Propuesta ética para el maestro

I

Cuando una persona se planta frente a un grupo con la intención de impartir una clase, es común que el expositor descubra tarde o temprano que no basta con saber o tener un dominio perfecto del tema para lograr transmitir verdaderamente el conocimiento. Es decir, no es suficiente poseer una alta capacidad académica o práctica sobre lo que se pretende hablar a un grupo para realmente iniciar el proceso de la educación, sino que otros factores que al principio pudieran parecer nimios a final de cuentas son más importantes al momento de tener contacto con los estudiantes.

Por un lado, y esto quizá sea incluso lo más obvio, resulta de principal importancia la estructura que se le dará al discurso (no nada más durante una sesión en particular, sino en la totalidad de la asignatura). No se puede comenzar una disertación, especialmente cuando se está frente a estudiantes muy jóvenes, como si se retomara una conversación vieja, con contextos preestablecidos, que no necesariamente tienen sentido en otras circunstancias, como pueden serlo el universo de los estudiantes. Si no se toman en cuenta este tipo de situaciones es muy probable que se genere una incomunicación entre el interlocutor y el público escolar. A este respecto, considero que uno de los principales problemas de la educación hoy en día es el hecho de que muy fácilmente puede transformarse en un monólogo que exclusivamente tiene significado para el maestro.

Por otra parte, es necesario advertir que muchas veces los estudiantes están en un salón de clases no solamente para recibir conocimientos concretos; dependiendo de los grados de madurez y edades, nivel académico y materia, los alumnos buscan también socializar, compartir, pero sobre todo dar sentido a ciertos factores sociales y de conducta. En relación a lo anterior, con frecuencia he escuchado a estudiantes (incluso uno mismo pudo llegar a hacerlo en su tiempo) preguntar con sarcasmo la utilidad que tiene para su vida aprender algún concepto o fórmula. Dichas preguntas, que más bien se presentan como reclamos o críticas directas a la labor del profesor, demuestran que la educación muchas veces es un discurso sin contexto y sin carga semántica. En otras palabras, la educación en ocasiones se convierte en una agrupación de discursos sin sentido coherente.

El profesor o el maestro que realmente está comprometido con su profesión no puede evitar algunos de los cuestionamientos planteados arriba. Saber, ser un erudito, un especialista en la materia no es suficiente. Descubrirlo revela entonces que la educación parte desde otro origen. Si dilucidamos dicho origen diferente, podríamos ver que la práctica del maestro, la praxis, no tiene que ver meramente con el conocimiento, este último queda inservible si no se inserta en un diálogo con el otro (el estudiante); lo mismo sucede si no se le da un sentido real, contextualizándolo.

Siguiendo este orden de ideas, podríamos llegar a pensar, primariamente, que la labor del profesor no es la acumulación de conocimiento, más bien sería, y esto con mucho más valor social, la de dar a todo ese conocimiento un significado y un contexto de tal manera que los estudiantes puedan advertir el valor intrínseco (ya sea de índole social, política, histórica, científica, etc.) que se encuentra en dicho conocimiento. Por supuesto lo expuesto hasta ahora es una simplificación que ayuda a abordar la problemática de la labor del maestro y de lo que se espera de él en una situación ideal.

Por lo tanto, un maestro, un profesor, desarrollará más satisfactoriamente su misión en cuanto logre que los estudiantes adviertan la importancia de aprender algo y la importancia de debatirlo para ver si aún tiene un sentido en la sociedad. Un maestro no cumplirá del todo con su trabajo mientras siga acumulando conocimiento sin poder generar un sentido real a partir de él en sus estudiantes. Desde luego que para lograr que los alumnos vean el valor que hay en algún conocimiento en particular, primero es necesario que el profesor lo valorice y que por ende lo domine al grado de poder exponerlo de un modo complejo y completo.

El profesor que tenga este tipo de preocupaciones, como consecuencia, podrá ser uno que está comprometido con su profesión, y por lo tanto uno que demuestra tener la vocación como para comprender que no se cumple su función social en cuanto a retenedor sino como divulgador de lo que sabe, con las implicaciones de sociabilización y ética que esto último conlleva.

Desde estos principios es de donde prefiero partir como maestro. Mi misión es poder encontrar este tipo de relaciones entre conocimiento y sociedad, entre ética y conocimiento y conocimiento y realidad. Plantearlo así me da la oportunidad de dilucidar sin simplificaciones mi trabajo y mi desarrollo a futuro. Mi objetivo primordial como profesor es poder hacer notar a los estudiantes la importancia del aprendizaje individual o colectivo. Se trataría de formar individuos desenajenados del conocimiento, evitando que el mismo pueda convertirse en una barrera de interrelación entre el individuo y su sociedad y su ambiente.

Considero que tomando en cuenta lo anterior mi comprensión de la labor del profesor es una que esté cercana a la que indica que “la educación en su conjunto es vista como una tarea moral”. Simplificar los temas y los abordajes de los mismos, las contradicciones que se revelan en cuanto a las realidades sociales actuales, es irresponsable, pero más que nada antiético, una especie de pereza.

Por desgracia, en últimos tiempos, como lo comenta Diego Gracia en su texto “La vocación docente” , es mal visto, de mala educación, que se discutan las implicaciones sociales e intelectuales de los valores sociales. Pareciera que ahora son un tabú, como en épocas anteriores lo pudo haber sido la manera de vestir. La neutralidad ha generado una especie de negligencia por omisión dentro de la labor del educador. También ha propiciado dentro del ambiente académico y escolar una reticencia al compromiso. Las palabras, las ideas que se exponen en los salones de clase al ser completamente neutrales carecen de sentido, al mismo tiempo que envician las discusiones al despojarlas de agudeza intelectual. Para los estudiantes esto puede ser a largo plazo contraproducente, ya que los acostumbra al hecho de que cualquier debate no tiene ninguna implicación más allá que la exposición de ideas neutralizadas.

Lo que precisamente se requiere en nuestras sociedades actuales son individuos comprometidos y con una fuerte inclinación al debate intelectual. Sólo a través de este acercamiento la realidad compleja puede ser analizada sin el temor de caer en contradicciones, actividad mental que advierte que los problemas no tienen una simple y única solución.

Ahora bien, este vicio en la educación considero que surgió de la ansiedad desmedida por una supuesta objetividad. Se es neutral en la docencia para ser lo más objetivos posible, se dice erróneamente. El punto aquí es que cuando se habla de la educación y de la labor del maestro no se está tratando con objetos. Querer iniciar la discusión desde este punto, por principio, es un error lógico, debido a que los estudiantes y profesores y su relación con la sociedad se da desde sus características de sujetos, y no de objetos, el error lógico se da cuando se trata de juzgar las cualidades de las variables con los parámetros de otra categoría, y su correspondiente subjetividad. Después de estas reflexiones podría llegarse a pensar que continuar por ese camino es principalmente un error ético.

El profesor debe ser consciente de que en primera instancia su labor es social, al tratar con individuos concretos, no hacerlo es simplificar su compromiso profesional, una negligencia. Asimismo, el profesor o maestro, requiere un fuerte compromiso ético para llevar a cabo estas reflexiones, debido a que, dadas las condiciones imperantes actuales en el contexto político y cívico de nuestro país, pudiera llegar a pensarse que cualquier esfuerzo no tendrá los resultados esperados. A final de cuentas la profesión de la docencia, de la educación necesita una alta especialización y preparación. Nuestra misión es estar a la altura de las circunstancias.

En mi caso considero que aún soy un maestro que está puliendo su oficio, como un carpintero que poco a poco comienza a tener maestría en los acabados de sus creaciones. Mi motivación es poder compartir algo a la sociedad, ser parte de un gremio con causas nobles, lograr como dice Diego Gracia, cuando cita a Ortega y Gasset, un caballero andante moderno, un hombre que necesita cumplir su misión. Creo que es lo menos que podemos hacer y esto desde luego no es válido nada más para los maestros. Creo que ya es tiempo de que en nuestro país se genere una revolución cultural, no una armada ni violenta, una que permita hacer que nuestra sociedad sea más libre y justa. El profesor no puede evadir su responsabilidad, que por la misma naturaleza de su quehacer se le impone, la de propiciar el desarrollo intelectual, cultural y emocional de los jóvenes, para que sean capaces de buscar nuevos caminos, nuevos modos de organizarnos en armonía.

II

Una de las principales características de nuestro momento histórico es la crisis ética. Con este enunciado no únicamente me refiero a una problemática conductual que obedezca exclusivamente al ambiente entre los individuos de una familia y su correspondiente relación, sino con esquemas sociales públicos e institucionalizados a gran escala. Es decir, la crisis ética no sólo se ve reflejada por la crisis de valores en el desarrollo personal privado; seguramente como consecuencia de lo primero, se encuentra en el desarrollo de lo público. De esta manera, existe una fuerte confusión respecto a las funciones de las profesiones. Conductas que en otro tiempo no hubieran sido aprobadas en ciertas profesiones hoy en día lo son, o viceversa. Este fenómeno podemos constatarlo cuando advertimos las diferentes opiniones o aprobaciones que en general se conceden o censuran respecto a las acciones de los políticos, los médicos o los abogados. Estos cambios en muchos casos pueden generar malos entendidos y una especie de incertidumbre ante las expectativas de las funciones que una profesión en particular debe o puede realizar. Un ejemplo de la incertidumbre que se vive desde hace años, que ocasionó un sinnúmero de comentarios en redes sociales y en reuniones, es el hecho de que el ex presidente de México, Enrique Peña Nieto, cuando aún era candidato a la presidencia, no pudo, en un evento público, definir claramente cuáles eran los tres libros que habían influenciado de una manera importante su vida y su desarrollo profesional (ejemplos hay muchos y por cuestiones de espacio no indico otros). Algunas personas en su momento, comentaron que no era justo que se le criticara tanto por ese hecho, debido a que la función de un presidente no era la de haber leído mucho; otras personas, pensaron lo contrario, que para un presidente era indispensable tener muy claro cuáles eran sus lecturas más importantes. El debate continúa y parece que conforme el tiempo pasa la confusión crece. Estas situaciones que sin duda son significativas, debido a las implicaciones sociales que alberga tener una postura a favor o en contra, generan preguntas como ¿cuál es la obligación de cierto profesional? ¿Cuáles sus derechos y cuáles sus responsabilidades? Como es obvio, la profesión del maestro no escapa a estas circunstancias y sus consecuentes dudas.

En una época de constante cambio, el maestro, si es que desea tener una postura sólida para afrontar los retos que se le presentan, debería plantearse estas preguntas. Es necesario que se forje una postura ética ante las situaciones que se abren dentro y fuera del aula. De otra manera, se ve en riesgo de no poder cumplir con sus funciones sociales y de caer en la negligencia por omisión o por exageración de sus actos. Para realizar esta reflexión es necesario partir de ciertos puntos de base.

El primero de ellos, mismo que se presenta porque el maestro es en primera instancia un individuo que ha de tener ciertos prejuicios y valores sociales predeterminados y previos a su labor profesional, es el de la moral personal. En este sentido, considero que el maestro, debido a su formación académica, al contacto constante con el debate de ideas, tiende a tener una perspectiva pluralista de la realidad. Sin embargo, en muchas ocasiones, este hecho no se cumple. En mi experiencia, es común encontrarse con maestros que no tienen una postura crítica ante las conductas o las costumbres establecidas. Sin duda se podrá tener una mayor perspectiva crítica mientras se tenga una actitud abierta, al considerar que no todas las costumbres o lo hábitos o las conceptualizaciones que en lo individual se tengan son las mejores, o las que permiten asimilar los fenómenos sociales, políticos o económicos de una perspectiva compleja. A este respecto, debido a que el maestro por lo común se relaciona con jóvenes, pienso que es necesario que éste tenga la capacidad de asumir las realidades sin reducirlas a cuestiones de bueno o malo. La realidad, el contexto socioeconómico y cultural que nos ha tocado vivir no puede ser comprendido con esquemas mentales que estipulen llanamente lo que es correcto o lo que es incorrecto. El maestro por lo tanto tiene la responsabilidad de inculcar a los estudiantes reflexiones que permitan advertir que muchos problemas no se resuelven o no se plantean reduciéndolos a dos opciones que incluso en la realidad no se cumplen, esto especialmente porque en muchos de los casos decir que algo solamente es bueno o malo en comparación con su antítesis es más bien una evasión o una pereza mental para desarrollar un pensamiento más complejo.

Lo mismo podríamos decir en cuanto a la moral específica de la profesión y su correspondiente código profesional. Estos puntos si bien nos pueden ser transmitidos por las generaciones pasadas como guías de comportamiento y valores, también se requiere que sean revisados en contraste con las condiciones actuales de trabajo y con los proyectos y las necesidades de nuestra sociedad. Pienso que en este punto es muy importante tener una perspectiva equilibrada entre tradición e innovación. Muchas veces el origen de las confusiones y la inestabilidad ética de las profesiones tiene su origen en la falta de memoria así como en la falta de conciencia histórica por parte de los profesionistas, donde las ideas, las palabras, cambian su sentido y significado. Existe una corriente en la cual todo lo que proviene de un esquema anterior de comportamiento es negativo, e igualmente, una donde todo lo que proviene del presente es adverso. Pienso que ambas posturas son falacias que han atraído varios errores, especialmente cuando se busca ser demasiado pragmático en cuanto a las obligaciones y las responsabilidades. A lo que me refiero es que el pragmatismo es una postura que por ahora es dominante. Ver las labores, las responsabilidades desde esta perspectiva reduce los papeles de las diferentes profesiones. Dicho pragmatismo se ha sustentado en gran medida por una predisposición utilitaria a las diversas actividades que conforman la labor profesional, por supuesto en esto también está implicada la docencia.

Muchas veces la ética de la profesión del maestro se ve vulnerada cuando los cursos se enfocan a lo que únicamente puede tener una supuesta repercusión económica. Los temas, las mismas materias que deben impartirse en una currícula son escogidas a partir de este principio. Del mismo modo sucede con las responsabilidades y las obligaciones de los maestros. Esto propicia lagunas en el cuidado de lo que se enseña, en lo que se enseña y en los objetivos de esa enseñanza. Más aún, propicia lagunas de percepción en los estudiantes, debido a que con el tiempo, y con el constante condicionamiento que se hace desde las aulas (enseñar sólo aquello que puede generar dinero), los estudiantes empiezan a perder la noción del valor intrínseco, y no se percatan que a pesar de que este tipo de valor es difícil de medir no por ello es menos real. El valor de las profesiones se sustenta principalmente en los valores intrínsecos, los cuales como ya comenté no se pueden medir tan fácilmente, pero que sin embargo son necesarios para la completa realización de ciertos procesos sociales, políticos e incluso económicos. A este respecto, ver el material, el conocimiento que se imparte en las aulas como algo que sólo tiene su valor por su directa relación con lo monetario es reducir la importancia de la educación y la importancia del ser humano. Es aquí, con estas reducciones, que los alumnos después sólo puedan valorarse a sí mismos y a los demás con base en los ingresos que perciben y no por el grado de bienestar social que propician a en su entorno. Todo ello considero que parte del mismo conflicto ético-moral.

Asimismo lo anterior me da pie para hablar también acerca de la moral del cliente. Primero desearía comentar que no me parece pertinente referirnos a los estudiantes como clientes. Si bien entiendo la intención con la cual fue tomada esta palabra, la de servir a un grupo de personas, la de cubrir sus necesidades, sus búsquedas, por otra parte su significado y semántica tiende a dar una idea reducida y utilitaria del alumno. No podemos decir que un estudiante sólo sea un cliente, porque a un cliente no necesariamente se le forma, no necesariamente se le trata de cuestionar las ideas prestablecidas que maneja en la construcción de su individualidad, no necesariamente se le debate. Más bien se ofrece un producto que compra o no compra. No obstante, con un estudiante la relación es diferente, a un alumno sí se le puede cuestionar, debido a que no se pretende que compre el conocimiento sino que lo adquiera, lo desarrolle intelectualmente. Da la impresión de que en la misma reflexión de la educación, las instituciones educativas temen enfrentar los prejuicios de las nuevas generación de alumnos, como si por ser de una generación más reciente tuvieran la razón en cada uno de los conflictos que hay en la aula. Desde luego no siempre ocurre así, y lo común es la presencia del conflicto entre el alumno, el profesor y la institución, los cuales pueden llegar a desarrollar concepciones desfasadas acerca de los roles que cada uno debe cubrir, así como de lo que se pretende en un ambiente educativo. El profesor es el intermediario entre las tres fuerzas, por lo tanto es quien conoce mejor cada uno de los dos lados, hecho que a su vez le presenta una responsabilidad mayor y a la vez una posición más vulnerable, al menos una que requiere un reacción rápida y al mismo tiempo eficiente.

Por último, ser consciente de lo anterior, reflexionar acerca de ello, es únicamente el primer paso para la toma de una postura más adecuada a los tiempos actuales. La educación, la docencia debe buscar un método que le permita cumplir con sus objetivos, a pesar de las adversidades que se abren en el camino. Considero, así como comenta Hortal en el artículo “Docencia”, que el maestro, las instituciones educativas y los estudiantes, cumplirán con su parte mientras sepan y acepten de un modo más perfecto sus responsabilidades. No es de extrañarse que la responsabilidad sea la virtud que sintetiza las otras cualidades necesarias para construir una ética del maestro, ya que de ésta emanan la energía, la determinación y la esperanza, para ser benéficos, auténticos y justos con nuestra labor y por ende con la sociedad. Por otra parte, sería quizá desproporcionado y poco realista pensar que el maestro por sí mismo puede cargar con las responsabilidades de los otros dos sujetos que conforman al sistema educativo (en él también podría incluirse a los padres), debido a que los problemas de los estudiantes que son de naturaleza ajena al aula, muchas veces no pueden ser canalizados por el maestro, debido a que escapan de su campo de acción. La pregunta que surge ante dicha circunstancia es ¿qué puede hacer el profesor en dichos casos? Probablemente, así como Hortal lo propone, lo que puede empezar a hacer, lo que debe buscar constantemente es la concientización de los alumnos acerca de sus responsabilidades, así como a los otros dos sujetos del sistema educativo.

III

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Estar frente a grupo de estudiantes presenta al maestro, por un lado, un gran número de responsabilidades: preparación, conocimiento necesario, vocación, técnicas de enseñanza, y otras cuestiones que ya se han abordado. Sin embargo, por otra parte, estar frente a un grupo también le propicia al maestro ciertas libertades, sobre todo de autogestión, que si no se ejercen con la responsabilidad necesaria pueden, fácilmente, caer en vicios que precisamente afectan el desarrollo de los estudiantes.

Uno de los que más ha llamado mi atención, comentado ampliamente por Manuel García Morente, es el de la pedantería. A este respecto García Morente afirma que la pedantería es el principal vicio del maestro, debido a que es muy fácil caer en él, no sólo por carencia de conocimiento, de preparación o vocación, sino también por exceso de lo mismo. Me explico: por supuesto cuando planteo en este párrafo que un maestro puede desarrollar pedantería por exceso de vocación o preparación dicha idea resulta debatible y débil, decirlo así nada más es una idea incompleta. Desde luego, que mientras un maestro se prepare más y desarrolle más su vocación tendrá mucho mayores posibilidades de éxito en su quehacer profesional que otro profesor que no se preocupe por dichas cuestiones. Sin embargo, no es sólo la cantidad o la predisposición que se tenga por compartir con los alumnos lo que verdaderamente es definitorio para la eficacia en la educación. En ésta tiene un lugar importante la forma en la que se comparte con los estudiantes el conocimiento, la forma en la que se lleva a cabo el proceso de la enseñanza, más que la cantidad o la generosidad.

Bajo este orden de ideas me pareció muy reveladora la disertación que García Morente expone acerca de cómo los maestros por querer ser demasiado eruditos o demasiado, podríamos decirlo, “esplendidos” en los temas que son vistos en sus clases, en vez de ayudar al desarrollo del estudiante ocasionan completamente lo contrario. Un estudiante no puede ser abrumado con un sinfín de información, esto lo único que propicia es caos, incomprensión y quizá frustración. El estudiante debe saberse y comprenderse por parte del maestro en el sentido de que no es otro profesor; precisamente, porque no sabe, porque aún no está formado es que acude a una institución educativa; en consecuencia el maestro debe ser consciente de que no es del todo adecuado que al estudiante se le trate despectivamente y al mismo tiempo se le castigue o juzgue o ignore por no saber. Curiosamente, este tipo de debate lo he tenido con algunos colegas. Muchas veces he escuchado comentarios en los cuales se dice que los alumnos no están a la altura del profesor o que no lo aprovechan, que podrían aprender muchas más cosas de las que están incluidas en el programa. Por otra parte, a veces he oído, o incluso uno mismo podría haber llegado a decir tales cuestiones, que los estudiantes deberían interesarse más por los temas de las asignaturas al grado de esperar de ellos que se profesionalicen. Considero que el desfase no sucede al momento de esperar la continua superación de los estudiantes, sino cuando no se toma en cuenta el grado y la edad que tienen. No es sano ni lógico pensar que un estudiante de quince años, que está en primero o segundo semestre de preparatoria por la clase que se le da de química pueda desde un principio convertirse en químico. El que conoce de química es el maestro, el alumno estará aprendiendo, y dependiendo de sus habilidades, de su vocación y de su edad, se le podrá exigir en mayor o menor grado, sin olvidar que quizá a nivel preparatoria es mejor que solamente conozca los principios básicos de la materia, sin llegar a la especialización o profesionalización. El maestro no puede olvidar estas cuestiones, no puede ser injusto con el alumno, y por otra parte tampoco es justo que se sienta frustrado porque en tal asignatura no pueda exponer todo el conocimiento que posee. Quizá el maestro será mejor si sólo se aboca a procurar que los estudiantes comprendan y valoren las bases de la materia que le ha tocado enseñar, sin tener la presión, la necesidad personal que no profesional para comentar un nivel de conocimiento que solo correspondería a un experto con la especialización a la cual ha llegado el maestro con los años.

Por otra parte, considero que si el maestro es capaz de reconocer especialmente el vicio de la pedantería, podrá en mayor medida evitar los otros vicios, como lo es el del resentimiento. Y es que si observamos detalladamente, podremos ver que la pedantería está muy relacionada con el resentimiento, considero que no únicamente se da por lo que se dice en el texto “Virtudes y vicios de la profesión docente” (para más información revisar bibliografía), en el cual se habla de que la profesión del maestro está emparentada en su relación social con la virtud de la amistad. Desde luego, que lo que comenta el autor también es importante, pero si se observa en el campo, en el día a día de la docencia, la pedantería propicia en el profesor una actitud de “genio incomprendido” que las más de las veces lleva al resentimiento, debido a que al tomar dicha posición el maestro comienza a ser completamente acrítico de sus acciones y todo lo atribuye al ambiente y a los estudiantes. Considero que siempre será mejor, al menos mucho más enriquecedor, cuando entre los individuos que conforman una sociedad, en este caso estudiantil o universitaria, exista un diálogo. Este último no se puede dar desde una postura autoritaria, así como tampoco se puede dar desde una postura que no sea crítica. El maestro, por ser el más preparado o en todo caso por ser el mayor, frente a los estudiantes, por tener la batuta del grupo es el más indicado para propiciar dicho ambiente.

El texto de Manuel García, ciertamente me parece muy interesante y bello (revisar bibliografía). En él se habla de las cosas que a los maestros nos importan en lo personal, en lo privado. No únicamente se trata de satisfacer a los estudiantes (por supuesto que es la principal función, si hablamos de que el maestro da su conocimiento para que los otros se formen y sean mejores personas), sino también se trata de encontrar el equilibrio personal de quien enseña. Solamente así el maestro podrá enseñar verdaderamente y podrá seguirlo haciendo. Por ello en este ensayo encuentro puntos clave. El maestro debe comprender, y esta frase me parece muy buena, que el estudiante es y debe ser desagradecido, debido a que lo que se pretendería no es que los estudiantes quedaran supeditados al profesor, sino que ellos tomaran las riendas de sus propias vidas al grado de que tal vez a raíz de la comprensión del conocimiento previo descubran que dicho conocimiento previo probablemente era erróneo o incompleto. El maestro debe comprender y aceptarlo, pero no como algo que lo denigra o lo hace menos importante, sino que lo hace parte de una sociedad que se está construyendo a sí misma constantemente.

Para concluir mi comentario, deseo hablar un poco acerca de cada una de las virtudes necesarias para el educador.

La prudencia para mí es la más importante, la que debe siempre estar presente. Por Aristóteles sabemos que la prudencia (fronesis) es la concreción de la sabiduría; no puede haber sabiduría sin prudencia, de ello estoy por completo de acuerdo. Y asimismo considero que el maestro más que ser un retenedor de conocimiento debe, más bien, preocuparse por ser sabio, por desarrollar intuiciones respecto al mejor modo de educar. Las técnicas vienen y van, los modelos educativos también, debido a que cada generación presenta diferentes retos. La sabiduría y la prudencia es la que podrán ayudar a discernir al maestro si tal o cual método es pertinente para tal o cual grupo de estudiantes, dependiendo de su generación, nivel y madurez. Para el maestro, como ya he comentado antes, su materia de trabajo no sólo es el conocimiento sino más bien los individuos con diferentes búsquedas.

Por otra parte, no es que el maestro sea una especie de mártir. García Morente compara al maestro con un sacerdote. Entiendo la comparación; sin embargo, pienso que no es adecuado para un maestro considerarse a sí mismo un mártir, alguien que se sacrifica por los demás. Yo preferiría pensar que el maestro es alguien que tiene la posibilidad de enriquecerse de los demás, alguien que tiene la posibilidad de aprender, de ser mejor, de generar mayor bien estar personal y social, a partir del diálogo con los jóvenes y a partir de la dinámica crítica que sucede en las aulas. El maestro no tiene por qué sufrir ni darse baños de pureza desde una perspectiva sacerdotal; debe reflexionar su trabajo, pero únicamente para hacerlo más auténtico. En ese sentido, yo compararía al maestro más con la figura de Sócrates.

Sin duda la profesión del maestro es de las pocas que permiten al que la ejerce llegar de un modo más directo a la autenticidad. Esto pasa en gran medida por la congruencia que está supeditada a tener el maestro entre lo público y lo privado. Lejos de ser una obstáculo, una carga, considero que es un modo de ser que permite a aquel que se dedica a la enseñanza a poder vivir más plenamente, al mismo tiempo que construye, aporta su grano de arena por un mundo que puede ser mejor.

Bibliografía

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Alfredo Loera

Alfredo Loera

Alfredo Loera (Torreón, 1983) es Maestro en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Inició sus estudios de literatura en la Escuela de Escritores de La Laguna. De 2009 a 2011 fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Publicaciones suyas han aparecido en revistas como Casa del tiempo, Círculo de poesía, Fundación, Pliego 16, Ad Libitum, Este país, Siglo Nuevo. Sus libros son Aquella luz púrpura, (2010, 2017, 2023); Wish you were here, (2019, 2023); Guerra de intervención (2022), disponibles en Amazon como ebook o libro impreso.

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