Registro de lectura #1: El Pensamiento Secuestrado

Cómo la Derecha Laica y la Religiosa se han Apoderado de Estados Unidos
Autor: Susan George. Ed. Diario Público

Antes del libro

Llegué a este libro por varias razones. La primera de ellas y la más importante fue porque el libro además de barato tenía un buen título, con un dejo de conspiración: ¿quién secuestra el pensamiento y para qué? ¿tengo el pensamiento secuestrado? ¿qué tiene que ver la falta o carencia de pensamiento con la derecha laica o religiosa?

Me interesa el tema de la estupidez por contraposición a la cultura, el manejo político de la ignorancia y la cultura de masas, pero lo interesante es que este libro además conjuntaba esto con otro interesante punto: la delineación ideológica entre izquierda y derecha.

Lo más curioso del caso, que debí adivinar desde el principio, es que la hipótesis ya estaba planteada y resuelta desde el subtítulo, de forma que uno ya puede prejuzgar a la derecha como en sí misma estúpida, o irracional, como secuestradora del pensamiento.

Creo que en la definición ideológica de izquierda y derecha hay un engaño, cuando menos una confusión ensombrecedora, que en realidad no termino de entender. Creo que hay un mito precisamente oscurecedor más que iluminador, porque los signos contradictorios se muestran en ambos lineamientos ideológicos.

En estos temas tengo mis propias tesis, y trataré de mostrar qué tanto el libro me ayudó a aclararlas. Y de paso entender un poco de la historia reciente de ese país que termina hoy por ser un ejemplo más de cómo la democracia nos puede conducir a cosas horribles: Trump.

En realidad, la colección editorial en la que se publica el libro, pertenece a una serie de publicaciones que difunden a autores del altermundismo, antisistémicos o globalifóbicos, usualmente formas de la izquierda. La autora Susan George, es entonces reconocida con cualquiera de esos términos.

Por otro lado, el libro empieza citando a Gramsci, esa famosa cita del marxista italiano que dice que para cambiar la infraestructura de un sistema se debe cambiar el campo cultural mediante la generación de «intelectuales orgánicos» que sean formados desde sus inicios en la ideología, y después, el cambio infraestructural, económico, vendrá por sí mismo.

Lo curioso del caso es que la dichosa cita de Gramsci ha causado revuelo en ambos bandos ideológicos, para hacer crítica de la derecha desde la izquierda y al contrario. Originalmente la tesis gramsciana contradice las tesis marxistas (pues el materialismo histórico quiere cambiar la infraestructura económica y automáticamente ver el resultado en la superestructura cultural), pero siguiendo en lo curioso del caso, es que históricamente fue la izquierda quien primeramente aplicó el mandamiento gramsciano. Del que tal vez pudo aprender la derecha al ver tan buen resultado.

Por lo tanto, antes del libro, ya valía la lectura.

El libro

Después de muchos datos, de una investigación profunda y copiosa, después de describir y enlistar las muchas asociaciones civiles y organizaciones no gubernamentales, lobbys y demás actores institucionales que hacen el juego de la política en EEUU, el libro perfila muy bien el peligro que la tan mentada democracia estadounidense – que en ocasiones se pone como mejor ejemplo de democracia, digna de exportación – está sufriendo en los últimos años del XX y primeros del siglo XXI.

El propósito bien logrado del libro es asustar o cuando menos alarmar, crear una advertencia sin perder la esperanza, pero sabiendo perfectamente dónde está el mal supremo que reina en el mundo: los dirigentes del país más poderoso y violento del mundo son unos imbéciles que nos van a matar a todos, mediante armas, hambre o desastre ecológico.

Lo mejor del libro es que declara abiertamente el peligro prefascista que dominaba EEUU desde antes de la administración Bush hijo, y lo que se avecinaba, ese vaticinio del horror que se plantea con toda su fuerza, el que algo peor se acercaba, aunque no supiera todavía su nombre. Para cualquiera que haya leído el libro en el 2008 cuando gana las elecciones Obama habrá pensado que la autora era una loca con miles de gatos paranoicos a su alrededor.

Con todo lo anterior, el libro, bueno en los datos y en el vaticinio, no es tan bueno por no ser sino un compendio de tales peligros de la democracia, perdiendo de vista el análisis ideológico, conceptual y filosófico, contribuyendo a una confusión mayor: el desmenuce de la ideología resulta inane.

Su propósito planteado al inicio del mismo, fracasa, pues citando a Gramsci, dice que la derecha ha tratado de generar a esos “intelectuales orgánicos”, intelectuales formados en la ideología de la derecha, mediante subvenciones y becas, para generar un cuerpo cultural suficiente para modificar la legislación: la lucha cultural de la derecha ha vencido a las fuerzas del bien de la izquierda.

Después del continuo juego maniqueo entre izquierda y derecha, el libro fracasa porque si bien los datos son evidentes, tampoco hay una clara distinción de cómo esas organizaciones funcionan para generar una “cultura” de la derecha, y si tal derecha es una, directa y precisa, como si hubiera en ello – aquí el dejo de conspiranoia – una súper inteligencia (el Diseñador cultural) que dirija hacia el mismo lado todos los esfuerzos. Tesis que para mí es totalmente increíble, a pesar de que devela algo real: el «deep state» claro que existe y dirige, con o sin ideología, sea izquierdosa o derechosa.

Fracasa también porque no ataca los principios ni los medios del ejercicio democrático, si bien evidencia las carencias del sistema político norteamericano, no fundamenta su crítica hacia la forma de gobierno, suponemos, porque es creyente de que la democracia progresista es viable.

Por más que busqué, no encontré una sola conceptualización bien definida. El problema cultural, ideológico y político es mucho mayor de lo que unos conceptos prejuiciados nos puedan ofrecer; después de decir una y otra vez que éste es conservador y aquél cristiano ultraconservador, que ésta asociación ha promovido la constante invasión y la guerra, y que aquélla otra quiere controlar la educación para mantenerla bíblica; nunca me enteré qué es el conservadurismo y qué es el liberalismo ni político ni económico ni religioso, ni sus raíces históricas.

El libro como tal, puede ser tomado como un compendio de infamias, una colección de datos de la sinrazón, que pueden dar o no una sola lectura de la realidad norteamericana, y por último, como un buen libro de consulta para cuando se quiera uno espabilar del sentimentalismo optimista que ronda siempre en lo mediático de la cultura, para no olvidar que los malos archimalévolos del cuento global tienen un solo objetivo en la mente: hacerse usureramente más ricos (y de paso destruir el mundo).

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Después del libro

Las dos o tres ideas que se plantearon desde el inicio quedan confirmadas sin discusión posterior: la derecha es estúpida pero invierte mucho dinero para generar intelectuales estúpidos, sobre todo economistas; la autora ignora o no quiere ver la histórica desintelectualización de la izquierda de la cual no habla.

Efectivamente los gringos con Trump están por darnos mate a todos, el revuelo mundial y el manejo tan estúpido de los intereses internacionales trae locos a los geopolíticos que no contaban con la astucia y pericia infame del presidente más imprudente y menos preparado de la historia de EEUU, del que no se puede hacer un análisis certero porque el señor presidente es tan incongruente que nadie sabe la próxima estupidez que va a cometer.

Los críticos de la democracia se regocijan de confirmar que la democracia nos lleva a la ruina, sin dejar la sonrisa nerviosa. Los progresistas prefieren el suicidio colectivo. Los neoconservadores se relamen los labios y los propios colaboradores republicanos se miran unos a otros como preguntándose si no la habrán cagado monumentalmente al dejar a ese güero cabezahueca como su líder.

Sin embargo, para no cometer el error histórico, la autora no nos previene con una buena dosis argumentativa de la causa. Al contrario, contribuye con la confusión ideológica.

Entre las miles de formas de hacer política «democráticamente», mi lectura es entonces la siguiente: en las democracias modernas gana el que más dinero ponga en la mesa. Los gobiernos están en medio de un juego con mucho más aristas de las que pueden sus ojos ver y sus manos jugar, y se convierten en instrumentos de un mayor poder.

En las elecciones tanto los demócratas como los republicanos están endeudados con las empresas, las cuales han invertido en esos huecos enormes que la democracia ejemplar permite: los lobbys hacen la verdadera política. La autora no pasa revista por los organismos internacionales ni por las empresas multinacionales a las que tanto arenga de malévolas.

Lo que me ayuda a aclarar, o a confirmar con su lectura, es que EEUU es el país más controlado ideológicamente del mundo. Repitiendo la frase que la misma autora cita de Gore Vidal: “Estados Unidos son 250 millones de personas mal informadas por su gobierno”. He de matizar o ampliar: Estados Unidos son 250 millones de personas mal informadas por todo aquél que tenga dinero para malinformar.

Me queda cada vez más claro que EEUU hay mucha ignorancia y poco diálogo, porque sólo en ese vecino país la gente cree que por exigir educación y salud gratuita se es ya un comunista, producto de una educación repetitiva y atemorizante que amenazaba de comunista a cualquier impulso de igualdad social.

Sólo en ese país la gente común, no sólo los empresarios, creen que el Estado debe proteger a la industria y a la empresa nacional de la extranjera, un nacionalismo que no es otra cosa que defensa de los intereses económicos privados de unos cuantos, mientras que le exigen a ese mismo Estado que no intervenga fronteras adentro, porque entre menos intervencionismo haya, mejor.

El libro me confunde más de lo que aclara en las conceptualizaciones y en el análisis filosófico de la política. Para mí está claro que un neoliberal es alguien de teorías económicas keynesiano-hayekianas pero la autora no sabe cómo explicar que un neoliberal no tiene por qué tener una definición religiosa, política o ideológica.

Decir que alguien es progresista es tan difuso como decir que se cree en el avance liberador de la ciencia, la educación y el arte, que pide la mayor libertad y derechos personales, sin saber a ciencia cierta qué es el liberalismo político (nunca citó a Rawls o a Isaiah Berlín). Decirse progresista sin fundamentarlo, entonces, es tan vano como decir que ser vegano te hace buena persona y salvará el mundo.

Entiendo que un conservador puede ser alguien que crea en las tradiciones y las costumbres, que crea que la religión trae cosas buenas a la gente y a la comunidad, que quiera mantener el estado de las cosas en cuanto a la familia y a la comunidad se refiere, no por eso siendo una mala persona o un mal ciudadano con el cerebro consumido, pues no necesariamente significa que un conservador de este tipo no pueda exigir seguridad social o educación para todos.

El libro me ayuda a confirmar la tesis personal de que cada vez más los conceptos ideológicos de izquierda y derecha pierden delineación clara y objetiva. No entiendo cuando cualquiera de las dos se propone autodenominarse como benévola y plantear a su contraria como malévola. Finalmente hay un planteamiento prejuiciado.

Soy de la creencia que no tiene caso, en estos momentos históricos, hablar ya de derecha o izquierda, pero recientemente he escuchado un buen argumento en contra: todos los que han defendido la tesis de que la derecha y la izquierda no se diferencian han sido precisamente personas de derecha y nunca de izquierda (¿eso me hace de derecha?).

Aunque por lo general “los intelectuales” se inclinan por la izquierda, la definición – si es que definen algo – es completamente voluble y soluble: unos piensan que ser de izquierda tiene que ver con ideas políticas, otros con ser socialistas-comunistas-anarquistas, otros con ser liberales o progresistas, otros con ser defensor de los derechos civiles y laborales, otros por ser solamente opositores al gobierno en turno.

Lo que veo es que hay una falta de delimitación temática cuando se habla de izquierda y derecha, resultado tal vez de la misma licuefacción de teorías políticas, o debido a la diversificación ideológica dentro de la misma izquierda.

Estoy investigando, para aclararme, a Gustavo Bueno en sus ideas sobre El Mito de la Izquierda, en el que defiende la tesis de que es una mentira que haya Una Izquierda, una y la misma, unificada, mientras que sí existe La Derecha, que siempre ha sido una y la misma, la de los ricos y poderosos. Para tal caso propone una definición para separarlas con distinción objetiva: su postura sobre el Estado. En nuestro libro El Pensamiento Secuestrado no veo tal confrontación filosófica ni ideológica.

Sin embargo, no por eso deja de ser interesante el libro, por los datos. Aunque no se aclare muy bien, cómo es que el lobby judío ha ganado cada vez más poder (las actuaciones de Trump así lo demuestran). Puede explicar un poco, por qué Obama, siendo demócrata, podría comportarse como un típico republicano, siendo que éstos son los adoradores de las guerras y las invasiones debido a que el lobby militar industrial siempre ha sido amigo de los republicanos.

Se dice una y otra vez cómo el clan Bush-Cheney son unos cristianos sionistas que pareciera que quieren provocar al Redentor a intervenir en la historia, para que venga a detener el mal y la sangre que ellos mismos han causado. Tal vez ni ella ni nosotros entendemos el propósito bíblico detrás de sus actuaciones, por lo que nos parece irracional.

A mí, como lo dije antes, se me confunden las cosas pero se me aclaran otras. Me confunde que no se descubra a bien dónde fue secuestrado el pensamiento. Que haya neoliberales en el mundo no explica la estupidez de su razonamiento, sobre todo si no se dan argumentos contra esas tesis económicas (que los hay muchos).

Hay un capítulo entero dedicado a explicar los propósitos protestantes, evangélicos y sionistas, de seguir dando doctrina bíblica en las escuelas, con esos fines tan malévolos como anticientíficos, pero una vez más la autora hace gala del prejuicio y de su ignorancia, al no reconocer el principio educativo como derecho fundamental del individuo y de la comunidad, cayendo por completo en la postura ilustrada de que todo precepto religioso es forzosamente engañoso, anticientífico.

Me queda claro que, después de la lectura del libro sin encontrar explicaciones suficientes, que la verdadera lucha de los buenos contra los malos no es una lucha cultural ni educativa ni mediática. Gramsci se volvió maestro para ambos bandos, y por lo tanto, si lucha hay, es una lucha por la justicia y contra la desigualdad social del resto del mundo contra la élite mundial, sin importar ideologías, pues para luchar contra la pobreza no es necesaria la ideología.

Para acabar con el autor

Susan George es una “auténtica americana” descendiente de familia de inmigrantes, ahora nacionalizada francesa. Viene al caso aclararlo porque ella misma lo hace al final del libro, cosa curiosa, como disculpándose por ser americana pero demostrando que una vez liquidada su nacionalidad original, adopta una nueva que sí tiene legado con más historia de liberal y progresista: la francesa.

Y vaya que tiene un carácter francés, pues para odiar con pleno gusto a los americanos sólo basta ser un intelectual-francés-de izquierda-que-se-respete, y es que nuestra querida autora es una verdadera nieta putativa de Tocqueville.

Luis Carlos García

Luis Carlos García

Nacido en 1986 en Torreón, Coahuila. Estudió ingeniería en alimentos y licenciatura en filosofía. Hizo el diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna de 2006 a 2008, en la que después se desempeñó como maestro de filosofía. Actualmente divide su tiempo entre las obligaciones profesionales y su vocación por la filosofía y la literatura.