Cielo Naranja

Amanecer

Cielo naranja, un amanecer lejano, fresco, encender el auto. Mi madre sube al auto, le digo algunas palabras, el silencio la ofende más que unas palabras cortantes. Una vez que llegamos a su trabajo voy a comprar el desayuno. Camino en automático. Ir a comprar gorditas, tengo la esperanza de ver a alguien interesante.

En la espera de las gorditas una señora, desesperada, impaciente por la tardanza. Habla de su difunto esposo. Se quedó pobre por atender su enfermedad. Mala decisión: Sanatorio Español, hospital privado. Dos carros y una camioneta. Ahora se quedó sin nada, ahora tiene que trabajar. Quiero decir unas palabras a la joven que me atendía, ella siempre me atiende, tiene ojos de gata negra y frenos en los dientes, sonríe mucho. No se me ocurrió nada conveniente que decirle para sorprenderla. Gracias, igualmente. Caminar de regreso al trabajo de mi madre. Agradezco al cielo por la música que he descubierto y que no he dejado de escuchar. Me dice cierra la puerta, no la escucho, me quito el audífono, me regreso a cerrar.

Quiero comer, está caliente y picoso pero doy otra mordida. Las gorditas me recuerdan a la infancia en la escuela, la timidez de hacer algo tan simple: comer enfrente de los demás. Me asedia la presencia femenina, tres jóvenes sentadas en el sillón afuera de la oficina de mi madre. Hablan, yo las ignoro, no quiero verlas pero las veo. Me despido de mi madre, me voy a la escuela.

Camino a la escuela. Escucho el Vespertine de Björk. Traigo unas monedas en el bolsillo, veo el cielo, esta nublado, compro unos cigarros. Antes de encender uno lo entretengo en mi boca. La gente se me queda viendo como si fuera un loco, tal vez balbuceando en voz alta las canciones. Veo a unas mujeres acompañadas de hombres, los veo y pienso: bien por ellos, tienen mujer que los quiera, un despertar caluroso, mal por ellas, tienen un estorbo, un pesar que no las deja ser.

Error: caminar por el Revolución, mucho ruido, necesito silencio, me alejo del boulevard. Regreso la canción para escucharla nuevamente, necesito silencio para escucharla bien. Más mujeres, ¿quiénes serán, qué harán de su vida? Corro para escapar de los carros. Un perro ladra acercándose, la adrenalina me hace correr, la palpitación se acelera. Sudor frío, sigo caminando, me calmo un poco, vuelvo a la música.

Reconozco un camino, me desilusiono de la ciudad imaginaria por la que caminaba antes de reconocer la calle. Ahora conozco el camino y olvido la ciudad imaginaria en la iba caminando. Pasa el camión de la basura muy cerca de mí, alcancé a orillarme cuando escuché la campana, dos hombres aparecen siguiendo al camión, recogiendo bolsas, botes, corren, corren siempre para todos lados, verdaderos maratonistas. La calle es muy ancha, se llena de neblina el ambiente ¿neblina o contaminación? La ciudad hierve en frío.

El cerro triste. Dos cruces en lo alto. Camino en zigzag. Ayer leí hasta muy tarde, Bajo el Volcán, de Lowry, lo devoré, un viernes en la noche, no trabajaba en el restaurant, pero debí hacer tarea. Ahora camino despierto, en el sueño de la realidad, veo una efigie estática en la altura al final de la calle. Me recuerda a mi maestro: ya va siendo hora de que le vaya haciendo caso a sus palabras, nos dijo que éramos unos muertos. Tiene razón, no vivo lo que debo vivir. Subo las escaleras de entrada a la escuela y veo mi reflejo en la puerta de vidrio antes de entrar, ¿ese soy yo? Otra vez la escuela, no debería haber clases los sábados, otro día, otro día nada más.

Atardecer

Me pongo el pantalón. Arreglo el uniforme para el trabajo, salgo, respiro de pronto el aire fresco, dormí toda la tarde. Empieza a morir el día. Rápido, no quiero perder mi bono de puntualidad, mi padre me prestó el carro. La tarde es impactante, nubes rosáceas, el sol imponente, violento, abarca todo. Nunca es el mismo atardecer. No quiero ir a trabajar, es sábado. Escuchar a Góreki y las Symphonies of Sorrow en el trayecto. Dejo el carro lejos del restaurant y camino, contemplo a lo lejos la cocina del restaurant, su insoportable tiempo irreparable.

La cocina me gusta, pero está encerrado el lugar. Uno no puede ver más allá de dos metros a la redonda. En el día, para pasar las ocho o diez horas, hay que dejar que transcurra el tiempo buscando ratos para sentarse y descansar, esperar que los meseros vengan y pidan las comandas, prepararlo lentamente, como queriendo pasar una hora con un platillo, demasiado lento.

Enciendo la grabadora, es sábado, quiero escuchar cumbias y bailarlas con Lorena, la noche me hace ver que estoy vivo. Lorena tiene una hija, ella me divierte, me hace reír. Es más grande que yo pero podría fijarme en ella. No la entiendo, dice que tiene otro trabajo, tiene que cuidar a su madre también, talvez enferma o simplemente vieja. Bailo con ella y me empiezo a soltar, ella me coquetea.

Bailamos un poco, y como si se hubiera tomado un trago de alcohol me dice que voy a ser suyo, me lo dice jugando. Te lo voy comer todo, me dice sonriendo mientras sigue cantando la canción. Me río con ella porque lo dice con cierta timidez, animándose más de que no la alejo, tal vez es más joven de lo que parece, es linda después de todo, además tiene unas buenas tetas que brincan cuando baila. Sigo trabajando. Me dice que me encuera, que me da besos por todo el cuerpo como tapizada, eso suena conocido, ella habla tomando cosas de las cumbias, te vas a cansar de mi, me dice al oído, yo me río y le doy una vuelta bailando, sigo trabajando olvidando mi destino.

Me gusta el trabajo mecánico, no ocupa mi mente, puedo irme a cualquier parte. Pienso que Guanajuato sería bello para irme a vivir, tal vez pudiera estudiar filosofía aunque lo desapruebe mi madre, pero siento que no acabaría por ser lo que espero, no sé lo que espero. Trabajar y descansar, así pasan las horas. Quiero fumar pero no está permitido. Voy al baño, le digo a Sandra, la otra compañera de la cocina, cuídame tantito, ella me protege.

Otro espacio cerrado, no se puede fumar en espacios tan pequeños, uno necesita ver el cielo para fumar a gusto. Ojalá pudiera contenerme todo yo aquí mismo, hacerme primero una bola grande e ir empequeñeciendo poco a poco hasta ir siendo como una pelota, luego como un punto, hasta desaparecer, cerrar los ojos y recorrer las calles de la ciudad acordándose de cada piedra, cada casa. Caminar por los rincones, por los callejones oscuros. Vuelvo los ojos. La luz artificial me regresa del sueño, recuerdo que estoy en el baño y mi ser adopta la cuadratura para poder salir por la puerta del baño.

Camino despacio, con precaución para que no me vea el gerente. Pobre tipo, dice llegar más lejos que los demás, ¿más lejos a dónde? Dice que él nunca se detuvo ante nadie para llegar a donde está, es cierto, esa gente se mueve por moverse sin ver a nadie. Hay dos tipos de personas: las que dicen sí puedo y las que dicen no puedo. ¿tú, a cuál perteneces? No respondo, me quedo callado, sonrío por dentro. Me dijo que trabajo bien, que me da horas extra si quiero, seguro, me gusta la cocina, ocupa mis manos. Todo se vuelve mecánico.

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Ándale mijo, me dice Sandra, te quedas viendo el piso como tontito, ya voy má, le digo má de cariño. Sandra es como una madre y yo su primogénito, una perra y su único cachorro, me gusta que me defienda, es ruda y gorda, me aparta de Lorena, le dice lagartona. Sandra me quiere y como si su cuerpo entre más grande me quisiera más.

Mijo, te gusta Astrid, no pregunta, lo afirma como queriendo una respuesta. No má, le digo. Bueno, sí má, pero no sé, se me hace que no es ella misma, como que actúa. Me dice que desde que todo el mundo sueña salir en la tele algún día, se va dando sus clases de actuación todos los días, por si acaso. Sandra es buena, trabaja demasiado. ¿Cómo aguanta catorce horas seguidas? El gerente le ofreció más horas, Sandra dice que le hará una quinceañera a su hija. Sandra, ¿antes de trabajar aquí dónde trabajabas?, en el supermercado mijo, pienso que da lo mismo, otro trabajo explotado.

Exprimir limones, no me gusta exprimir limones. Partir, exprimir. Llenar dos litros, arden las cortadas, arden y me recuerdan que tengo un cuerpo que no ha salido de la cocina, que sigo en ese espacio del que muy poco permanece. De pronto llega demasiada gente al restaurante. Todos se presionan, todos empiezan a gritar. Mi padre dice que en el juego se conoce a la gente y aquí la gente parece que juega a ser cocinero y mesero, dos compañeros en la fraternidad de las demandas, los clientes juegan a portarse como imbéciles, nos hablan dando órdenes, pero es sólo un juego que les dijeron podían jugar sin ser dañados, los lados de la cancha determinan quiénes somos, yo estoy dentro de la cocina. Ya va siendo hora de salir, estoy cansado pero quedamos en salir a un bar al terminar, no hay nada mejor que un cigarro saliendo del trabajo, quiero hacer algo diferente, la noche es casi blanca como si recordara que fue atardecer.

Amanecer renovado

¿Vamos a ir a algún lado saliendo?, me pregunta Monse. Ya tengo diciéndote que si salimos tres semanas. ¿No quieres ir con Astrid?. Si, vamos, le digo. ¿No te gusta Astrid? Si, está guapa. Después de todo sí quiero bailar, es sábado, sería bueno gastar energía, respirar, agitarse, sudar, cambiar de ánimo, ojalá que Astrid baile bien.

L

legamos al bar, Astrid ya anda tomada porque llegó temprano, descansó en sábado, ya pasan de la dos, venimos saliendo del restaurant y para nosotros la noche empieza. Le da pena que haya venido yo, no se lo esperaba, supongo que ya ronda entre los compañeros que nos gustamos. Está guapa, ella exagera sus facciones para hacerme saber que está ahí. No quiero ser un oportunista.
Vamos a bailar, le digo a Monse, para disimular un poco. Monse es mesera y ya tiene tiempo en el restaurant, ella fue la primera en hablarme. Me gusta bailar, la música sirve de catarsis. El ejercicio físico es bueno para el espíritu abatido, ¿quién dijo eso, Tolstoi? Tomar unas cervezas, caerán bien. Mañana es domingo, traigo carro, mi padre me dijo que lo tomara por ser sábado, pienso que tal vez pueda llevarla a su casa si quiere. Astrid se ve muy bien con el cabello planchado. Me mira pero se voltea, me gusta que su cuerpo no sea un palo. No la entiendo. Monse me cae bien, siempre me ayuda en el trabajo, ella también estudia ingeniería, no sé cómo tiene ánimos. Le digo que pienso dejar la escuela.

Veo a Astrid tomándose otra cerveza, sigo bailando con Monse. Me deja, se dio cuenta de que la uso por un rato. No quiero que le diga nada a Astrid, que la deje tomar todo lo que quiera, que por mí no se detenga. A veces Astrid se comporta así, realmente no la conozco, por qué trata de hablar diferente cuando estamos con los demás. Salimos del bar, me dejan sólo con Astrid, ella se siente apenada, yo estoy a medias, son las cuatro y apenas dos cervezas me tomé. Es lo peor. ¿Quieres que te lleve? Sí, me dice Astrid.

Ella no quiere hablar mucho para que no sea más notoria su embriaguez, su manera de hablar que parece vilipendiar. El trayecto es largo, el silencio igual. Llegamos a su casa y como si se hubiera acabado también la paciencia, la timidez, empezamos a platicar de nimiedades. Ella estudia puericultura, tiene 23, su madre ya no la quiere en la casa, no quiere llegar, ya es muy tarde. Le digo que se espere, que no entre así, anda mal, podemos ir a cenar algo. Vamos por más cerveza, está bien, le digo. Sigue sin hablar mucho ¿estará enojada conmigo?

Regresamos a la casa, me estaciono a una cuadra, tomamos en la cajuela del carro. Ella se baja del carro y se sienta en el patio abandonado de un vecino. Me bajo, me siento en la acera junto a ella. Seguimos platicando, es más agradable de lo que imaginaba. Me dijo que tiene 23 pero parece de 25, no importa, sigue siendo hermosa. ¿Será la cerveza? No, desde que la vi me sorprendió. Ella me dice que va hacer una fiesta de cumpleaños, quiere festejar con todos los amigos y que haya de todo. Le digo que yo sólo cerveza. Me dice que algún día tengo que probar. Le digo, si, algún día.

Me pregunto qué hago saliendo con esta gente que creo conocer. En realidad es la primera vez que salgo con los del trabajo y casi por compromiso, ¿por compromiso de qué? mi compromiso con mi parte que dice que sea sociable, que salga, que busque alguien con quien pasar el rato, desaburrirme y empezar a sentir. Sólo le hablaba a Monse y ella me presentó a Astrid mi primer día de trabajo. No sé quiénes eran los demás que estaban en el bar. No me agradan. Sergio, el de la camisa ajustada y negra andaba más borracho que Astrid. ¿De qué me hablaba el tipo? Cómo desaparecer sin que se dé cuenta, lo va a olvidar de todos modos. Ya me voy, me dijo Monse antes de irnos del bar, te llevas a Astrid.

Puericultura, qué interesante, y regreso un poco a la conversación pero no puedo dejar de pensar en lo que pasó hace unos momentos. No sé por qué soy así, apenas pasado el tiempo y ya pensando en lo que fue, acabo de llegar de hacer algo y otro tanto se me va pensando en lo que hice, va llegar un día en que ocupe más tiempo pensando que actuando, hasta que de plano no actúe, pero en realidad nadie vive en presente, me digo para consolarme.

Me dice que no sé lo que es eso. Le digo que sí, que son las que estudian para cuidar niños muy pequeños, se sorprende. En realidad no me parece interesante la puericultura, pero sí se lo que es. Te gustan los niños, entonces. Los muy pequeños, los que no hablan, los puedes cargar en brazos, los otros ya más grandes son incontrolables, y se ríe.

Ya va a amanecer y todavía no nos acabamos el paquete de cerveza, ella sólo ha tomado una. Yo no tengo prisa. A las siete con tres se apagan los faroles, me dice. A esa hora salgo a tomar el camión todos los días y siempre se apagan a esa hora. Me sorprende. Le digo que voy a esperar para comprobarlo, ella me sonríe porque parezco algo infantil. Nunca he visto cómo se apaga el alumbrado público, nunca he puesto demasiada atención, se requiere suerte, como ver una estrella fugaz. Es un amanecer terriblemente bello. Las nubes rosáceas, el cielo naranja. Ella dice que hay algunas nubes que son de hielo, yo no le creo pero igual me vuelve a sorprender. No sé qué decir, sonrío. Tiene lindos ojos. Ya no me siento desesperado como cuando salimos del bar. El amanecer me da ánimos. La ciudad por fin se calla por un momento, un silencio para el amanecer, como antes de volver a nacer.

Ella pasó de hablar cortado a una forma entre dulce y tierna. Hace dos horas que dejó de tomar y yo he seguido. ¿Será la cerveza? Siete con diez y no se han apagado las luces, hubiera apostado algo, tal vez un beso, me enojo conmigo mismo. Siete con quince y me dice que la van a regañar. Quiero besarla, ella se acerca y se despide con un beso en la mejilla, no se qué decirle, se mete a su casa. Me quedo viendo el sol salir, me acuerdo de que traigo carro, es difícil manejar sin haber dormido, sigo las líneas del pavimento, ya es domingo.

L

lego a mi casa, mi madre me dice algo que no entiendiendo, quiero seguir viendo el amanecer, enciendo un cigarro desde la ventana de mi cuarto, escucho I am a Bird Now, de Anthony and the Jonhsons. Mantengo el cigarro encendido en la boca sin darle el sorbo. Veo una mujer caminando que se pierde entre el humo del cigarro.

Luis Carlos García

Luis Carlos García

Nacido en 1986 en Torreón, Coahuila. Estudió ingeniería en alimentos y licenciatura en filosofía. Hizo el diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna de 2006 a 2008, en la que después se desempeñó como maestro de filosofía. Actualmente divide su tiempo entre las obligaciones profesionales y su vocación por la filosofía y la literatura.