La ciudad nocturna

Al principio nadie lo notó. Los días continuaron igual que siempre. Luego poco a poco fuimos constatando que el alba cada vez era menos luminosa y que las mañanas no eran tan brillantes. La gente dijo que se trataba de las nubes, pero no había ninguna de éstas, o al menos no las suficientes como para que opacaran la luminosidad del día. Luego dijeron que era la contaminación. Pero después comenzamos a advertir que de pronto los días eran demasiado oscuros, demasiado sombríos. El cielo cada vez se hacía más negro, más opaco hasta que la noche nos cubrió con su melancolía.

Lo más extraño es que ni siquiera uno puede ver las estrellas, es como si el cielo se hubiera endurecido, como si algo allá arriba, algo muy caliente, se hubiera acumulado al grado de que nada puede traspasarlo. La luna solo es una bola más opaca que se mueve por el cielo completamente negra; el sol por el contrario parece haberse consumido. De esto ya han pasado tres semanas.

Tres largas semanas de completa oscuridad.

Desde luego que esto no nos ha liberado de nuestras obligaciones. Mucha gente podría pensar que después de que algo así ocurriese la ciudad se habría de detener, que muchas cosas se habrían de reconsiderar. Nada más falso. La gran mayoría ha continuado con sus vidas como siempre. Los comercios siguen abriendo, los programas de televisión han seguido con sus horarios y frivolidades. Las oficinas del mismo modo atienden a las personas con la misma indiferencia. Todo continúa igual al grado de que la gente sigue diciendo las horas como si nada hubiese sucedido. Dicen, son las 9 de la mañana o, son las 9 de la noche. Yo a veces me pregunto cómo pueden saberlo. Es probable que en algún momento nos hayamos confundido y que ahora estemos en la mañana en vez de en la noche. Quizá por eso me siento tan fatigado. Tengo unas ganas tremendas de dejarme caer en la banqueta aquí frente a estas personas, pero eso qué cambiaría. No se puede escapar.

Dicen que en otras ciudades es lo mismo. No importa en donde nos encontremos, la oscuridad nos estará persiguiendo. Por eso me mantengo en pie a la espera del autobús, a la espera de llegar a mi casa e intentar dormir para mañana o después de ocho horas levantarme para comenzar de nueva cuenta con la rutina diaria. No sé cuánto más podamos soportar. Sé que esto no podrá seguir así por mucho tiempo. Estamos cansados, estamos cada vez más desesperados. Nada nos interesa. Nada nos convence. Ni siquiera el asalto ahora nos asusta.
Sexual fantasies are the best ways to get the physical satisfaction in their life. //sildamaxnow.com/product/buy-100-sildamax-tablets/ cialis samples Sildamax is the best treatment for impotency in the world. Diabetes consists of Diabetes Insipidus cialis properien and Mellitus. You can also consume vegetable oils and nuts that are rich in levitra cost of sales testosterone and low in saturated fat, trans fat and also processed foods. Full Report cheap soft cialis Analysis@ A famous pill used in impotence treatment.

Yo por ejemplo ayer estuve a punto de detener un atraco. Un hombre subió al autobus. Es curioso que el cuchillo haya resplandecido con tanta claridad. No sé si fue la luz de los arbotantes o del mismo autobús lo que me hizo notarlo o simplemente fue que mis ojos han comenzado acostumbrarse a ver en las tinieblas. Pero desde que el hombre entró al autobús noté que traía un puñal. Se mantuvo uno segundos en el pasillo viendo a los pasajeros para después sentarse enfrente de mí. Lo vi que jugaba con el arma. Parecía pensativo, como si no se decidiera a cometer el asalto, como si la noche también neutralizara esos impulsos, como si todos poco a poco estuviéramos quedándonos dormidos. Sé que no nada más yo noté el arma. El mismo conductor vio que la traía y lo dejó subir, como si nada le importara. Luego cuando estaba sentado haciendo trucos, el conductor se volvió a ver al hombre, como si esperara el momento en que se decidiera a atacarnos, pero el hombre no lo hacía. En algún momento supo que yo lo había estado observando, porque levantó la mirada del cuchillo y me miró a los ojos. Me sonrió. Luego el conductor le dijo que guardara el puñal. El hombre le contestó que estaba tranquilo, que había pensado hacerlo, asesinarnos a todos, pero que ahora pensaba bajar en cinco cuadras. Le dijo que continuara avanzando, que no se preocupara, que no iba hacer nada que nos dañara. Sé que no solamente yo lo vi. Varios pasajeros que estaban a mi costado también estuvieron al tanto de lo que ocurría, pero a ninguno le extrañó la escena, a ninguna de ellos les dio pánico, algo muy contrario a lo que hubiera pasado en otro tiempo. El conductor estuvo de acuerdo con las palabras del hombre y continuó la marcha. Al pasar las cinco cuadras el hombre sin dejar de jugar con el cuchillo se puso de pie para salir del autobús. El hombre se perdió en medio de la noche como una especie de fantasma.

Con el pasar de los días pienso que nos hemos ido convirtiendo en fantasmas, en figuras sin rostro, como si no tuviéramos frente ni espalda. Eso lo digo porque más de una vez he tenido la suerte de notarlo, ver a una figura que va caminando hacia una dirección y que repentinamente cambia de trayectoria, pero sin que yo pueda percibir que se ha vuelto hacia el otro lado. No sé si eso mismo pase conmigo. La ciudad se ha hecho muy silenciosa, todos andamos con sigilo, como perdidos, como asustados. En nadie confiamos ahora, pero al mismo tiempo pareciera que estamos aislados, indiferentes de lo que pasa. Ya no distinguimos lo real de lo imaginario. Ya no sabemos cómo actuar, como si no supiéramos cuál es la diferencia entre lo correcto o lo incorrecto, pero al mismo tiempo como si eso nos agotara sobremanera. Estas ideas se me vienen a la mente debido a que aún no he tenido ningún sentimiento de culpa por aquella anciana. Aquella anciana aplastada. Aquella anciana que quedó hecha un desastre bajo las ruedas.

Debió haber sido ayer, también en el autobus. Se sintió un golpe. Luego uno de los pasajeros se asomó por la ventana: una mujer que quizá todavía luchaba por mantener la normalidad en esta ciudad bajo las sombras. Esta mujer se enfureció. Corrió desde el fondo del autobús y se lanzó sobre el conductor. Estoy casi seguro que éste ni siquiera supo qué cosa había golpeado. No es que hubiera ido rápido (había estado detenido), sino que cuando sintió el peso de que algo había afuera no se detuvo hasta vencerlo, hasta aplastarlo. A nadie le importaba, nadie sabía lo que había en la calle. Sólo esta mujer pareció interesarse, parecía una loca sobre el conductor. Le preguntaba repetidas veces “¿Por qué aceleró? ¿Por qué aceleró?” El conductor no le respondía. Después ambos bajaron y fue cuando la demás gente se asomó a intentar distinguir lo que pasaba. Yo no quise preguntar. No me interesaba. Todavía no lo hago, pero es algo que voy advirtiendo en mi conducta. Estuvimos ahí parados por un tiempo hasta que la gente comenzó a desesperarse. La mujer seguía increpándole al conductor. Pensé que en cualquier momento algo más grave podría pasar. Fue cuando las personas bajaron del autobús. Cuando el autobus estaba semivacío yo también me decidí. Descendí los tres escalones hasta alcanzar lo pedregoso del asfalto. Había un grupo de curioso detrás de la primera llanta. Fue cuando distinguí el cuerpo de la vieja. No sé por qué pude verlo, quizá, como ya he dicho, mis ojos se han comenzado a acostumbrar a las tinieblas. Algunas personas lloraban. Tal vez distinguieron su propia indiferencia y se arrepintieron, se asustaron, vieron que estábamos confundidos bajo esta noche que no acaba. A mí me dieron aversión, una especie de rechazo me recorrió el cuerpo cuando miré a otra anciana que gemía de dolor, era un dolor no físico, contenido que ahora con la muerte de la otra señora podía salir, desfogarse en una desesperación casi alucinante. Me di la vuelta y caminé, como si quisiera que la noche me tragara, como si quisiera disolverme entre las sombras, pero eso no ocurrió porque llegué a mi casa después de varios minutos de caminata. Al abrir la puerta no encendí la luz. Lo único que hice fue tirarme sobre la cama.

Esta ocasión el autobús ha tardado demasiado. Tengo la sospecha de que esta noche por primera vez no pasará. Algo ha comenzado a descomponerse, es como si alguien hubiera destapado, de una vez por todas, la cloaca, como si hubiéramos llegado a ese punto sin retorno, en el cual nos hemos dado cuenta que nunca jamás las cosas van a ser igual. Está noche ha dado inicio la debacle, ya alguien grita a la distancia, siento que algo enorme se aproxima, veo a gente correr, con los ojos bien abiertos, para ver qué es lo que se sucede. Ya el olor insoportable nos alcanza. Y yo empiezo a andar entre la noche, no me detengo, no me detengo.

Alfredo Loera

Alfredo Loera

Alfredo Loera (Torreón, 1983) es Maestro en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Inició sus estudios de literatura en la Escuela de Escritores de La Laguna. De 2009 a 2011 fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Publicaciones suyas han aparecido en revistas como Casa del tiempo, Círculo de poesía, Fundación, Pliego 16, Ad Libitum, Este país, Siglo Nuevo. Sus libros son Aquella luz púrpura, (2010, 2017, 2023); Wish you were here, (2019, 2023); Guerra de intervención (2022), disponibles en Amazon como ebook o libro impreso.