Luis Carlos García

COLUMNA

Por Luis Carlos García

Columna

Inteligencia y Vida Intelectual

En sentido amplio, intelectuales somos todos lo que utilizamos la facultad intelectiva para vivir. Si cualquier padre, educador, profesionista, político o sacerdote, usa su inteligencia para el desempeño de su vocación, se puede decir que se es un intelectual. En sentido propio, un intelectual es el que se dedica, vocacionalmente, al ejercicio de su inteligencia, con el único fin de la verdad. Su empeño y sumisión a la verdad es el criterio de valoración de un intelectual.

La raíz latina de la palabra inteligencia viene de intus-legere que significa “leer dentro”. Esto es, una capacidad de adentrarse en las cosas para descubrir aquello que las hace ser lo que son. Es el uso de la facultad que se distingue por separar lo mutable, lo circunstancial o accidental de las cosas, para quedarnos con lo profundo, lo sustancial, la forma que las define.
Llegamos a esa lectura interior en un proceso que es la simple aprehensión del objeto, para luego llegar a la primera operación intelectiva: la abstracción. Es un paso natural que se da en el conocimiento y consiste en ser de alguna manera un filtro o una reducción que hacemos de las cosas para quedarnos con aquello que pueda ser manejado por el pensamiento y el lenguaje, algo más que una simple imagen y algo menos definido que un concepto. De la abstracción se dice el término, la palabra, que permite su uso en la expresión verbal del pensamiento. Este término, la palabra, es la unidad fundamental con la cual será posible ampliar el conocimiento.
Aristóteles dice que la ciencia es conocimiento por causas. El que busca siempre la causa encuentra una serie, un camino en la profundización y extensión de la verdad. Igual que el intelectual, el científico – el científico actual – se regirá por su continuo avance en el conocimiento de las causas, sea de fenómenos meteorológicos o biológicos, o de una circunstancia antropológica.
Como escribía Leibniz, los filósofos no se distinguen de la demás gente «en que perciban cosas distintas, sino en que las perciben de otro modo, es decir, con el ojo de la mente y con reflexión o atención y comparándola unas con otras”.
Pensar es el acto de la inteligencia. Pensar no es solo un acto mecanizado que resuelve ecuaciones matemáticas, sino un acto vital, un acto de un ser que vive, y que mediante la inteligencia adquiere la capacidad para vivir adecuadamente. Pensar y vivir son coetáneos, contemporáneos, para el intelectual la vida es vida pensada, en muchos casos escrita.
Mucho del trabajo de Sócrates, con su método mayéutico, es el conseguir que nos interesemos por saber qué es el amor, la justicia, la belleza o el bien. Y al preguntarse por el “qué” de la cosa, implica el uso de la inteligencia para llegar a un concepto universal, que sea principio para su definición. Ese camino es difícil, y a casi nadie le gusta indagar en temas que parecen ser cuestionamientos insolubles, más aún cuando se cae en cuenta de que se está en el error o es un ignorante.
Ser inteligente, o ser un intelectual no significa saberlo todo, de tal manera que la inteligencia es un camino, un modo de aproximarse a la realidad, a nosotros mismos y a los demás, en todo nuestro vivir. Es también la facultad que nos hace más humanos pues con ella regimos con orden nuestras acciones. Una persona inteligente reflexiona antes de actuar, piensa antes de hablar, prefiere la paz al conflicto. Para esto también se requiere de voluntad, un querer escuchar a la otra persona – en la resolución de un conflicto – un querer ser ordenado y actuar regido por la misma inteligencia.
Si nos atenemos al uso de la inteligencia en nuestra profesión nos llevará a la toma de decisiones conscientes, ordenadas y responsables, dando mejores resultados, dando confiabilidad a nuestros compañeros pues sabrán que no somos impulsivos – irracionales – y que no nos dejamos llevar por el instinto de respuesta o la emoción inmediata.
Hacer uso de la inteligencia en nosotros mismos nos permitirá saber recibir de las experiencias lo mejor, aquello que tenga pie para darnos una autoimagen cierta de quiénes somos y qué queremos. También nos abre a la expresión adecuada de nuestras emociones y nos permite una comunicación verdadera con otras personas.
A. D. Sertillanges en su libro LA VIDA INTELECTUAL da una buena cantidad de preceptos para aquéllos que quieren dedicarse al ejercicio superior del intelecto y la adquisición de la sabiduría. Es una valiosa guía acerca de lo que implica la vida sometida por el espíritu de la verdad, es un libro lleno de consejos útiles, a su vez lleno de sabiduría y experiencia.
Creo conveniente rescatar algunos puntos de tan valioso texto:

a. El intelectual se mide por su sumisión a la verdad. Como el artista se mide por someterse a la belleza. Su único fin consta en la búsqueda, encuentro y concepción de la verdad.
b. La vida intelectual requiere de virtudes. Para pensar claro se requiere de vivir adecuadamente. La vida intelectual es una vida de hábitos saludables al cuerpo y al espíritu. La vida intelectual es una vida ética. Se requiere de prudencia para la dedicación, espíritu científico que identifique las causas y el progresivo andar del conocimiento; mucha disciplina en la elección de las fuentes del saber y administrar los tiempos de trabajo y los de reposo, de libros y selección de libros.
c. La verdad lleva a la unidad. El intelectual resume, profundiza, concuerda posturas diferentes, no enfrenta. Rescata lo que de verdad tienen unos y otros. Busca irremediable y contemplativamente. La misma unidad de la verdad llama a la integridad personal que conlleva su búsqueda.
d. El intelectual no es un aislado, no está alejado del mundo y de sus condiciones. La lectura y el pensamiento muchas veces requieren de la soledad y el silencio, pero cuando se piensa no se es un individualista, se piensa y se expresa el pensamiento de raíz comunitaria. El lenguaje mismo no es un instrumento individualista, requiere del otro.
e. La verdad, la más profunda y radical, es una verdad práctica. Es práctica porque nos da dirección para pensar, vivir y actuar. La verdad no lleva a teorización pura entonces.

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Para no repetir lo que en el libro de Sertillanges se indica he de recomendar su lectura, y he de proseguir en el discurso que antes he comenzado.
El intelectual en muchas ocasiones se ha confundido con el “sabiondo”, el “ratón de biblioteca” que no sabe de nada más que de libros. Otro perfil del intelectual es aquél de tipo mesiánico, que todo lo profetiza, todo lo sabe y todo lo predice, sus oraciones se vuelven monumentos una vez escritas.
Esos perfiles del intelectual han hecho mucho daño porque han dado una imagen falsa al público, al estudiante o al lector, una imagen como de gurú, que no está vivo, que no comete errores y que sobre todo no corrige.
Tal vez una respuesta sabia sea la de Zweig: “El intelectual debe permanecer junto a sus libros”. Y tal vez así deba ser, en su forma más propia. Un intelectual que descuida el estudio deja de ser intelectual. Dado que son hábitos intelectuales los que requieren de una constante afirmación libre, una libertad para hacer presente el hábito, se habrá de ejercer la inteligencia en cada acto de la vida.
Pero la intelectualidad no puede permanecer pura ni se convierte el filósofo o el intelectual en un ser fuera de este mundo, se sigue siendo hombre. Los hombres sabios y prácticamente sabios, como esa sabiduría antigua de Tales de Mileto, los hombres que entienden el mundo más intensamente que otros, también podrían descansar frente a una fogata, y decir, como le dijo Heráclito a unos viajeros que venían a buscar al gran maestro: también aquí residen los dioses.

Bibliografía

1. Sertillanges, A. D. La vida intelectual. Fondo de Cultura Económica.
2. Zubiri, Xavier. Naturaleza, Historia, Dios. 1942; edición sexta, 1974. http://www.zubiri.org/works/spanishworks/nhd/nhdcontents.htm
3. http://www.elmundo.es/cultura/2014/06/19/53a1d172e2704e334b8b4593.html
4. Nubiola, Jaime. El taller de la Filosofía. Ediciones Universidad de Navarra, S.A. (EUNSA). España. Quinta edición: Febrero 2010.
5. Valores blasfemos. Diálogos con Heidegger y Gadamer. Graciela Fernández y Ricardo Maliandi. Las cuarenta. 2009. Argentina.

Luis Carlos García

Luis Carlos García

Nacido en 1986 en Torreón, Coahuila. Estudió ingeniería en alimentos y licenciatura en filosofía. Hizo el diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna de 2006 a 2008, en la que después se desempeñó como maestro de filosofía. Actualmente divide su tiempo entre las obligaciones profesionales y su vocación por la filosofía y la literatura.