Alfredo Loera

COLUMNA

Por Alfredo Loera

Columna

La lectura como un acto libertador

Más de una ocasión he escuchado que la lectura libera, que da a los lectores una posibilidad de mundo más amplia o que incluso puede asistir en los quehaceres de la vida. Llevo ya algún tiempo leyendo libros y revisando cómo la lectura de esos libros ha cambiado mi espectro de pensamiento. Me he preguntado si en verdad en mi experiencia personal ha ocurrido una mejora a causa de este hábito (como se dice tantas veces en la promoción del mismo). También, he observado (casi que espiado) a otras personas que son lectores y que sin duda han leído mucho más que yo. Los escucho, me relaciono con ellos y del mismo modo me he preguntado qué tanto dichas personas son más libres que alguien que no lee.

Me parece que la pregunta es legítima y que intentar contestarla ayudará a comprender cómo la lectura es benéfica. No me agrada cuando las cuestiones se idolatran, cuando se convierten en panaceas. Siempre que alguien plantea algún recurso, algún hecho como última solución me da desconfianza. No confío cuando se dice que la lectura como por arte de magia hará mejores a las personas o que les traerá beneficios. Asimismo, considero que el cuestionamiento me atañe, porque cada vez soy más viejo y cada vez el rol que tengo en la sociedad es el de guía. Cuando estoy frente a jóvenes y me preguntan no sé qué responderles. Me parece perverso hacerles creer hechos que son falsos, no me gustan las mentiras piadosas. Ni respuestas como “ya lo sabrás cuando seas grande”.

Comento lo anterior porque he sido guía de jóvenes y normalmente a estos se les pide que lean. Yo me pregunto ¿es en verdad mejor que lean, así de manera irreflexiva, sólo porque está en el discurso? Yo a mis alumnos de preparatoria les digo que mejor vivan. De leer a vivir, les digo, mejor vivir. Mejor enamorarse, mejor salir a correr, salir a ver el mundo. Conocer personas, tener amigos. Sé que suena contradictorio, porque da la impresión de que a pesar de ser yo un individuo dedicado al ámbito de la lectura tengo un problema con ella. Ya en otras ocasiones he escrito en relación con el tema (aquí). Para mí, vivir la vida es mejor que sentarse a leer. Por supuesto, que para mí vivir la vida es condición sine qua non hacerlo de un modo auténtico. Si un joven me pregunta ¿qué es mejor: leer o ir con la novia? Yo le respondo que ir con la novia, pero sólo si esa novia auténticamente tiene una relación amorosa contigo. Si vas a ir para denigrarla o para pretender una relación, mejor no lo hagas. Si tu vida no es auténtica mejor siéntate a leer un libro. Quizá en la lectura encuentres un rompimiento con las fantasmagorías del mundo.

La lectura, como comenté en un texto anterior, es válida como detonante de experiencias. Aunque contradictoriamente la comprensión de un texto está en correlación con esas mismas experiencias. Es la sociedad, los padres, los maestros quienes deben preocuparse porque los jóvenes tengan la sensibilidad de poder comprender realidades que se reelaboran en los libros. El libro abandonado en las manos de los chicos, no va a poder hacer casi nada.

La lectura no es un hecho aislado, sino que se da dentro de un contexto. Mucho depende del contexto para que la lectura tenga beneficios. Otra cuestión importante que atañe al provecho de la lectura tiene que ver con el origen de ésta. ¿Por qué lees?, les preguntaría a los lectores compulsivos. Si se lee para encontrar verdades últimas, me parece que el proceso de la lectura se interrumpe. El lector que toma la lectura como palabra inamovible es un lector malogrado, un lector que lee para no vivir. Por otro lado, el lector que lee para cuestionar la vida y de entrada entiende que todo texto es fallido, es quien completa el proceso de la lectura. Tiendo a pensar que ese es el lector que lee para vivir. Sé que estas ideas son contradictorias y que he entrado a una zona peligrosa. Comento que este texto no fue pensado para dar respuestas, al menos no explícitamente.

Decimos que hay que leer para alcanzar la libertad. La libertad está en no creer todo lo que está escrito en un libro, así como no creer todo lo que pasa en la vida. El libro que se toma como verdad última encierra, encarcela, porque deja al lector sin voluntad y sin albedrío. Yo no recomiendo leer para delimitar la vida, ni leer para que me digan lo que es el amor en un sentido último. Yo, más bien, recomiendo leer para tener un diálogo, por eso es importante la experiencia. La confusión se da porque a los jóvenes se les dice que lo que está escrito es palabra sagrada. Sin embargo, muchas veces lo que está en los libros no corresponde con la realidad de los lectores. El lector ingenuo al leer un libro muchas veces se encuentra en un laberinto, porque puede llegar a pensar que la definición de amor, o valentía, no es algo que en su experiencia tenga correlación, que por lo tanto niega la realidad, lo cual es el primer paso para tomar un camino enajenante. El mal guía es aquel que pone al libro por encima de la experiencia. El guía necesita contextualizar. Según el contexto de este libro, el amor es esto, ¿por qué en tu contexto no funciona de esa manera? Y es ahí cuando ambas realidades se empalman y cuando la lectura tiene la posibilidad de ampliar los horizontes.
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Hay una frase de Jorge Luis Borges que me parece muy sabia que más o menos dice así: «Nunca le des un libro a un idiota.» Esta idea puede sonar escandalosa, pero Borges no lo dice por elitismo, sino porque muchos libros mal leídos, y una de las peores lecturas es tomar las ideas como verdades últimas, han ocasionado muchos males. Tenemos por ejemplo la pésima lectura que se hizo de la Biblia, la cual justificó a la Inquisición. Asimismo, está la pésima lectura que se hizo de El Capital, que también disculpó la dictadura de Stalin; la pésima lectura que se hizo de los libros de Nietzsche lo cual también respaldó a los nazis. Este tipo de lectura difícilmente puede considerarse libertadora y es necesario considerarlo al momento de decirle a los jóvenes que lean.

Ahora bien, no comento esto para inhibir la lectura, sino para sortear los errores que pueden cometerse. Un error, una malinterpretación inhibe y destruye en mayor grado el acto de leer. El joven necesita una guía para evitar caer en estos callejones sin salida. He visto y experimentado en carne propia cómo la lectura más que liberarme me encarcela. Todas las veces que me he sentido encarcelado por la lectura (tengo que aceptar que soy un lector muy pasional) ha sido porque cometí el error de darle a las ideas del mismo el nivel de palabras sagradas. Un joven que padezca los mismos efectos dejará de leer a menos de que se le dé una alternativa.

Y es aquí donde me viene a la mente otro aforismo, esta vez de Tomás de Aquino: “Desconfía del hombre de un solo libro.” No es bueno leer un único autor ni un único libro, porque todos los libros tienen prejuicios. Para poder advertirlos hace falta confrontarlos con otros, pero también con la experiencia. ¿Es esto verdad, así como se plantea? ¿Hay autores que lo refutan? ¿Y por qué cuando lo he vivido ha ocurrido de otra manera? Siempre hay que cuestionarse, dejar de hacerlo nos convierte en malos lectores, y un mal lector no tendrá los beneficios de leer libros.

El tema es vasto y en este pequeño escrito no me es posible abarcarlo. Sin embargo, pienso que, como todo acto, el de la lectura no puede hacerse de un modo ingenuo. Hacerlo puede generar los resultados contrarios. La lectura para ser libertadora tiene sus caminos y ese no es el de lo sagrado.

Alfredo Loera

Alfredo Loera

Alfredo Loera (Torreón, 1983) es Maestro en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Inició sus estudios de literatura en la Escuela de Escritores de La Laguna. De 2009 a 2011 fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Publicaciones suyas han aparecido en revistas como Casa del tiempo, Círculo de poesía, Fundación, Pliego 16, Ad Libitum, Este país, Siglo Nuevo. Sus libros son Aquella luz púrpura, (2010, 2017, 2023); Wish you were here, (2019, 2023); Guerra de intervención (2022), disponibles en Amazon como ebook o libro impreso.