Ignacio Garibaldy

COLUMNA

Por Ignacio Garibaldy

Columna

DE ANDAR DICTANDO CONFERENCIAS

Luego de soñarme escritor comencé a soñarme conferencista. No como predicador evangélico –que no me saldría mal, pienso-, sino como parte del ejercicio profesional inherente al trabajo de estar leyendo y escribiendo casi todas las horas de mis días.

Bien podría yo quedarme en casa, como Dios me trajo al mundo, leyendo hasta que muera, escribiendo hasta que gane un premio, tranquilo, sin que nadie me moleste, mamando toda la sabiduría que emana de los libros de mi biblioteca pero, si no comunico aquello que estoy aprendiendo, yo nada sería. Luego entonces, hay que buscar la manera de compartir sabiduría, por cualquier medio posible, ya sea publicando en blogs o dando conferencias.

Aunque usted no lo crea, me han invitado a impartir conferencias en escuelas secundarias, preparatorias y universidades -tengo los reconocimientos, constancias, incluso fotografías para para probarlo-, todas ellas sobre literatura porque, ¿de qué otra cosa puedo hablar? Ni modo que de robótica, física cuántica o superación personal, temas que desconozco por completo.

En dichas conferencias a veces me han puesto atención. Me han hecho preguntas inteligentes ante las cuales he sacado de la manga una respuesta improvisada. En otras ocasiones me ignoran como si fuera yo su padre. He batallado el chingo para que dejen su puto celular de lado y para que la “miss” que los supervisa los llame al orden, con el riesgo de provocarles estrés traumático.

Casi todas estas conferencias las he hecho pro bono. Es decir, en beneficio de la humanidad sin cobrar un solo centavo. Vaya, ni siquiera he llevado mis libros para ver si acomodo dos o tres.

No es queja sino humilde presunción de generosidad. Es que entiendo que en esas escuelas sus directores no destinan una parte de sus presupuestos a la intervención de escritores, porque ni los conocen, y han de creer, supongo, que si su existencia es comprobable seguramente se alimentan de promoción.

¿Quién me manda? Yo solito. Quienes me han solicitado mis preclaras opiniones literarias son sinceros desde un principio. “¿Sabes qué?, no tenemos presupuesto. ¿Cómo la ves?, ¿das la conferencia de todos modos?”. Y yo digo que sí, inclinando un poco la cabeza hacia mi lado izquierdo que es donde tengo el corazón.

El dar conferencias no alimenta pero bien que otorga fama adictiva mas breve, que dura sólo lo que estás delante de un grupo de incautos alumnos que, tú piensas, están siendo convertidos en mejores lectores con el simple hecho de ponerte atención. Después, el mismo desconocimiento en el que estas corrientemente hasta que te vuelven a llamar y vuelves a decir que sí.
Como sea… Una vez sucedió lo que siempre soñé. Me invitaron a dar un taller en un festival de cultura local, que es casi lo mismo que dar una conferencia. Brinqué de gusto. Dije sí, mil veces sí. Me dieron la fecha, que sería un mes después de la llamada, y comencé a preparar mi taller dirigido a jóvenes. Se había dispuesto para mí un salario. Yo pude, por fin, imponer mi tabulador sin que me regatearan cual marchanta ante verdulero.

Impartí mi taller con toda la gracia que me caracteriza. Los jóvenes que fueron llevados a la fuerza pertenecían a una preparatoria cuya sede estaba en la ciudad. Por su asistencia constante, su maestro de Taller de Lectura y Redacción les subiría puntos. Pero, ¿cuántos puntos pudieron haberles subido? No creo que ninguno haya quedado exento por tomar mi taller. Lo que quiero decir es que ellos se quedaron por puro gusto.

El taller estuvo de poca madre y me pagaron, para mi sorpresa, un día antes de que terminara. Como ritual de celebración fui a llevar mi ofrenda por los favores recibidos a mi cantina predilecta. Allí, sobre la mesa, junté mis manos, oré ante mi caguama y le pedí que me pusiera otra vez en la misma situación al año siguiente.

Pero mis ruegos no fueron escuchados. Se acercaba la fecha del festival y yo esperaba la invitación que no llegó, quién sabe por qué. Entristecí preguntándome en qué fallé, en qué podía mejorar. Pasé largos desvelos angustiado, llenando mi almohada de lágrimas, suplicando al cielo el perdón de los organizadores. Todo fue inútil. No fui requerido. Más tarde me enteré que ningún artista local fue tomado en cuenta para el mentado festival y entonces me corté el cabello para cerrar ciclos.

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Hubieran visto el infierno por el que pasé. Me dijeron, necesito esta papelería: un cuerno de unicornio, leche de hormiga hembra, una pestaña de cíclope, a la brevedad. Conseguí la papelería y la entregué. Me dieron la fecha, la hora y el lugar. Preparé mi preclara conferencia y me dije, me voy a esforzar como cuando terminé mi carrera.

Para no variar, la publicidad fue paupérrima y me vi obligado a hacer mi parte. Con mis torpes habilidades de diseñador gráfico, recorté la imagen del programa del festival en donde venía mi nombre y el título de mi conferencia. La subí a mis redes sociales y tuve mínimas interacciones. Aun así mi esfuerzo fue superior al de los encargados.

El día de la conferencia llegué al lugar con media hora de anticipación. Había en el recinto una sorprendente asistencia. Una veintena de personas abarrotaban los pasillos esperando entrar a un concierto de piano que se llevaría a cabo terminando mi participación. Pensé, con que unas tres de ellas se quedara a escucharme yo me daría por bien servido, ya podría casarme, ya podría ir al cielo.

Di una vuelta por el recinto, haciéndome güey, fumando un cigarro, bebiendo de mi botella de agua. Faltando cinco minutos para la hora indicada, me pidieron que ocupara mi lugar. ¡Tuve mesa con blanco mantel!, pero no sé por qué había dos sillas más a mi lado. En una de ellas puse mi morral y sobre la mesa puse mi botella de agua. Ya estaba instalado el sonido y llegó, como cambio agradable, el representante estatal del festival y me presentó. Obviamente no me conocía. Dijo las frases de cajón y me cambió el apellido. Le agradecí de todos modos la deferencia porque hay que ser cordial.

La conferencia siguió el curso esperado. Cada cuando hacía una pausa para beber mi propia agua porque los organizadores no me pudieron poner una botella a la mesa. Fui gracioso, espectacular, entretenido, serio, cordial y erudito ante la poca gente que me escuchaba. Mi desempeño no bastó como para hacer que se quedaran. Iban saliendo de dos en dos, como con Noé porque ya mero iniciaba el concierto. Para no verme mal, di por terminada mi intervención. Me brindaron algunos deliciosos aplausos y me marché de allí, rumbo a mi casa, sintiendo el peso de mi existencia durante el viaje en autobús.

Yo tomé las fotos como evidencia para gestionar el pago. Me dijeron al respecto que se tardaría muy poco tiempo en llegar y me conmoví hasta las lágrimas.

Pero los organizadores extraviaron mi papelería, ¡y eso que era un cuerno de unicornio, leche de hormiga hembra, una pestaña de cíclope! ¡Cómo puedes perder eso! Hay que ser muy pero muy distraído para hacerlo.

Por fortuna, alguien guardó copias de ése material y la metió de nuevo para gestionar el pago. Ahora sólo me falta que me avisen cuándo puedo ir a pasar a firmar el contrato. En efecto, no me dieron a firmar el contrato en tiempo y forma. Para acabarla de chingar, la principal autoridad encargada de realizar tales documentos legales está tardando el chingo en enviarlos desde la capital. Lo mismo, puedo suponer, tardará en realizar el depósito correspondiente.

Ha pasado una eternidad y aún no recibo mi estipendio. Cada viernes voy al cajero automático para revisar mi saldo. Entro a la cabina de rodillas, con una penca de nopal en el pecho, pero la pantalla me dice que hay cero pesos con cero centavos. Mi indignación es tal que estoy pensando seriamente en realizar mi protesta con una petición en change.org o con un hastag en twitter que diga #YaPágamePorFavor. ¡Oh, en mis manos está el poder de la justicia!

Por si no se habían dado cuenta, estoy siendo sarcástico. Las protestas en redes sociales no sirven para nada. Es mejor ver pornografía que indignarse. En lo que carga mi página tres equis favorita me pregunto, ¿volveré a aceptar invitaciones semejantes? No lo sé. Es muy probable que no tenga yo que responder a esta pregunta porque quizá, ningún festival vuelva a tomarme en cuenta.

Ignacio Garibaldy

Ignacio Garibaldy

Licenciado en Filosofía. Dramaturgo egresado del diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna. Becario del FECAC en la categoría de jóvenes creadores (2006-2007). Autor de Tres tristes vírgenes (U.A. de C. Siglo XXI. Escritores Coahuilenses. Cuarta Serie. 2011). Ganador del Premio Nacional de Dramaturgia de obra de teatro para niños, niñas y jóvenes Perla Szchumacher 2022 por la obra La voz de la tierra roja.

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