Cuento

Tratado de la desesperación

A través de los ojos de un ave nocturna, desde lo alto podemos observar el resplandor amarillo de las aguas. Fluyen oscuras en el canal de riego. Los arbotantes melancólicos iluminan el camino de piedras, suburbano, a las orillas, pero sobre todo crean el relieve para trazar las olas y la espuma tóxica. Hay en el cauce una fetidez de óxido. Planeamos y ahora nos acercamos hacia el puente. De vez en cuando algún automóvil transita por la estrecha carretera, y con sus faros modifica el color ámbar de la noche, y proyecta una delgada sombra sobre la corriente con un fondo blanco. Al detenernos, descubrimos el origen de la silueta. Es la figura de un adolescente. Seguir leyendo

Cuento

Negro Didnava

Aquel mundo, tan parecido al nuestro en muchos aspectos y diferente en tantos otros, está llegando al fin del ciclo de rotación a su estrella, es decir también están por terminar su año. Ululen, un pequeño de la especie que habita aquel orbe se encuentra muy muy nervioso porque se acerca el día 52 de Breciendí (que es el último mes de su calendario) y tiene que hacer su carta a Solc Atnas.

Pareciera trivial que un niño de 7 slokis (alrededor de 7 años terrestres) tenga tanto miedo de escribir una misiva a alguna persona, pero nada de eso es irracional. Solc Atnas no es una persona, es una entidad bastante atemorizante. Si quisiera describirlo diría que se trata de una especie de demonio que se dedica a llevarse las cosas valiosas de los demás. Es por eso que Ululen está nervioso. Al cumplir sus 7 ahora él tiene que hacerse cargo de anotar lo que él quiere preservar y, lo más importante, a quienes quiere preservar, porque Solc Atnas no solo hace que desaparezcan cosas también se lleva individuos e incluso recuerdos sí se comete algún descuido.
Todos, grandes y chicos, en aquel lugar tienen que elaborar una lista que contenga las personas y cosas que desean preservar porque ese ente llega por debajo de la tierra, revisa todas las listas y si alguna persona, o alguna cosa, no está anotada en ningún lugar lo sustrae y se lo lleva al lugar más caliente del planeta de dónde no puede ser rescatado. Si por equivocación alguien escribe en el papel el nombre de alguien o alguna cosa que ya no exista entonces el flaco Sloc puede llevarse esa memoria. Se lleva ese recuerdo en venganza, por enojo, al pensar que lo quieren engañar enlistando alguien que ya no vive o alguna cosa que fue destruida.

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Cuento

CASI TODO SOBRE ÉSTE Y SOBRE AQUÉL

CAPÍTULO PRIMERO
UN INSULSO VIAJE EN CHAPALOVE

Esta es una de esas raras veces en que el chámion no va tan lleno y yo no estoy presionado de dejarle el asiento a ancianos cerillitos, a inválidos pediches o a señoras gordas que se suben con mandado y niños. Además, el ChapaLove me arrulla a volantazos y los rayos del sol entran por la ventanilla y se me clavan en los ojos haciéndome soñar. Seguir leyendo

Cuento

Paredones

DALIA

Caminamos sobre el río. Desde el amanecer lo hacemos. Los hombres del pueblo nos forzaron. Andamos sobre esta tierra que despacio resplandece con la luz del sol. El cielo aún es oscuro; el alba, un tibio balbuceo grisáceo en el horizonte.

Llevamos ya algún tiempo y la arena ha cubierto nuestros ojos y cabellos, nuestros pies descalzos que en el cauce no generan ningún ruido. A veces nos detenemos para reagruparnos, y después nos ponemos de nuevo en marcha perfiladas a contraluz.

Para nosotras sólo está la otra orilla, con sus mezquites que se balancean en los vestigios de la noche. Ahí tendremos que esperar. Es lo convenido, una tradición de Paredones.

A pesar de las angustias, a pesar de la aridez, tomamos el camino. A nuestras espaldas son densas las miradas.

Somos las mujeres de las tres noches, somos las mujeres que espantamos a los pájaros, las mujeres que dan sombra, las que echamos raíces en suelo estéril, las de la uva, del algodón, de los dátiles; las mujeres de los pozos de agua inalcanzables, de las lágrimas; las mujeres de las tonaditas nocturnas, de la soledad; las mujeres de piel de mediodía, de las rocas pulverizadas, las mujeres del agua imaginaria. Las mujeres de los que atraviesan el llano, las que sueñan con fuego, las de ojos de gato, las que se convierten en lechuzas, las que saben los corridos, las mujeres de a centavo, las de tres canciones; mujeres abandonadas, mujeres de mil rostros, mujeres pacientes, cómplices, repartidas; mujeres deseadas, mujeres reliquias, mujeres casi vírgenes, mujeres con hambre, cansadas, que duermen en las mesas de los rincones, mujeres borrachas, mujeres celosas, mujeres serviciales, mujeres orgullosas, mujeres expuestas, mujeres exigentes, mujeres desprendidas, mujeres usurpadoras, mujeres que caminamos sobre el río el día de la muerte de Cristo.

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Cuento

Wish your were here (fragmento)

So, so you think you can tell
Heaven from hell
Blue skies from pain
Can you tell a green field
From a cold steel rail?
A smile from a veil?
Do you think you can tell?

Wish you were here, Pink Floyd

LADO A

Era de noche y André caminaba por el bulevar. De su hombro derecho colgaba una guitarra y un morral con sus cosas. No era muy tarde; sin embargo, no sabía a dónde dirigirse. Llevaba dos días que había decidido salir de su casa. Ahora iba un tanto despreocupado: la noche anterior se acostó en la banca de un parque. Conocía bien la zona, así que no le extrañaba quedarse donde fuera. Caminaba y sus pasos eran contundentes. Tenía el cuerpo espigado y muy escuálido; aun así, sus miembros guardaban cierta fortaleza. Su cabello era corto y negro. Usaba unos lentes que desde hacía mucho ya no le ayudaban. Quizás esta podía ser su única preocupación, batallaba para enfocar los objetos. Anduvo así por el bulevar con sus jeans y playera negra; deseaba cansarse, para acostarse sin problemas de insomnio en algún sitio. Cerca de ahí se encontraba un bosque urbano con grandes árboles. Pensó que lo mejor sería ir a acostarse en ese lugar. Pero sólo por un tiempo, pues lo que más deseaba era irse lejos, ya no estar entre las mismas personas, con los mismos amigos ignorantes, y en especial sin estar cerca de su madre. Ella era la más tonta de todos. No quería pensar en esa mujer. Le parecía de lo más vulgar, desde siempre, desde que tomó consciencia. Su padre tenía razón: ella era una puta.

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Cuento

Lacricholo (el tiro final)

S T A G E 1

A cada pedaleo en su ranfla, Lacricholo sentía que debajo de sus Dickies sus muslos aumentaban en masa muscular. Bien podría ir en carro de sitio a casa de su jaina, Sagy La Güera, pero quería hacer pierna para dejarla igual que brazos y pecho, ejercitados una hora antes en el gimnasio Mijares, en donde tiraba guante.

Por ir pensando en las manos de su jaina apretándole las piernas, estuvo a punto de caer en una alcantarilla destapada. La esquivó y frenó quemando llanta. Se asomó al hoyo y le escupió. El gargajo jamás encontró el agua sucia. Si hubiera caído dentro de él, pensó, a lo mejor era lo más seguro que nadie escuchara sus gritos y que su cuerpo jamás fuera encontrado. Imaginó a su Jechu rezando de rodillas ante la alcantarilla, y a Sagy La Güera llorando sus lágrimas de rímel negro, renegando al cielo por haberlo perdido. La tristeza le invadió. Apretó entre sus manos el rosario que colgaba de su cuello y decidió poner más atención en el camino ya que no deseaba hacer sufrir a sus dos mujeres amadas.

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Cuento

Código rojo

El resplandor de la televisión era la única luz en la sala y don Esteban se encontraba absorto con sus gafas sentado en el sofá. Había permanecido ahí desde la tarde. Según su costumbre, observó la puesta del sol por la ventana, tomó una taza de café negro y se puso a ver la novela de las siete. Para esas horas, ya bien entrada la noche, toda la casa se hallaba en silencio, pues veinte años atrás había quedado viudo. Seguir leyendo

Cuento

Dormir a solas

Luisa abrió la puerta con la mano libre mientras, con la otra, detenía a su marido. No era la primera vez que lo encontraba tirado en las calles del centro. Luisa dio un paso y comenzó a guiar a Rubén por las sombras de la casa. Acción difícil de realizar, pues, Rubén decía cosas ininteligibles y le daba por divagar entre los muebles. Luisa regresó a cerrar la puerta. Después, se volvió hacia su marido que ya se alejaba hacia cualquier parte de la vivienda. Seguir leyendo

Cuento

Casandra

Estacionamos el auto en medio de la noche, cerca de una esquina olvidada por el tiempo, en el centro cuarteado de la ciudad. Bajamos: Venustiano, Ruperto y yo. Yo iba en el asiento posterior mientras Venustiano manejaba y Ruperto de copiloto. Bajamos y sonaron los tres portazos: pla, pla y pla. Iba nervioso, por alguna razón la humedad de la ciudad daba la impresión de corroerlo todo. Mis amigos empezaron a caminar, abandonándome, dejándome a la desidia de la ciudad cuarteada y vacía; hueca como un gran muerto que aún dormita en ella. Los pasos húmedos empezaron a tomar rumbo. Íbamos al PALL’S; un table, prostíbulo de lujo. Ya tenía dieciocho años, pero era la primera vez que había tomado la decisión de entrar a uno de estos lugares. Ruperto, por el contrario, aunque era un año más joven que yo, ya conocía todos los sitios habidos y por haber en la ciudad. Por qué no decirlo, estaba muy nervioso. Venustiano ya había venido varias veces, estaba acostumbrado, así que para él era muy normal acercarse a la puerta llena de figuras exóticas; de luces y sombras; de mujeres desnudas. Los dos parecían estar enamorados de Casandra. Fue por eso que quise venir. Me dijeron que era la mujer más hermosa sobre la Tierra, y yo les creí. Quería acreditarlo, quería verla, quería demostrarme que había más mujeres además de las que conocía; una que fuera apasionada, sensual; una que deseara a un hombre solamente porque le apetecía, sin esperar algo que un hombre no pudiera dar; que quisiera dinero, y solamente eso. Una mujer hermosa que nos comprendiera sólo porque sí. Mis amigos me aseguraron que Casandra era como una especie de santo grial. Estábamos cansados de las muchachas de la carrera, insípidas; quienes buscaban un padre de familia, de las que no arriesgarían nada; daba la impresión de que ellas más bien se conformaban con un mayordomo, un esclavo, un muerto. Por eso fui, para estar con una mujer que aceptara a los hombres tal y como realmente somos: lujuriosos, materialistas, cobardes, perdedores, simples bestias sumisas. Seguir leyendo

Cuento

Polvo de ángel

Ya tenía mucho sin saber de Alan, ignoraba dónde estaba metido. Esta noche tal vez podría encontrarlo.

Como siempre, regresó a las 5 de la mañana. Bajó de su taxi para deslizarse por la calle desierta hasta entrar a su casa. Iba jadeante, sin saber si era por miedo o por alegría. Le sudaban las manos con la camisa húmeda a pesar de la noche fresca. Temblaba tal vez porque el sudor hacía que el frío se sintiera más en su cuerpo delgado o porque se moría de los nervios. Anteriormente, había metido la llave en la cerradura con la esperanza de que por primera vez, en varios meses, no estuviera corrido el pasador; sin embargo, otra vez, como siempre, tuvo que dar tres vueltas a la llave para abrir la puerta. Seguir leyendo