Alfredo Loera

COLUMNA

Por Alfredo Loera

Columna

Apuntes sobre el elogio y la crítica

Una compañera de teatro me dio las gracias por un comentario crítico publicado en Registros de voz que hice respecto a su obra, exhibida en el reciente Primer Foro Escénico de La Laguna. Le comenté que para nada era necesario agradecerme, porque lo que he intentado escribir en este espacio ha sido una búsqueda por la verdad de la escena lagunera.

En reuniones recientes aquí los registros hemos empezado un debate respecto a la legitimidad de la crítica y acerca de la perspectiva de la misma. El principal cuestionamiento que ha surgido es el de si es necesario ser artista para hacerla (artista escénico en este caso). La respuesta que nos hemos dado hasta el momento es que no se necesita ser artista para criticar, debido a que todo espectador internamente hace un crítica por más simple que sea; la diferencia con el espectador común, es que nosotros nos estamos dando el tiempo para expresarla.

Por otra parte, lo que sí hemos acordado es hacer una crítica objetiva y argumentada. En ese sentido, al menos quien redacta estas líneas, sabe que todavía no desarrolla un estilo que sea del todo imparcial, y esa será la lucha constante, porque se entiende que la objetividad pura no existe en estos haberes, y para esta cuestión basta con recordar el comentario que alguna vez hiciera Miguel Ángel Granados Chapa: “yo no soy objetivo porque no soy objeto, soy subjetivo porque soy sujeto.”

Bajo ese esquema dar las gracias por un comentario favorable sobra, tanto como sobra un reclamo por un comentario negativo. Francis Bacon (el ensayista inglés) comentaba que la bajeza más vergonzosa era la adulación: de ahí que nosotros queramos constantemente evitarla. Asimismo (agregaba) elogiar a alguien puede ser un insulto si es que no se basa en alguna virtud poseída por la persona elogiada. Del mismo modo Bacon comentaba que no es válido elogiar simplemente por la persona en sí misma, sino que esto tendría que venir de la profesión o de las actividades realizadas en la sociedad. También afirma que los elogios que vienen de las personas comunes no son tan válidos, “tienden a ser falsos o insignificantes”. Con personas comunes me podría referir en nuestro contexto a individuos que no están verdaderamente interesados en el teatro y las artes (digamos gente que difícilmente volverá a ver una obra teatral) o a quienes todavía no tienen las herramientas o la necesidad de observar los errores (compañeros que apenas están empezando y buscan una oportunidad). Las personas comunes por lo general solamente ven virtudes comunes, las cuestiones pequeñas; cuando están frente a virtudes medianas, normalmente caen en el asombro y la exaltación, pierden el juicio crítico, en otras palabras la objetividad. Cuando descubren las grandes virtudes (dice Bacon) no son capaces de advertirlas (por ejemplo la incapacidad de comprender la calidad de una gran obra literaria por ignorancia -la cual, aceptémoslo, existe en el medio-, o de una gran actuación por dificultades interpretativas del espectador). Me parece muy pertinente extrapolar este pensamiento a lo que actualmente estamos viviendo en el ambiente teatral lagunero. Creo que nos podrá ayudar a desarrollar a todos.
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La pregunta surge: ¿qué es lo que buscan los actores y directores? ¿El elogio de las personas comunes? Ahora bien, no se me mal interprete, para nada estoy descalificando esos comentarios (el clásico “qué padre”), pero sí considero pertinente ponderarlos. No es lo mismo que un desconocido lector avezado observe un gran valor artístico en uno de nuestros poemas, a que nuestros amigos que nunca han leído un libro nos equiparen con los renovadores de la literatura mundial. Vuelvo a repetir, Bacon comenta que el elogio del hombre común tiende a ser falso. Y el actor y director y dramaturgo necesitan aprender a ponderar los elogios, tanto como la crítica. No vaya a ser que no veamos las falsedades o las palmadas hipócritas en la espalda.

Dentro de nuestra limitaciones tratamos en los registros de sobrepasar ese tipo de observaciones (el ¡qué padre!). ¿Qué caso tendría invertir una o dos horas de mi tiempo (nadie me paga para ello) en escribir estos textos si no voy a hablar con la verdad o lo más cercano que yo considero es la verdad? Ese desde luego es otro problema, porque alguien me podría decir, bueno y ¿cuál es la verdad? Le respondería que es esa a la que paulatinamente nos vamos acercando a través del diálogo. En lo personal soy un defensor de la dialéctica, de la ironía socrática y del callejón sin salida que el cuestionamiento sistemático genera. Es ahí donde está la objetividad, siempre perseguida, pero jamás alcanzada.

Lo que está sucediendo en la escena lagunera es valioso, aún con sus errores (incluida la crítica). De pronto hay vida.

Alfredo Loera

Alfredo Loera

Alfredo Loera (Torreón, 1983) es Maestro en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Inició sus estudios de literatura en la Escuela de Escritores de La Laguna. De 2009 a 2011 fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Publicaciones suyas han aparecido en revistas como Casa del tiempo, Círculo de poesía, Fundación, Pliego 16, Ad Libitum, Este país, Siglo Nuevo. Sus libros son Aquella luz púrpura, (2010, 2017, 2023); Wish you were here, (2019, 2023); Guerra de intervención (2022), disponibles en Amazon como ebook o libro impreso.