Registro de lectura No. 4 El crepúsculo de los filósofos. Giovanni Papini

Antes del libro

Por mucho tiempo permanece un libro en el estante empolvado de un librero sin molestar ni ser molestado. La historia de muchos libros de callada espera. El crepúsculo de los filósofos, del cual pensaba que era una novela por dejo de inercia, me dio una sorpresa: se trataba de una colección de perfiles biográficos y críticos de grandes filósofos.

Papini parece ser de esos autores que, por estar siempre presentes en una librería, ya no se ven como algo que valga la pena leer. Como si por estar siempre ahí, algo de ellos se cerrara, como si ya hubieran dicho todo lo que guardan, o peor aún, como si su mensaje ya hubiera sido recibido por la humanidad, tan claro que ya no es necesario leerlos.

Mi libro empolvado, de edición vieja adquirida en libro de usado, lo hacía todavía más invisible en mi librero. Si fuera un buen libro habría de él reimpresiones o nuevas ediciones, pensaba cuando lo agarré por accidente, sin imaginar jamás lo que tenía en mis manos.

En realidad, bastó con leer el primer capítulo para saber que uno se enfrenta a un gran pensador y magnífico escritor, con un manejo despabilado de ideas, fuera de toda parsimonia académica y con el gesto irónico que caracteriza a las inteligencias más atrevidas, incluso con esa insolencia permisible en el genio.

El crepúsculo de los filósofos, dentro de toda la obra de Papini, no aparecerá nunca en primer lugar, tal vez porque no es una obra de ficción, o tal vez porque requiere de cierto conocimiento previo de la filosofía y de los filósofos de los que se habla, pero así con todo, es un libro que asombra y que no debería pasarse sin ser mencionado. Veamos por qué.

El libro

Papini, con su formación de maestro de primaria, con su carácter de bibliotecario autodidacta, nos entrega en su libro una lección resumida de tomos y tomos del pensamiento del siglo XVIII y parte del XIX. Es un maestro que me enseñó varias cosas que quisiera presentarle al lector, sin excederme.

Si el lector es ya un adentrado en temas de filosofía, si al menos ha pasado revista por la biografía y obra de los grandes filósofos de la historia moderna de occidente, se dará cuenta que Papini no batalló en definir el índice de su libro. Tan sólo tuvo que apuntar en ciego un listado de cualquiera de los siempre comentados clásicos modernos: Kant, Hegel, Schopenhauer, Comte, Spencer y Nietzsche.

Digo que no ha batallado mucho Papini en seleccionar prototipos de filósofos en decadencia, porque de eso se trata El Crepúsculo: el pensamiento viene de caída. Y los filósofos por todos tildados de maestros no son figuras divinas a las que hay que rendirles ofrendas.

Papini propone que esos grandes pilares del pensamiento sean revisados, aunque te advierto, querido lector, que estos ensayos críticos pudieran causar cierta desazón, porque el escritor italiano se ha propuesto derribar el castillo de ideas que los filósofos – al menos los nombrados – nos han prometido. Ese castillo podrá ser muy bello, creativo o magnánimo, pero no resisten el análisis de Papini.

Que no te quede duda, querido lector, que uno debe leer y enfrentarse a los grandes filósofos, porque hasta en sus errores son grandes, maestros y magnánimos, lo que hace Papini es quitarles ese hálito de santidad, desde un estilo irónico peculiarmente cómico. Papini es un genio literario, midiéndose con otros genios del pensamiento, y eso es lo más interesante del libro, un genio vital que no tuvo mucha escuela – Papini era un bibliotecario sin formación filosófica… imagínense nada más el análisis–.

Como los abreviados en el libro, podrían agregarse a gusto personal, revisar a Descartes, a Rosseau, Marx o Heidegger, pues de ellos tampoco habría dificultad de encontrar ironía en su vida y ridículo en su obra – guardando siempre las debidas, enormes, distancias—.

Papini retoma, con mucha maestría y ahínco, la forma de abordar humanamente las ideas. El filósofo no puede, a diferencia del escritor, olvidarse de que él representa una encarnación de sus ideas, sin la vida que debe vivirse bajo los propios preceptos, la obra no vale nada. Si se pudiera hacer una diferencia entre la manera en que vive, y la manera en que piensa, la filosofía estaría muerta.

Para el escritor, que imagina mundos distintos al suyo, y que no esboza teorías sobre el mismo, no se le juzgará por no comportarse como uno de sus personajes. En cambio, la grandeza de un filósofo es entregarse vivamente a sus ideas. De ahí que lo cómico entre en juego, pues las ideas descubrirán en la vida misma del filósofo sus errores o inconsistencias.

Expliquemos un poco, y dejemos que el lector pruebe por sí mismo lo que comento arriba. Empecemos por Kant, en palabras introductorias del mismo Papini, dice:

“Kant es un filósofo célebre; más bien, diríamos, el más célebre de los filósofos. Todo lo que la fama le podía dar lo ha tenido: desde discípulos testarudos a glosadores desorientadores, desde monumentos en las plazas a revistas especializadas. Pero yo no estoy igualmente seguro de que sea un gran filósofo, ni siquiera que sea siempre filósofo. Su misma fama es sospechosa: ¿quién podrá decir cuánto han contribuido a ella la bruma germánica y la ignorancia latina?”

¿A poco no basta este primer párrafo para enamorarse ya de Papini? Después menciona que los franceses leen a Kant para dárselas de profundos. Kant, para el genio italiano, es una leyenda, es una figura mítica, ya no es un filósofo nada más, no es ya tampoco EL filósofo, sino que incluso, a tal grado ha llegado su fama, que su filosofía es ya LA filosofía, pero es así porque pocos le conocen: “Templo en la cumbre, que todos ven pero pocos visitan”.

Llegando a este punto estaba decidido que leería hasta la última página: “Confesémoslo libremente: el hombre, así, a primera vista, no es simpático. Es imposible que un prusiano tan perfecto, que un alemán tan típico como Kant, pueda gustar a un latino.”… “Kant será un gran filósofo, pero es ciertamente un burgués honrado y ordenado. Toda su filosofía está aquí, en estos tres adjetivos que os ruego meditéis.”

Y el lector pensará: reducir toda la filosofía de Kant en esos tres adjetivos ¿será que es verdad, que es posible, que Papini sea el gran comentador del filósofo de Königsberg que lo resuma en tres palabras? Y responderemos que sí, sin duda, Papini no habla en vano.

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“Acordaos que de que es crítico y moralista, es decir, honrado en el conocimiento y en la acción; un regulador y un escolástico, o sea, un hombre de orden en la materia y en la forma de su doctrina. Como por método intelectual ataca las pruebas teológicas de la existencia de Dios y la libertad, también por honradez social restablece la creencia en unas y otras. Su temperamento es consecuente hasta en sus aparentes contradicciones.

‘Es un burgués, he dicho, o sea, un hombre mediocre. Ni el padre, sillero, ni la madre, pietista, ni la pequeña ciudad prusiana en que vivió pueden haberle dado el sentido de las cosas grandes. Fuera de la moral tradicional y de la mecánica de Newton, no ve otro campo.”

Y baste entonces, sólo esta primera apertura, para que el lector vaya a descubrir, poco a poco con Papini, cada uno de los rincones de la vida y pensamiento de Kant. Confíe el lector en que la agudeza y la acidez mórbida de la mirada del autor no decaerá ni en éste ni en los siguientes pensadores.

Se dice que solamente se ha entendido un tema cuando eres capaz de explicarlo clara y sencillamente a alguien que nunca ha siquiera leído cinco páginas del tema. Eso mismo sucede con Papini, sabes que ha dominado a profundidad las ideas de los grandes filósofos, se ha enfrentado a ellos, y nos entrega ensayos de entre 30 y 60 páginas donde los pilares de las construcciones silogísticas de sus grandes edificios mentales se han derribado.

Para aquellos que hemos sufrido frente a un libro de Hegel, que hemos regresado una y otra vez a la misma página para tratar de entender algo de lo que dice el más grande idealista alemán, que hemos pasado las horas más miserables y trabajosas de lectura sin fruto, no se imagina el lector la alegría que me causó leer a Papini diciendo que Hegel es “el gran filósofo de la obra maestra de lo inconcebible.”:

“Hegel, el gran mago de Suabia, ha cumplido el milagro que ningún Merlín había intentado: ha hecho real la gran aspiración romántica. Novalis soñaba con una poesía que no dijese nada; Hegel, sin más ni más, ha hecho toda una filosofía que no significa nada.”

Me he reído, querido lector, de júbilo, de venganza y de alivio. Hegel ha recibido su merecido. Debo admitir que durante mucho tiempo la Estética de Hegel influenció mi insipiente estilo literario – en un gesto, quiero decir, porque en realidad me influencié yo mismo, dado que no entendí nada –.

Imagine el lector, en una Italia de gran tenor marxista que dominó por varias décadas, que Papini haya podio llamar así al maestro de Marx. Me rio, inmensamente, querido lector, porque imagino el incendio que pudo haber provocado con esos marxistas de rencor teológico.

Pero continuemos, porque Papini tiene muchas más cosas que enseñarnos. Cuando habla de Nietzsche – ya se imaginará el lector mi cara de anhelo feliz de venganza – encuentra las palabras que yo nunca hallé para el loco de Turín:

“No falta nada, pues, para hacer de Nietzsche un buen positivista, acompañado, como es de regla, por un evolucionista y un monista. La filosofía de Nietzsche es, si se quiere, una traducción y una continuación de la de Spencer; el ingeniero inglés y el helenista alemán están mucho más próximos de los que cada uno de ellos podría imaginarse.

‘Esta proximidad es ya para mí una mala señal, y, por muchas riquezas de imágenes literarias que Nietzsche me ponga ante los ojos, no estoy tranquilo: la bella poesía no basta para salvar la mala filosofía. Puede ser un atenuante, pero no tal que no obtenga la gracia, y yo no tengo el menor inconveniente en preparar la sentencia contra el eterno convaleciente que ha escrito, entro tantos libros, también un Ocaso de los diocesillos (Götzen-Dämmerung).”

¡Oh, Papini! ¡Maestro! Como esa lección básica que nunca debemos olvidar en la vida, me enseñó otra cosa más que no había podido encontrar en ningún maestro filósofo: nunca se debe discutir con un sentimiento. Para expresar y para “entender” un sentimiento no queda otra cosa que mostrar y observar, pero nunca se debe poner uno a discutir filosóficamente con la emoción.

Eso me sucedía con Nietzsche, tratando de “entender” su “filosofía”. Cuando a Nietzsche lo que hay que hacer es leerlo literariamente, pues ha escrito bellos libros, llenos de metáforas, leyendas y alegorías que llevan, eso sí, a pensar, pero que no constituyen en sí una concepción de ideas que convengan a la vida teórica, ni mucho menos práctica, cosa que constituye, una y otra vez un craso error a mi manera de ver.

Papini lo dice, que la única vía salvable para la lectura de Nietzsche es a través del método, pues todo aquel comentador que quiera discutir con su “pensamiento”, no hará otra cosa más imbécil que discutir con algo que es sentido y expresado literariamente, sin tener detrás de ello, formalmente, un pensamiento.

Cuando Papini continúa con Schopenhauer, Comte o Spencer, sabemos que, si fue capaz de lograr aquella tirada irónica con los grandes de Kant y Hegel, podemos imaginar lo que hará con el resto de los revisados en su libro. Queda mucho, sobran muchos comentarios, pero le aseguro al lector, el espíritu de Papini es imbatible, irá persiguiendo a cada uno en sus fallas, no por saña, sino por verdad.

Después del libro

Me incomoda ese cortejo solemne que rodea a alguien cuando habla de filosofía, peor si ese alguien usa la parsimonia típica de la citación de los grandes nombres, y hace que me pregunte si era verdaderamente posible que no se hubiera renegado de leer La Crítica de la Razón Pura sin sentir que se avanza por una selva en una noche maldita, y que se promueva su lectura como si no constituyera un engaño tipo de esos negocios de pirámide en que uno atrapado intenta envolver a tres más en el engaño.

Después de Papini respiro, porque he encontrado alguien que piensa como yo — nótese la soberbia indiscreta del enunciado – y que lo ha expresado con maestría – a diferencia mía –, para ser ese respiro de alivio, justicia e ironía que la historia de la filosofía necesitaba.

Que no se piense, querido lector, que queremos, Papini y yo como su portavoz, espantar la lectura de los maestros. Lo he dicho y lo vuelvo a decir, los maestros son grandes hasta en sus errores, hasta en su lógica fallida, y para todo aquél que los ha leído como quien se acerca achaparrado ante un dios, y ha sido bofeteado con el lenguaje abstruso que han utilizado, les conminamos a que vuelvan a su lectura quitada de penas, recordando la ironía misma y la simpleza que nos ha enseñado Papini.

Y si nunca se ha adentrado el lector a esas filosofías, le recomendamos empezar por otros filósofos, para no causar un susto que provoque el nunca volver a la filosofía. La filosofía no tiene la culpa de esos ejemplos majestuosos que nos han hecho renegar – y pensar – mucho.

Si has tenido ya una primera saboreada de filosofía y has quedado asqueado, y si crees que no debes volver a tocar la filosofía, te digo que la pregunta “¿por dónde empiezo a estudiar filosofía?” es una pregunta que puede hacerse una y otra vez. Porque estudiar filosofía debe ser siempre un volver a empezar.

Luis Carlos García

Luis Carlos García

Nacido en 1986 en Torreón, Coahuila. Estudió ingeniería en alimentos y licenciatura en filosofía. Hizo el diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna de 2006 a 2008, en la que después se desempeñó como maestro de filosofía. Actualmente divide su tiempo entre las obligaciones profesionales y su vocación por la filosofía y la literatura.

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