Guía rápida y personal de Jaime Augusto Shelley

Había que partir,
y no obstante,
aún quise esperar a que este último día,
este último dolor crepuscular a cuestas,
me despidiese en tus pupilas, alargándose.
 J.A.S., A la hora de partir.

El 29 de septiembre del 2020 falleció el poeta Jaime Augusto Shelley. Como él no despertará jamás, se me ha ocurrido escribir una guía personal de su obra con el fin de compartirla con otros lectores.

Existe una gran dificultad para lograr mi cometido. Todos sus libros están prácticamente agotados porque fueron de tirajes reducidos. No obstante, algo de su obra puede encontrarse en algunas antologías y en la internet, lo que asegura que, en algún momento, llegue a ser conocida por más personas. También cabe que se editen sus obras completas en los años por venir, como pasa con todo gran escritor que parte de esta vida. Habrá que esperar. Mientras esto sucede –que no ahora con el FCE por que tiene una política editorial pauperizada ya que se niega a publicar obras completas, además de que le quitaron el 75% de su presupuesto- me permito iniciar con este recorrido bibliográfico.

El primer poemario de Jaime Augusto Shelley se llamó La rueda y el eco y fue publicado en el volumen colectivo La espiga amotinada . El poemario está compuesto por cantos –poemas largos- y poemas cortos intercalados. Esta forma de estructurar sus poemarios es una constante. Agrupa una serie de poemas en secciones, integradas por cantos al principio, poemas cortos en medio, y otros cantos al final.

Al leer La rueda y el eco se siente un tono bíblico, en el sentido de que sus poemas centrales hablan sobre el principio de la creación poética, a la manera del Génesis –digo esto porque es mi único referente inmediato y no porque Shelley haya sido un hombre religioso; más bien era ateo-. Así dice en Oráculo de cenizas:

Antes,
mucho antes de haberme ungido a la palabra.
Cuando la espuma del viento aún no enraizaba
en mi garganta.
En ese tiempo en que recuerdo a hombres llorando
en medio de las calles,
a niños clavados a los vientos con el temor apretado a las placentas,
yo esperaba.

En él poemario se aprecia uno de sus recursos preferidos: el jazz como estructura musical del poema. Este recurso lo alejó de Los Contemporáneos –vanguardistas, para la época- y de la tradición clásica de la poesía decimonónica.

Su segundo libro fue La gran escala . Contiene los cantos Blackout, Agostos, La gran escala, Jubileo, que son una gran complejidad musical. Por estos poemas se le considera un poeta hermético, lo cual es absurdo. No existe una poesía tan cerrada que sólo la entiende quien la escribe. Más bien, existen obras que de momento no pueden ser aprehendidas por sus lectores. Éstos tienen que volver a ellas hasta hacerlas propias, sin importar el tiempo que se lleve. Así pasa con los cantos de Shelley. Hay que insistir en ellos hasta que se nos dé su aprehensión.

Dejando de lado la complejidad de los cantos, encontramos que el tema amoroso está presente –desde el poemario anterior- pero no es tratado como una idea romántica, sino de una forma más concreta, cotidiana, como en Para siempre:

(Y yo quisiera que no dijeras más que nos veremos, 
que estaremos juntos, en silencio,
o así, con mucho grito de por medio, 
o mucha gente
o sólo riéndonos el rostro de cabello.)

Este tratamiento también lo aleja de la manera en que otros poetas contemporáneos escribían sobre el amor, tan romántica –arrebatada- y, en cierto sentido, tan platónica. Más bien, él decía, que esa poesía era de desamor. Tuvo razón en ello.

Hierro nocturno es el tercer poemario. Está incluido en Ocupación de la palabra –último volumen colectivo de Los Espigos, como se les llamaba-. Aquí aparece por primera vez un tema que será constante en la obra de Shelley: la naturaleza como un ente vivo que expresa la emoción del poema. Los pájaros, El cerco, San José y su torre, Sombras y Lianas, son ejemplo de lo anterior. Presento un fragmento de San José y su torre:

Se augura la noche en la voz de San José
El barrio se apercibe de las tantas campanadas
a tales horas

Las luces blanquean el corro de las casuchas
al fondo de los callejones empedrados
entran la lluvia y la niebla
y la ciudad se desprende de sus calles
y se echa a vagar en el reflejo húmedo
de sus lámparas a medio desteñir.

Los poemas Los pájaros, El cerco, Occidental Saxo y un fragmento de Conjuración de la amada, fueron incluidos en Poesía en movimiento (México 1915-1966) . En el prólogo, Octavio Paz habla sobre los poemas de Shelley:

Al leerlos advertí que en Jaime Augusto Shelley –sin que esto implique el menor juicio sobre sus lealtades políticas y amistosas- el gusto por la experimentación es mayor que la voluntad de testimonio.

Paz tuvo razón –y solamente en este punto- al señalar que a Shelley no le importaba mucho dejar testimonio, o sea, publicar. Shelley lo hacía con poca frecuencia y con distancia de años. Entre La rueda y el eco y La gran escala, sólo hay uno; pero entre éste y Hierro nocturno hay cuatro. Este gesto se repetirá en su obra posterior, incluso con distancias de décadas.

Volviendo a su trayecto bibliográfico, hay que esperar hasta 1973 para que vea la luz su poemario más importante, el que marca el resto de su creación poética: Himno a la impaciencia . Este poemario se nutre de su experiencia de los acontecimientos del 68. En ese año Shelley trabajaba como jefe de redacción de la Villa Olímpica. Sabemos que participó en las protestas estudiantiles más que por su propio testimonio, por las labores de informante que realizó Elena Garro ante la Secretaría de Gobernación . Rara vez Shelley habló sobre sus actividades en las protestas, como en esta ponencia presentada el 25 de noviembre de 1993, en el salón 009 de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM . Dejo el enlace a continuación:

Ponencia.

Shelley, pues, luego de la matanza de Tlatelolco, se exilia en Ottawa, Canadá en donde vive hasta 1970. Allí escribe los poemas de Himno a la impaciencia. La distancia geográfica y la temporal le sirvieron para asimilar el 68. Entonces crea una poesía de corte social, de denuncia, de esperanza.

En los poemas de corte social, utiliza la ironía para atacar al enemigo, como en El sombrero de cristal, Prontuario: los rojos y los blancos, Precio de sombra, Cuerpo a cuerpo. No es un planteamiento maniqueo sino antitético. Como desprovee al poema de referencias concretas –nombres, fechas- evita el panfleto y convierte al enemigo en un personaje que constantemente se actualiza. El enemigo que presenta –funcionario, principalmente- es el de aquél año tanto como como el de hoy. Al funcionario se le contrapone la esperanza concentrada en la hermandad. Poemas de este tipo son Veteranos, Carta a Óscar Oliva y Tiendo la mano ahora.

En este libro hay un poema que llevo en la memoria. Se llama Registro de voz y fue el primero que le leí:

Ahora, 
suelto el cabo
dejo de dirigirme hacia alguien en particular
aunque hablo para un solo rostro furibundo.

Porque es el momento de hablar,
decir lo que se viene acumulando, 
pesado nubarrón frente a los ojos, 
a punto de pudrirse
entre las máquinas o el ruido
del simple ordenamiento de las frases.

Este umbral de denuncia alcanza su clímax en el canto Himno a la impaciencia, del cual presento un fragmento:

(Epígrafe)
Te andan siguiendo, poeta, las fechas 
memorables de tu patria. 
de tu patria. 
Te anda siguiendo 
la miseria enamorada de tu pueblo,
tu libertad a culatazos,
el aire granadero de tus calles.
Te andan buscando, poeta,
te anda buscando la desgracia.

Himno a la impaciencia está compuesto por un epígrafe –ya citado-, 17 cantos y un réquiem. Nos refiere al caótico momento de la matanza, así como a sus trágicas consecuencias en la historia del país. Me permito citar las últimas estrofas del (réquiem):

Sombras, voces,
cubiertas por mil aves, caen,
mordidas por el crimen, caen,
nudillos implorantes
suben por mi cuello
y al compás de tembloroso de cien ojos
crispan mi lengua. 

Ruido casi humano
que mi sed no alcanza,
de rodillas en los muros devastados,
sombras, voces, cubiertas por mil aves, caen:

Es un puñal su silenciado pensamiento…

Es clara la referencia a los caídos. Estos hieren al poeta y, sobre todo, a la historia mexicana: Es un puñal su silenciado pensamiento.

A Himno a la impaciencia le siguió Por definición . Shelley relaja un poco el tono de denuncia social para desarrollar, a placer, el tema amoroso con una visión irónica. De aquí hay que tener en cuenta Material de desecho:

Cuidado con las niñas
de sexo trágico
que en vez de orgasmo
te ensucian el poema.

El mismo sentido del humor se encuentra en Ultramarino:

Quiero de ti
un poco de placer. 
Y, a veces, por contradicción, 
otro tanto de ternura.

Ahora se ve un avance en el desarrollo del tema amoroso. Con la ironía se ponen de manifiesto las contradicciones del que ama, y se confirma que el tratamiento romántico, platónico, es irreal.

Su siguiente poemario, Ávidos rebaños , viene después de cinco años. Es una obra de madurez. Los temas, su estilo, lo social, siguen presentes de manera más concisa, en especial el de la denuncia. El poema que le da título al libro es bestial:

PRÓLOGO: CIRCUNSTANCIAL
Padres:
los devoraron las bestias.
Hermanos: 
se fueron 
entre el oro y los muertos. 

Los hijos andan como en vida
por los sueños.

Si el presente eres tú
patria mía, ¿de qué te asombras?

Shelley, como puede verse, destruye la idea de país, de patria, que desde siempre los funcionarios nos han querido vender sexenio tras sexenio: México como paraíso civil, de pasado indígena tan valioso como su presente. En Shelley, por contraste, el país, la patria, es una falacia. En su siguiente poemario, Victoria , se confirma lo anterior en Guía de la Ciudad de México:

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Por lo demás,
la gente sigue siendo buena, 
triste e inmensamente pobre, 
como corresponde a los habitantes
de la Capital de un país
en vías de desarrollo
y a punto de irse,
completamente, a la chingada.

Insisto en este punto: la poesía de Shelley es dialéctica en cuanto representa la antítesis de toda tesis que refiere a una Patria ya realizada. Por ello es que su visión poética carece de la retórica del siglo XIX que suavizó a la Patria. En contraste, Shelley denuncia que eso es una ideología que se desarrolla a lo largo del tiempo ignorando que, en realidad, la Patria está a punto de irse a la chingada.

Después de Victoria Shelley deja de publicar. Pero, durante los últimos años de la década de los ochenta, aparecen las siguientes antologías: Abuso del poder -que es una reedición de Himno a la impaciencia y que incluye su única obra de teatro, La gran revolución estrenada en el Teatro de la Universidad en 1977, dirigida por Luis de Tavira-, Jaime Augusto Shelley , y Horas ciegas. Poesía reunida 1958-1988 .

De estas antologías las más fáciles de conseguir son Abuso del poder -que debe estar en toda biblioteca pública y en toda librería de viejo- y Jaime Augusto Shelley que fue reeditado en el 2012. Éste breve poemario que incluye su poesía amorosa, se puede descargar en línea. Por supuesto, les dejaré el enlace a la página:

Material de lectura.

Aprovecho para mencionar otras antologías que también se pueden conseguir con mucho esfuerzo: Estaba escrito , Herencia de hombre libre y Exilio interior .

Trece años, pues, hay entre Victoria y su siguiente poemario, Patria prometida 1984-1995 . Aquí Shelley mantiene su mirada crítica social. Les presento un fragmento de Canción de las ciudades:

XVIII
Mi ciudad ya no existe. 
Ciudad de los Palacios la llamaron
sin ver miles de chozas miserables
que rodeaban, edredón de muerte,
su quemante riqueza.
Secaron los lagos y ríos.
Ahora es valle reseco que asfixia sus horas
y bebe la sangre de los que siguen
laborando con sus propias manos.

Los poemas principales son los cantos Patria amaneciendo, Canción de las ciudades, Por dentro y por fuera y Bolívar, en cual rinde un homenaje al prócer. A sus palabras, para ser preciso:

Inútil por ello un canto que deplore tu muerte.
Algo de ti, vertiginoso,
ceñirá la espada y clamará, de nuevo,
campanada vibrante, de lado a lado, 
en la torturada patria, tu América,
diciendo:

-¡Ángeles, no los hombres, pueden únicamente existir libres, tranquilos y dichosos ejerciendo todos la potestad soberana! No aspiremos a lo imposible, no sea que por elevarnos sobre la región de la Libertad, descendamos a la región de la tiranía.

Patria prometida concluye con Falta una palabra, donde retoma la idea antes desarrollada de que el cambio está, no en los líderes sociales carismáticos, sino en la unión de las personas:

Falta, en el desorden,
una palabra. 

Falta una voz, y otra; 
y otra más, 
en el valle de la muerte, 
en la estación de los sofocos
rezumados por el fuego y la sombra. 

Una palabra que no brote de atarjeas.

Verbo sonoro que toque cuerpos 
con su luz.
Que despeje el hedor de los escombros
y devuelva al Valle su fuerza y su alegría,
sin ultrajes.

Falta una palabra. 
Y falta una voz, y otra;
y muchas más.

El penúltimo poemario de Shelley es Concierto para un hombre sólo en el cual se vuelve más sencillo. Deja de lado los cantos y recurre al poema corto con exclusividad. Los temas jamás se pierden: el amor, lo social, la música, la historia. Vuelve sobre ellos, los revisa y los lleva a una nueva conclusión.

Shelley nunca escribió ni un ensayo -ni mucho menos un manual- sobre la creación poética. Sin embargo, en siete poemas distribuidos a lo largo de su obra, desarrolla un tratado estético. Voy a mencionar solamente Postludium (antes del primer compás) de Concierto para un hombre solo, ya que está escrito casi al final de su carrera, de tal suerte que parece ser el que resume toda su estética.

Postludium (antes del primer compás) tiene un epígrafe de Paúl Valéry: El primer verso lo escribe Dios. Shelley parafrasea la idea de Valéry de que los dioses –no el dios del Cristianismo- nos otorgan el primer verso de manera gratuita. Está en manos del poeta el corresponder a esa dádiva con un verso que sea consecuencia del otorgado. Entonces, en el principio de la creación hay un punto en el que el poeta debe estar dispuesto a recibir el mensaje de los dioses:

La poesía es un acto
ordenado por poderes oscuros.

Se identifican los dioses de Valéry con los poderes oscuros. Son oscuros, mas no impenetrables ni absolutos. Dejan espacio para que el poeta intervenga en la creación:

Silbos de la víscera 
con un filtro tenue de razón.

Aquí, como en otros poemas, Shelley rechaza la poesía que se hace desde el inconsciente. Nadie, ni siquiera los mismos surrealistas, puede entregarse por completo a esta parte salvaje del ser humano para crear. Incluso, tampoco funciona el consumo de drogas para conseguir el mismo objetivo. Esto es, simplemente, insalubre y no un método creativo.

El poeta escucha a los dioses quienes le entregan el primer verso, luego escribe uno –y otro y otro más- que correspondan al primero, y al último usa su razón para darle forma final. La razón, en este sentido, si no respeta el primer verso pone en riesgo la creación:

Y,
como toda creación, 
vive asediada por un demonio.

El último libro, Mar de la tranquilidad , es de plena madurez. Sigue con los mismos temas y con el uso exclusivo del poema corto. El poemario no es nada tranquilo. Sigue con su denuncia social, de manera cada vez más precisa, casi epigramática. Les presento Megambreas polietílicas y otros riesgos discursivos:

VALOR BIEN ENTENDIDO

Me
parece
que,
sólo
en
México,
la
usura
tiene
el
gobierno
que
se 
merece.

Con la misma ironía se pronuncia, por única ocasión, en contra de una de las figuras emblemáticas de la cultura mexicana en Otro valor sobreentendido:

Si hacen Historia
verán que
atrás de todo Octavio Paz
hay siempre
un gran Emilio Azcárraga.

Shelley siempre se mantuvo al margen del mundillo literario y en lo privado criticó sus excesos, su mediocridad, su provincialismo y, principalmente, el que no hiciera verdadera poesía. Yo mismo le escuché decir “qué aburrido es Paz”, en un una sesión del taller de poesía que impartió en Torreón, Coah; pero nunca escribió nada en contra de Paz, ni de ningún otro poeta, aunque sí contaba anécdotas sobre sus colegas que resultaron ser bastante divertidas. En fin, más allá de la crítica ad hominem, tiene razón en señalar que detrás de Paz estuvo un gran Emilio Azcárraga.

El poema que da el título al libro, Mar de la tranquilidad, tiene un tono reflexivo. Evalúa, en cierta manera, su vida:

Rodeado de amigos
(que luego no)
Llegado al punto por amor
mas ensombrecido por alas
de codicia y miedo. 

Ese algo sin principio,
Desde el más acá,
contrasilencios guardados en la piedra. 

Lo sucedido,
otra vez rondando
el futuro memorioso. 

-¿Dónde estoy?- pregunté. 
-¿Quién, cómo soy?-

[…]

En este amanecer que huele,
en el silencio,
al de esos días
de joven enamorado 
de la vida.

A pesar de ser el último libro, no se encuentran poemas de despedida. Tal parece que Shelley pensaba en continuar con su obra, pero no se tiene noticia sobre ello. Algunos de los pocos que escribimos sobre él, dijo en las redes sociales que Shelley trabajaba en sus memorias. Tampoco hay más noticias al respecto. Habrá que esperar.

Queda mucho por decir sobre Shelley. Aquí, solamente consigné lo que pudiera ser, según mi criterio, una puerta de entrada a su obra que tan generosamente entrega a quien desee leerla. Como lo dice en Poema impreso, de Victoria:

Extraño, cuando ya no estuvo allí. 
Volvió al origen. 
De todos y de nadie 
Mi poema ya no es. 
Amanecieron el polvo y la semilla. 
Contento y triste. 
Ya estoy contigo.

Ignacio Garibaldy

Ignacio Garibaldy

Licenciado en Filosofía. Dramaturgo egresado del diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna. Becario del FECAC en la categoría de jóvenes creadores (2006-2007). Autor de Tres tristes vírgenes (U.A. de C. Siglo XXI. Escritores Coahuilenses. Cuarta Serie. 2011). Ganador del Premio Nacional de Dramaturgia de obra de teatro para niños, niñas y jóvenes Perla Szchumacher 2022 por la obra La voz de la tierra roja.

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