Cuento

Tratado de la desesperación

A través de los ojos de un ave nocturna, desde lo alto podemos observar el resplandor amarillo de las aguas. Fluyen oscuras en el canal de riego. Los arbotantes melancólicos iluminan el camino de piedras, suburbano, a las orillas, pero sobre todo crean el relieve para trazar las olas y la espuma tóxica. Hay en el cauce una fetidez de óxido. Planeamos y ahora nos acercamos hacia el puente. De vez en cuando algún automóvil transita por la estrecha carretera, y con sus faros modifica el color ámbar de la noche, y proyecta una delgada sombra sobre la corriente con un fondo blanco. Al detenernos, descubrimos el origen de la silueta. Es la figura de un adolescente. Seguir leyendo

Cuento

Paredones

DALIA

Caminamos sobre el río. Desde el amanecer lo hacemos. Los hombres del pueblo nos forzaron. Andamos sobre esta tierra que despacio resplandece con la luz del sol. El cielo aún es oscuro; el alba, un tibio balbuceo grisáceo en el horizonte.

Llevamos ya algún tiempo y la arena ha cubierto nuestros ojos y cabellos, nuestros pies descalzos que en el cauce no generan ningún ruido. A veces nos detenemos para reagruparnos, y después nos ponemos de nuevo en marcha perfiladas a contraluz.

Para nosotras sólo está la otra orilla, con sus mezquites que se balancean en los vestigios de la noche. Ahí tendremos que esperar. Es lo convenido, una tradición de Paredones.

A pesar de las angustias, a pesar de la aridez, tomamos el camino. A nuestras espaldas son densas las miradas.

Somos las mujeres de las tres noches, somos las mujeres que espantamos a los pájaros, las mujeres que dan sombra, las que echamos raíces en suelo estéril, las de la uva, del algodón, de los dátiles; las mujeres de los pozos de agua inalcanzables, de las lágrimas; las mujeres de las tonaditas nocturnas, de la soledad; las mujeres de piel de mediodía, de las rocas pulverizadas, las mujeres del agua imaginaria. Las mujeres de los que atraviesan el llano, las que sueñan con fuego, las de ojos de gato, las que se convierten en lechuzas, las que saben los corridos, las mujeres de a centavo, las de tres canciones; mujeres abandonadas, mujeres de mil rostros, mujeres pacientes, cómplices, repartidas; mujeres deseadas, mujeres reliquias, mujeres casi vírgenes, mujeres con hambre, cansadas, que duermen en las mesas de los rincones, mujeres borrachas, mujeres celosas, mujeres serviciales, mujeres orgullosas, mujeres expuestas, mujeres exigentes, mujeres desprendidas, mujeres usurpadoras, mujeres que caminamos sobre el río el día de la muerte de Cristo.

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Varios

Guerra de intervención (fragmento)

I FOUGHT FOR THIS COUNTRY

Otra vez la noche ha estado llena de pesadillas. Ya no se trata de pesadillas de la guerra, ya no vienen las imágenes de cuando mutilaron tu pierna izquierda y gritaste temeroso, como un cobarde, pues creías que te mataban, sino que ahora se trata de cuando te separaron de Margaret y de tu hijo. Ves otra vez a los policías de migración sacarte del carro y no hacer caso a tus palabras. Desde entonces sueñas que no puedes hablar inglés y que por eso te llevan. Sueñas que no puedes hablar esa lengua que creías tuya a tal grado de que ahora que despiertas no estás seguro de que eso no sea cierto. Sientes la boca trabada, mientras miras el techo cada vez más iluminado, y sientes terror de no poder hacerlo, sientes aprensión por pararte y verte en el espejo y descubrir otra vez esos rasgos latinos, ese cabello lacio de indio mestizo, ese perfil arabesco; el bigote oscuro, los ojos de pupilas aún más negras. Sientes miedo de pararte y estar en México, a dos mil setecientos kilómetros de tu familia.

Como sea cuando da el mediodía no puedes hacer otra cosa más que levantarte. Es jueves y tienes descanso en el call center. Necesitas buscar algo de comer. Sin embargo, no deseas encontrar a ninguno de los viejos de la vecindad. La vecindad está habitada por ancianos solitarios que a tus ojos se asemejan más a cadáveres, a momias que repiten las mismas ideas una y otra vez. La mayoría son hombres abandonados por sus familias que en los distintos cuartos esperan la muerte. No los soportas, quizá porque crees que, al cabo de los años, ese será tu destino en este país insólito, incluso para ti que has pisado más allá del Atlántico; que no serás capaz de salir de esta realidad enrarecida y absurda, colmada de pesadillas y de lunáticos que continuamente buscan hablar contigo, aunque los rehúyas.

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Cuento

Wish your were here (fragmento)

So, so you think you can tell
Heaven from hell
Blue skies from pain
Can you tell a green field
From a cold steel rail?
A smile from a veil?
Do you think you can tell?

Wish you were here, Pink Floyd

LADO A

Era de noche y André caminaba por el bulevar. De su hombro derecho colgaba una guitarra y un morral con sus cosas. No era muy tarde; sin embargo, no sabía a dónde dirigirse. Llevaba dos días que había decidido salir de su casa. Ahora iba un tanto despreocupado: la noche anterior se acostó en la banca de un parque. Conocía bien la zona, así que no le extrañaba quedarse donde fuera. Caminaba y sus pasos eran contundentes. Tenía el cuerpo espigado y muy escuálido; aun así, sus miembros guardaban cierta fortaleza. Su cabello era corto y negro. Usaba unos lentes que desde hacía mucho ya no le ayudaban. Quizás esta podía ser su única preocupación, batallaba para enfocar los objetos. Anduvo así por el bulevar con sus jeans y playera negra; deseaba cansarse, para acostarse sin problemas de insomnio en algún sitio. Cerca de ahí se encontraba un bosque urbano con grandes árboles. Pensó que lo mejor sería ir a acostarse en ese lugar. Pero sólo por un tiempo, pues lo que más deseaba era irse lejos, ya no estar entre las mismas personas, con los mismos amigos ignorantes, y en especial sin estar cerca de su madre. Ella era la más tonta de todos. No quería pensar en esa mujer. Le parecía de lo más vulgar, desde siempre, desde que tomó consciencia. Su padre tenía razón: ella era una puta.

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Ensayo

JOSÉ LEZAMA LIMA: GUARDIÁN DE LOS ORÍGENES HERMÉTICOS

Por primera vez entre nosotros lo contemporáneo no era una nostalgia provinciana, deseado entre toscos deslumbramientos y la habitual servidumbre, sino un conocimiento cercano de diálogo y de comunidad creadora.
Jose Lezama Lima, «Señales» (a propósito de la antología Cincuenta años de poesía cubana de Cintio Vitier), Orígenes, n°31 (1952).
PARTICIPACIÓN EN REVISTAS

Grafos (1933-1946)
Colaborador

La revista Grafos era dirigida por María Radelat de Fontanills y María Dolores Machín de Upmann, quienes fundaron y promovieron diferentes instituciones sociales y culturales. La colaboración de José Lezama Lima fue menor, en 1935 y 1936; sin embargo, es importante en su carrera literaria al ser en esta revista donde aparecen sus primeras publicaciones, por intermediación de Guy Pérez Cisneros, quien en pocos números fue jefe de redacción.

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Cuento

Código rojo

El resplandor de la televisión era la única luz en la sala y don Esteban se encontraba absorto con sus gafas sentado en el sofá. Había permanecido ahí desde la tarde. Según su costumbre, observó la puesta del sol por la ventana, tomó una taza de café negro y se puso a ver la novela de las siete. Para esas horas, ya bien entrada la noche, toda la casa se hallaba en silencio, pues veinte años atrás había quedado viudo. Seguir leyendo

Ensayo

Propuesta ética para el maestro

I

Cuando una persona se planta frente a un grupo con la intención de impartir una clase, es común que el expositor descubra tarde o temprano que no basta con saber o tener un dominio perfecto del tema para lograr transmitir verdaderamente el conocimiento. Es decir, no es suficiente poseer una alta capacidad académica o práctica sobre lo que se pretende hablar a un grupo para realmente iniciar el proceso de la educación, sino que otros factores que al principio pudieran parecer nimios a final de cuentas son más importantes al momento de tener contacto con los estudiantes. Seguir leyendo

Cuento

Dormir a solas

Luisa abrió la puerta con la mano libre mientras, con la otra, detenía a su marido. No era la primera vez que lo encontraba tirado en las calles del centro. Luisa dio un paso y comenzó a guiar a Rubén por las sombras de la casa. Acción difícil de realizar, pues, Rubén decía cosas ininteligibles y le daba por divagar entre los muebles. Luisa regresó a cerrar la puerta. Después, se volvió hacia su marido que ya se alejaba hacia cualquier parte de la vivienda. Seguir leyendo

Columna

Albert Camus: el hombre rebelde

En el despertar de nuevos totalitarismos ideológicos, donde tanto derecha como izquierda parecen olvidarse del diálogo, la lectura de libros como El hombre rebelde o El mito de Sísifo se presenta como alternativa viable para evitar el nihilismo y darle sentido a la rebeldía.

Albert Camus nació en Argelia el 13 de noviembre de 1913. Su madre era de origen español y su padre de origen francés. Éste último murió cuando Albert apenas tenía la edad de tres años.

Desde muy joven fue siempre un gran deportista. Durante su adolescencia jugó como portero en equipos de las ligas inferiores del país africano; sin embargo, el contagio de tuberculosis truncó su carrera deportiva. Más adelante en su vida, cuando sea un autor consagrado, dirá: “Luego de muchos años, lo que finalmente sé con más seguridad sobre la moral y las obligaciones de los hombres, es al deporte a lo que se lo debo, es en el RUA (Racing Universitaire d’Algier) donde lo aprendí”.

A raíz de su alejamiento forzado del futbol, se dedicará a las letras. Es memorable su relación con sus maestros Louis Germain, quien lo conoció desde la primaria, y Jean Grenier, quien lo inició en sus estudios filosóficos ya en la universidad. La misma tuberculosis le impidió tener una carrera como profesor, de ahí que haya decidido dedicarse al periodismo. Seguir leyendo

Columna

Determinismo y libertad

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Justificar nuestras acciones resulta tentador. El hombre puede construir grandes laberintos, edificios o argumentos para excusar lo que hace. Es necesario encontrar una manera de aligerar nuestra carga y quizá al mismo tiempo nuestra soledad. Las acciones que realizamos nos dejan muchas veces vacíos, debido a que van estrechando el derrotero de la vida. Mi vida no es tan amplia como hace unos años, no está tan acompañada y se ha ido haciendo más angosta conforme me hago viejo. Ya no seré esto, ni aquello, ya no seré todas estas posibilidades, porque me he convertido en lo otro. Me encuentro abandonado en el sendero, y sé que, en la hora de mi muerte, como cuando he caído enfermo, nadie en verdad estará conmigo. Por ello es que a veces quisiéramos sentirnos acompañados, pensar que ya los demás han pasado por dicha situación, creer que no somos los responsables, así no seremos los únicos que han atravesado por tan absurda puerta. No hay nada que le aterre más al hombre común que ser distinto a los otros. Seguir leyendo