Cuento

Paredones

DALIA

Caminamos sobre el río. Desde el amanecer lo hacemos. Los hombres del pueblo nos forzaron. Andamos sobre esta tierra que despacio resplandece con la luz del sol. El cielo aún es oscuro; el alba, un tibio balbuceo grisáceo en el horizonte.

Llevamos ya algún tiempo y la arena ha cubierto nuestros ojos y cabellos, nuestros pies descalzos que en el cauce no generan ningún ruido. A veces nos detenemos para reagruparnos, y después nos ponemos de nuevo en marcha perfiladas a contraluz.

Para nosotras sólo está la otra orilla, con sus mezquites que se balancean en los vestigios de la noche. Ahí tendremos que esperar. Es lo convenido, una tradición de Paredones.

A pesar de las angustias, a pesar de la aridez, tomamos el camino. A nuestras espaldas son densas las miradas.

Somos las mujeres de las tres noches, somos las mujeres que espantamos a los pájaros, las mujeres que dan sombra, las que echamos raíces en suelo estéril, las de la uva, del algodón, de los dátiles; las mujeres de los pozos de agua inalcanzables, de las lágrimas; las mujeres de las tonaditas nocturnas, de la soledad; las mujeres de piel de mediodía, de las rocas pulverizadas, las mujeres del agua imaginaria. Las mujeres de los que atraviesan el llano, las que sueñan con fuego, las de ojos de gato, las que se convierten en lechuzas, las que saben los corridos, las mujeres de a centavo, las de tres canciones; mujeres abandonadas, mujeres de mil rostros, mujeres pacientes, cómplices, repartidas; mujeres deseadas, mujeres reliquias, mujeres casi vírgenes, mujeres con hambre, cansadas, que duermen en las mesas de los rincones, mujeres borrachas, mujeres celosas, mujeres serviciales, mujeres orgullosas, mujeres expuestas, mujeres exigentes, mujeres desprendidas, mujeres usurpadoras, mujeres que caminamos sobre el río el día de la muerte de Cristo.

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Varios

Guerra de intervención (fragmento)

I FOUGHT FOR THIS COUNTRY

Otra vez la noche ha estado llena de pesadillas. Ya no se trata de pesadillas de la guerra, ya no vienen las imágenes de cuando mutilaron tu pierna izquierda y gritaste temeroso, como un cobarde, pues creías que te mataban, sino que ahora se trata de cuando te separaron de Margaret y de tu hijo. Ves otra vez a los policías de migración sacarte del carro y no hacer caso a tus palabras. Desde entonces sueñas que no puedes hablar inglés y que por eso te llevan. Sueñas que no puedes hablar esa lengua que creías tuya a tal grado de que ahora que despiertas no estás seguro de que eso no sea cierto. Sientes la boca trabada, mientras miras el techo cada vez más iluminado, y sientes terror de no poder hacerlo, sientes aprensión por pararte y verte en el espejo y descubrir otra vez esos rasgos latinos, ese cabello lacio de indio mestizo, ese perfil arabesco; el bigote oscuro, los ojos de pupilas aún más negras. Sientes miedo de pararte y estar en México, a dos mil setecientos kilómetros de tu familia.

Como sea cuando da el mediodía no puedes hacer otra cosa más que levantarte. Es jueves y tienes descanso en el call center. Necesitas buscar algo de comer. Sin embargo, no deseas encontrar a ninguno de los viejos de la vecindad. La vecindad está habitada por ancianos solitarios que a tus ojos se asemejan más a cadáveres, a momias que repiten las mismas ideas una y otra vez. La mayoría son hombres abandonados por sus familias que en los distintos cuartos esperan la muerte. No los soportas, quizá porque crees que, al cabo de los años, ese será tu destino en este país insólito, incluso para ti que has pisado más allá del Atlántico; que no serás capaz de salir de esta realidad enrarecida y absurda, colmada de pesadillas y de lunáticos que continuamente buscan hablar contigo, aunque los rehúyas.

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Cuento

Wish your were here (fragmento)

So, so you think you can tell
Heaven from hell
Blue skies from pain
Can you tell a green field
From a cold steel rail?
A smile from a veil?
Do you think you can tell?

Wish you were here, Pink Floyd

LADO A

Era de noche y André caminaba por el bulevar. De su hombro derecho colgaba una guitarra y un morral con sus cosas. No era muy tarde; sin embargo, no sabía a dónde dirigirse. Llevaba dos días que había decidido salir de su casa. Ahora iba un tanto despreocupado: la noche anterior se acostó en la banca de un parque. Conocía bien la zona, así que no le extrañaba quedarse donde fuera. Caminaba y sus pasos eran contundentes. Tenía el cuerpo espigado y muy escuálido; aun así, sus miembros guardaban cierta fortaleza. Su cabello era corto y negro. Usaba unos lentes que desde hacía mucho ya no le ayudaban. Quizás esta podía ser su única preocupación, batallaba para enfocar los objetos. Anduvo así por el bulevar con sus jeans y playera negra; deseaba cansarse, para acostarse sin problemas de insomnio en algún sitio. Cerca de ahí se encontraba un bosque urbano con grandes árboles. Pensó que lo mejor sería ir a acostarse en ese lugar. Pero sólo por un tiempo, pues lo que más deseaba era irse lejos, ya no estar entre las mismas personas, con los mismos amigos ignorantes, y en especial sin estar cerca de su madre. Ella era la más tonta de todos. No quería pensar en esa mujer. Le parecía de lo más vulgar, desde siempre, desde que tomó consciencia. Su padre tenía razón: ella era una puta.

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Varios

El pequeño sutra del árbol y del fruto

Capítulo 4: Samadhi bidibidi

¿Cuánta información puede estar contenida dentro de una casa? No hablo de discos duros ni de archivos. Hablo de cuantas cosas pueden decirnos sobre las personas que las habitan los objetos que en ella están contenidos, su disposición, el desgaste que tiene cada cosa y si hay suerte quizá algo escrito, a veces en lugares donde uno no los buscaría. Qué puede decirme sobre Beto, por ejemplo, que la chapa de la puerta del baño cercano a su habitación esté muy rota, el polvo acumulado dice que desde hace mucho tiempo y al parecer por una patada desde afuera. Que me puede decir que en la sala solo sea el sillón individual el que tiene el asiento ablandado y haya una pila de revistas y libros en la mesita de justo al lado. Sé muy bien lo que me dice que su alacena este llena de harina de trigo caducada y que haya dos paquetes de 50 velitas de cumpleaños nuevas dentro de su refrigerador. Hay una foto de mamá y mía en su mesita de noche, y otra foto de Julia, mi madre y yo más reciente también ahí y sé muy bien lo que esas fotos quieren decir. Aunque también hay algunas otras cosas que parecen un misterio, como el block parado que por ninguna razón está en fondo del zaguán. Seguir leyendo