Ignacio Garibaldy

COLUMNA

Por Ignacio Garibaldy

Columna

Las ñoras de antaño

De seguro ustedes saben -porque lo leyeron en Facebook- que el 27 de marzo es el día mundial del teatro. Y en este corriente año hubo actividades en casi todos los recintos culturales, incluso en el Dolores del Río de la Casa de la Cultura Ernestina Gamboa, el cual creíamos inexistente a fuerza de olvido.

Maratones, lecturas dramatizadas, puestas en escena, conferencias… Quisiera haber sido omnipresente para reportarles a placer, pero no lo soy. Tengo otros superpoderes, pero todavía no desarrollo ni la bilocación siquiera.

Y la fiesta continuó… solamente nos faltabas tú… Como parte de las festividades conmemorativas del día mundial del teatro, el 30 de marzo se presentó Las damas de antaño dirigida por Teresa Muñoz, producida por Torrente Teatral, en la Casa Aquelarre, el hogar de la equidad de género.

En esta obra Desdémona (por Rocío Luján), Dulcinea (por la omnipresente Diana Muela) y Margot (por Teresa Muñoz), no sólo se presentan ante el público haciendo un resumen de su vida, sino que van completando los espacios vacíos que sus autores no dieron a conocer en las obras de las que han sido sacadas, dando un giro sorpresivo a lo que ya conocíamos de ellas.

Una pregunta: ¿sabe usted de quiénes estoy hablando? No me refiero a las actrices sino a sus personajes.

La más “conocida” es Dulcinea, pero me temo que lo sea nomás de oídas. No culpo a nadie de eso. A pesar de que se dice que El Quijote es la gran obra del idioma español, hay poca gente que la trae bajo su brazo para consultarla como una biblia. Además, quienes se aferran a la obra cervantina como salvavidas social-literario, fallan en promover la figura de la Dulcinea. Del Ingenioso Hidalgo sacan hasta su ADN, analizan su relación con las hormigas, cocinan lo mismo que comió el flaco de oro versión española.

Pero de mi Dulcinea de oro, poco o nada. Sobre Desdémona –y por ende de toda la obra de Shakespeare-, nos hace falta un comentador, no le hace que sea igual de payaso que uno cervantino, pero que al menos sepa inglés. De Margot, personaje creado por François Villon, en verdad se conoce muy poco.

Aquí tengo una duda existencial: ¿debo ser yo quien les amplíe la información sobre los personajes o debe ser la producción?

Esto lo digo porque el público que asistió al estreno se vio desconcertado en los monólogos de Desdémona y de Margot ya que no son figuras tan reconocidas como la Dulcinea. Tuvieron que preguntar a las actrices, tras la presentación, quiénes eran esas mujeres para terminar de comprender cada monólogo.

Hace falta algo, una breve información previa que no deje desamparado al espectador. Podría ser… Se me ocurre… A ver qué les parece… ¡Ponerle nombre a los monólogos!

Es que sólo se nos da un título general de la propuesta: Las damas de antaño. Pero de cada monólogo, que son a su vez propuestas individuales, no tenemos nada. Si le pusieran algo así como Desdémona Luján, El catre de Margot, Dulcinea menea sus carnes de nuevo o cualquier otra cosa, estarían preparando al público para digerir cada monólogo.
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Otro punto de interés es que los textos son buenísimos. Cumplen a la perfección su cometido: extenderse en la vida de personajes trazados con brevedad en sus obras de origen, para otorgarles otro rasgo vital no considerado por sus autores.

A partir de ellos, las actrices se desenvuelven a la altura. En verdad logran darle vida a cada personaje, y por poco se vuelven actuaciones memorables.

Las tres actrices son intensas, serias, alegres. Involucran todo su cuerpo, lo sincronizan con las acciones, con los diálogos, y llenan el reducido espacio de las salas de la Casa Aquelarre.

Esto es importante. Hace un poco más de un año, cuando se creó la Casa Aquelarre, se destacó su propuesta teatral dada su estructura. Pero quizá no he hablado lo suficiente sobre los retos que le impone al actor.

La cercanía del público lo pone en problemas ya que, por obvias razones, lo mira de cerca, puede sentir o alejarse de la obra, y hacérselo sentir al actor.

Éste, por su parte, corre el riesgo de apocarse. Actuar sólo con voz, con su rostro y restringir su expresión. Por si fuera poco, a veces el actor se siente frío en la primera vuelta, a pesar de que todos hayamos sentido que está de poca madre su actuación. A decir verdad, esta idea sólo se las he escuchado a actrices, pero a ningún actor. Ha de ser por que son mujeres y son más sensibles, y si no es por eso no tengo la menor idea por qué ellas lo han dicho.

En Las damas de antaño, las actrices en sus monólogos sin nombre, demuestran una gran preparación. Logran ser sus personajes, y se siente palpablemente que no repiten los recursos utilizados en anteriores actuaciones.

Yo sé bien que el querido público que asista a ver a estas ñoras, logrará interesarse en las vidas de los personajes y disfrutará el desempeño de las actrices. No faltará alguna mujer que se sienta identificada, y que en ultra chinga quiera hacer una tesis sobre la equidad de género en la literatura. Ni modo, tendremos que soportarlo.

Pero a mí, en lo personal –obviamente-, me interesa un punto en particular. Quisiera saber si estas actrices logran su más alto nivel de actuación. Las he visto en diversos montajes, bajo diversas direcciones y actuando por su cuenta como perro por su casa.

Algunas veces me han fascinado y otras no. Pero sé que tienen elementos creativos, técnicos y edad para interpretar a un nivel tan alto como para decir “¡Ah, ésa es la mejor Desdémona que he visto hasta ahora!”. O la mejor Julieta, o la mejor Señorita Julia, o la mejor Electra…

Por supuesto, estoy guardando toda la proporción posible. Pero, por más que vivamos un teatro local en vías de desarrollo, no significa que no podamos ver, entre nuestros actores y actrices, una interpretación memorable… A ver si lo logran Teresa Muñoz, Rocío Luján, la omnipresente Diana Muela y cualquier otro actor de nuestra querida Laguna…

Ignacio Garibaldy

Ignacio Garibaldy

Licenciado en Filosofía. Dramaturgo egresado del diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna. Becario del FECAC en la categoría de jóvenes creadores (2006-2007). Autor de Tres tristes vírgenes (U.A. de C. Siglo XXI. Escritores Coahuilenses. Cuarta Serie. 2011). Ganador del Premio Nacional de Dramaturgia de obra de teatro para niños, niñas y jóvenes Perla Szchumacher 2022 por la obra La voz de la tierra roja.