Ignacio Garibaldy

COLUMNA

Por Ignacio Garibaldy

Columna

Tanta curva y yo sin frenos

Un día 28 de enero –ya se han de imaginar cómo me dolió esa fecha- en Casa Aquelarre se presentó una obra llamada Curva peligrosa de Pilo Galindo, dirigida por Arnulfo Reveles, por la compañía con el nombre más emo que conozco, Detestable Teatro.

Ver esta obra me ayudó a confirmar lo que antes venía sospechando: el teatro juvenil que se produce en la Comarca Lagunera –siempre de iniciación- ha adquirido nuevas características.

Es dinámico; se ha despojado poco a poco de la idea idiota de que debe procurar el cultivo de valores; trata sus temas de una manera directa –aunque no siempre precisa-; su lenguaje se actualiza constantemente; se mantiene libre de gravedades experimentaloides. De ahí se desprende que siga siendo una opción válida para los agentes teatrales.

Ningún de ellos -por más postdramático que sea- puede resistirse a la tentación pecaminosa de hacer teatro para jóvenes. Por lo tanto jamás morirá. A menos que el ser humano pase de la infancia a la adultez en un santiamén, evitándonos a todos la vaina de vivir esa absurda etapa llamada adolescencia.

Lo cual me parece una idea benéfica para algunos escritores: ya no se sentirán humillados de ver gente con preparatoria terminada. Perdón… me distraje…

Volviendo al tema… ¿De qué trata Curva peligrosa? Bueno… pues éstos eran tres amigos que estudiaban la educación secundaria. Ellos se llaman Adrián (Irving Morúa), Carlos (César Zárate) y Corina (Laura Urbina). Por cierto, claramente los actores pasan por quinceañeros. ¡Nombre! Ni duda cabe. Les creí todo el tiempo. En realidad, no. Pero sí pasan por preparatorianos todavía, actúan como tales, saben proyectar la bi-dimensionalidad de sus personajes, se vuelven creíbles, casi entrañables.

Entonces, los tres estudian secundaria. Pero es no es todo. Padecen cuitas de amor, crisis de amistad, conflictos generacionales, y la opresión del sistema educativo –según ellos.

Los actores, el director (Arnulfo Reveles), y el dramaturgo (Pilo Galindo), hacen parecer estas facciones de la vida de un adolescente como absolutas. Aquí encuentro un gran acierto. Cuando uno vuelve a esa bonita época de la secundaria -a recordar a MC Hammer, las licras fosforescentes, Beverly Hills 90210-, uno sentía que el amor era para siempre, que la amistad no se acabaría, que después de reprobar matemáticas no había más que la muerte –natural o provocada por los padres.

También hay un acceso primigenio a los vicios. Aprenden a fumar, a tomar, a coger, a robarse carros para irse de pinta o, como decimos en el rancho, “echarse la venada”.

¡Ah! También se mueren dos de los amigos. Lo digo así, tan campechanamente, porque así comienza la obra. Los tres amigos se “echan la venada” en un carro prestado, van a gran velocidad, pierden el control del auto y mueren -Corina y Carlos- al tomar una curva peligrosa.

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Es que, a mi entender, la relación entre los jóvenes es lo que ocupa un lugar preponderante en el tratamiento. A ella se le dedica más tiempo, en ella se nota la maestría del autor para captar las emociones propias del púber, en ella es donde se sienten plenos los actores.

Tomando en cuenta lo anterior, la muerte accidental –no trágica- se vuelve prescindible, no necesaria ni esencial a la trama.

Percibo esto por la forma narratúrgica del texto. Para los que no lo sepan, la narraturgia es la “nueva tendencia” dramática sumamente popular con la que se intenta conciliar la narrativa y la dramaturgia.

Estos dos elementos se han visto como opuestos durante siglos, con cierto grado de razón. Los mecanismos creativos y el lenguaje, así como la sucesión del tiempo, son diferentes en cada género.

¿Cómo se puede ver la narraturgia en Curva peligrosa? Fácil. Un personaje narra la historia y luego interactúa con los demás. Luego otro personaje la cuenta, interactúa, y así sucesiamente. Lo interesante y valioso es que con la narraturgia se dan los cambios de escenas (tiempo, lugar y acción) con un dinamismo increíble, sin recurrir a los convencionalismos teatrales a los que ya no estamos acostumbrados. Por ejemplo, nos libera de crear una obra en actos y su estructura obsesivamente estricta –en ocasiones.

Les digo… tengo mis dudas… también, soy maniqueo. Es decir que veo la realidad como buena o malvada. En este caso, como un acierto o como un error.

Si veo esta obra de Pilo Galindo como una virtud, un acierto, es porque su manera de estructurar las escenas se asemeja al zapping (neologismo que describe la acción de cambiar de canales constantemente, o de escenas, en este caso) con el que la juventud crea sus sistemas de comunicación.

Por lo contrario, si lo veo como un error es porque la obra es breve y se salta demasiado pronto algunas escenas que, tal vez, deberían tratarse con los elementos dramáticos y no con los narrativos. Es decir, deberían verse en acción y no en relato (show, don’t tell) en orden a crear mayor impacto.

Como sea… Curva peligrosa –en la versión de Arnulfo Reveles- tiene grandes virtudes: austeridad, dinamismo, trabajo –me pregunto si habrá corregido su versión durante el tiempo que tiene en cartelera-, un lenguaje sin imposturas y actualizado a nuestra cultura lagunera; profundiza en buen grado en el carácter de sus personajes.
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¡Ah!, hay una más importante: aunque no creo que llegue a ser tan popular como Barros y espinillas del ingeniero Benjamín Gómez –en los ochentas y principios de los noventas- tanto Pilo Galindo como el acróbata Arnulfo Reveles, enriquecen el repertorio del teatro juvenil en la región.

Ignacio Garibaldy

Ignacio Garibaldy

Licenciado en Filosofía. Dramaturgo egresado del diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna. Becario del FECAC en la categoría de jóvenes creadores (2006-2007). Autor de Tres tristes vírgenes (U.A. de C. Siglo XXI. Escritores Coahuilenses. Cuarta Serie. 2011). Ganador del Premio Nacional de Dramaturgia de obra de teatro para niños, niñas y jóvenes Perla Szchumacher 2022 por la obra La voz de la tierra roja.