Ignacio Garibaldy

COLUMNA

Materia de distintos días

Por Ignacio Garibaldy

Columna

La historia del zoológico

(Teatro de cámara Jorge Méndez, 6 de diciembre 2013)

Acto único

Pasa algo curioso con La historia del zoológico, la obra más popular y fascinante de Edward Albee: es de gran calidad, equilibrada en forma y contenido, casi poética, nos sirve como objeto de estudio y parámetro para medir nuestra creación, y sin embargo, nos resulta difícil llevarla a escena, probablemente porque sentimos que no dirá mucho a la sociedad contemporánea. Aún más, que nosotros, como entidades teatrales, “no podemos hacerla todavía”.

Sucede lo mismo con Esperando a Godot, de Beckett, Háblame como la lluvia y déjame escuchar y El caso de las petunias pisoteadas, de Williams, De la calle, de González Dávila, Rosa de dos aromas de Carballido, entre otras que años atrás se produjeron revestidas de importancia y que, al no ser retomadas u olvidadas, pareciera que tendrían un acto único de aparición en la historia de las representaciones en escenarios laguneros.

A partir de esta circunstancia infiero que Juan Carlos Martínez sintió que a nuestro público “ya le tocaba” presenciar esta obra. Aún más, sintió que a la entidad teatral del Diplomado en Teatro de la U.A. de C., “ya le tocaba” hacer La historia del zoológico, —cuyo antecedente, el único que tengo al momento, se remonta a 1979, año en que Rogelio Luévano la monta en el Teatro Mayrán, con Ramón Flores Llama en el papel de Peter y el mismo Rogelio como Jerry.

Pausa

Edward Albee –también autor de ¿Quién le teme a Virginia Woolf? –, en La historia del zoológico centra la acción en dos personajes: Peter y Jerry. El primero es completamente pasivo, el segundo es acción frenética que va de menos a más conforme transcurre la obra. En ella, Jerry aborda a Peter, a quien no conoce, con la ya famosa línea “He estado en el zoológico”, aparentemente para iniciar una conversación. Peter finge interés en la historia de Jerry. Éste, usa su historia para molestar a Peter quien es invadido física y emocionalmente, y llevado al grado máximo de perturbación que lo orilla a realizar lo impensable, el peor acto para su propia escala de valores: un asesinato.

La obra devela la paranoia social de la clase media alta norteamericana representada en Peter. También devela la respuesta a esa represión en Jerry, una válvula de escape que truena, una persona empujada al límite cuya locura estalla con una reacción intensamente desproporcionada en fuerza, como los asesinos o violadores en serie, los que disparan a universitarios, los que provocan suicidios colectivos, etc., que se producen en serie y durante décadas en Estados Unidos.

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Albee usa la praxis como eje dramático más que el discurso existencialista: Jerry interroga a Peter sobre su vida y lo interrumpe antes que pueda darle sentido completo a lo que habla, mucho antes de que se logre una conversación verdadera. Por otro lado, Peter, cuando puede esbozar lo que es, se manifiesta desde su clase social, mira a Jerry desde arriba, se conmueve hasta la pena, intenta asir su persona pero no deja de verlo como un miserable más. A fin de cuentas ambos personajes no quieren escuchar ni ser escuchados sino sólo decirse. Así se demuestra que la comunicación, si es que existe, es mera convención.

La historia de La historia… y Juan Carlos

En el montaje actual, se nota que el esfuerzo va decididamente dirigido a consolidar una técnica histriónica que logre la propuesta del director y que se imponga sobre el espectáculo.

Juan Carlos Martínez interviene «La Historia…», dobla a los personajes hasta lograr la aparición de una locura diferente: hace de Jerry un ser melancólico y no el frenético que se lee y se acota en la obra de Albee.

En la parte del monólogo, en cuya acotación se indica la fuerza y la intención con la que debe hacerse, el director le baja la velocidad a las palabras y acciones de Jerry quien hace pausas para fijarse en las reacciones de Peter, lo espera, lo revisa, lo evalúa, casi logran una especie de diálogo. Ahí es el punto alto de la melancolía que permea el montaje entero, el momento donde se manifiesta completamente la técnica impuesta por el director, donde se experimenta y donde reside el riesgo de cambiarle el sentido de la obra.

El plantear un Jerry melancólico, el hacer del monólogo un diálogo, el que los actores manoteen, griten y gimoteen demasiado, pueden oscurecer la sorpresa que provoca el descubrir la intención que Jerry siempre tuvo, y en general, que veamos un trabajo ensimismado en la técnica. Pero también nos hace ver, con mayor frecuencia, una estabilidad en el desarrollo de una propuesta a través del texto, casi una creación que se independiza del mismo sin que repulse a la razón del que la observa con detenimiento.

Esta condición del montaje que ofrecen los integrantes del Diplomado en Teatro de la U.A. de C., que crea un oficio para los actores, también atrae la atención para sus próximos proyectos. Es probable que lleguen a sorprender.

Ignacio Garibaldy

Ignacio Garibaldy

Licenciado en Filosofía. Dramaturgo egresado del diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna. Becario del FECAC en la categoría de jóvenes creadores (2006-2007). Autor de Tres tristes vírgenes (U.A. de C. Siglo XXI. Escritores Coahuilenses. Cuarta Serie. 2011). Ganador del Premio Nacional de Dramaturgia de obra de teatro para niños, niñas y jóvenes Perla Szchumacher 2022 por la obra La voz de la tierra roja.