otro consejo que se da es que se consulte a alguien acerca de lo que se está escribiendo. ¿Tiene un momento para hablar de los elementos lagunerológicos en el Cantar del Mío Cid? Oye, putilla piñatezca, te escribí un poema y quiero tu opinión. Si quieres, después de que me traigas la caguama que me vas a fiar.

Un tercer consejo es cambiar de perspectiva, ponerse en el lugar del personaje. A ver, estimado personaje que escribí yo, haz de cuenta que tú eres yo y que yo soy tú. Y luego entonces tú escribes sobre mí y me lo prestas para leerlo yo. ¡En la madre! ¡Escribes puras pendejadas!

Esos tres consejos anteriores fueron de aproximación a la obra. Siguen los de distanciamiento.

Básicamente se resumen en que si no tienes ganas de escribir, no escribas. Ponte a hacer otra cosa. Lánzate por unas cheves y pistea. Lánzate a la pista de tartán y camina. Mira, ahí está una preparatoria abierta, ve y termínala. Básicamente, deja de hacerte pendejo ante la computadora y ve a hacerte pendejo a otra parte.

Pero además, cuando se habla de bloque de escritor, a lo anterior se agrega un tema que no siempre ha relucido en las brillantes mentes de los escritores locales, esos preclaros seres divinos que nos deleitan con sus facebookazos.

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Imagínense el caso: estar preparado para escribir, ver la hoja en blanco, y que no se pueda tomar y lápiz y violar esa hoja. La hoja se convierte en Moloc, en cualquier payaso, en alturas, en araña, en una demanda de manutención.

Estrictamente hablando, eso no da miedo. Ni zozobra, ni rete angustia. Ni que fuera caminar por la Durangueña, esa bonita colonia de Torreón a la que puedes entrar, pero de la que difícilmente puedes salir.

El miedo a la hoja en blanco, el bloqueo de escritor, es simplemente una desesperación infantiloide que se soluciona esperando a que estemos de mejor humor para poder escribir.

Por que, luego se regresa a ese escrito abandonado, para darle continuidad. Luego se regresa a esa hoja en blanco y se le embaraza de renglones. A veces con mejor perspectiva, con mejores herramientas técnicas o con una mejor visión de la vida.

¡Uy, uy, pinche vato superior! ¡Te crees la mera verga porque a ti sí te viene saliendo lo que viene siendo la escritura! A mí también, pero sólo para liberar al mundo de su opresión.

No, pendejo. Así no va esta vaina. Te explico, animal. Resulta que no es lo mismo enfrentarse al bloqueo de escritor, si es que convenimos en que existe, cuando eres un iniciado que cuando ya tienes cierto tiempo. Y yo ya soy de tiempo, pero antes fui un pobre venadito que habita en la serranía, un venadito inicial, pues.

Viene a mi memoria la memoria de dos talleres de poesía en los que participé cuando iniciaba en la literatura. En uno fui la quinta maravilla, el Bretón gomenzo, el Apollinare de la termo. Y esos mismos poemas, casi listos a publicarse en tres idiomas, los llevé luego a otro taller con otro maestro, quien me los deshizo en un pestañear. Es que estaban bien caquitas. Bueno, pues al día siguiente del taller, no pude ni escribir mi nombre en los recibos de nómina.

Y ahí estaba yo, en la encrucijada de mi vida, pensando en que si debería seguir en el doloroso camino de las letras, o de plano volver a la mecánica automotriz. Como resultado, heme aquí, escribiendo. Una verdadera historia de triunfo personal.

Bueno, pues ahora es otra clase de miedo imaginario, de terror imaginario, de angustia imaginaria al cuadrado imaginario. El pedo es saber si lo que escribo tiene valía. ¡Oh, sí, animal! A tanto tiempo de haber iniciado, llega el tiempo de exponerse con profesionalidad, y a pesar de los halagos que se pueden recibir, puede uno revisar sus escritos y decir: ¿será muy tarde para volver a la mecánica?

Pero a mí el miedo se me pasa cuando pienso en que el tiempo dará la razón.

¡Ah! Pero, sabia virtud de conocer al tiempo, tanto como para no dejarlo todo en sus manoplas. El truco estará en detenerse de vez en cuando, evaluar lo que se ha hecho, experimentar otros tonos, otros escritos, someterlos al sabio escrutinio personal y al de los camaradas. Escribir, analizar, evolucionar, y en caso de que lo que se escriba valga pura madre, retirarse.

¿No será esa la cuestión de mayor importancia, la que verdaderamente nos debe hacer orinar del miedo a los escritores? Es decir, ¿sabremos dilucidar el momento de retirarse de esta profesión?

No dejo de figurarme lo hermoso que sería que el escritorzuelo, con todo y sus becas, premios, menciones en revistas, likes en sus páginas de Facebook, un día se lesionara la garganta y ya no hablara; que un día se lesionara las dos manos y no escribiera; mejor aún, que el bloqueo de escritor lo dejara tan tullido que dijera “hay mejor la vemos”.

Miren, sirve que nos ahorramos la pena de que el público, en una situación imaginaria, se cansara de nosotros, dejara de leernos, que expresara algo así como “ya se repitió”, “¿para qué compré su libro?”, “ya me cansé de generarle regalías”. O peor aún, como en un juego de futbol llanero, que el querido público nos gritara desde la tribuna “¡Ya mejor retírate, anciano!” y que nos vaciara su caguama encima.

Ignacio Garibaldy

Ignacio Garibaldy

Licenciado en Filosofía. Dramaturgo egresado del diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna. Becario del FECAC en la categoría de jóvenes creadores (2006-2007). Autor de Tres tristes vírgenes (U.A. de C. Siglo XXI. Escritores Coahuilenses. Cuarta Serie. 2011). Ganador del Premio Nacional de Dramaturgia de obra de teatro para niños, niñas y jóvenes Perla Szchumacher 2022 por la obra La voz de la tierra roja.