Ignacio Garibaldy

COLUMNA

Por Ignacio Garibaldy

Columna

ELENA SABE AGRIDULCE

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El 21 de abril del presente año, dentro de las actividades del FEL tuve la oportunidad de ver Elena sabe a dulce de Hasam Díaz, dirigida por Elí Montemayor, con la compañía Amargo Teatro, en el Teatro Nazas.

Diré que la experiencia escénica fue buena, satisfactoria, interesante. No obstante, la experiencia dramatúrgica no lo fue tanto. La dramaturgia de Hasam Díaz en Elena sabe a dulce tiene un defecto literario sobre el que hay que poner atención para no repetirlo. Lo expondré al final. No se desesperen.

Entonces, debo decir que Elí Montemayor demuestra un estilo firme y dinámico en lo que a dirección se refiere. Sabe revestir los tránsitos de escena a escena, cambia las perspectivas del drama que se está realizando, con recursos mínimos pero eficaces.

Plantea una excelente relación entre Elena (Abigail Muñoz) personaje principal de la obra, y su tía Amaru (Tere Simental) una mujer entrada en los treintas –supongo-, de vida moderna apresurada por el capitalismo voraz.

Elena significa para Amaru una irrupción inusitada en su vida. De ahora en adelante, deberá hacerse cargo de ella y dejarse transformar por la niña. Este tipo de relación se ve frecuentemente en cine. Pienso en la Tusita con Pedro Infante –referencia sumamente vintage- y en About a boy, con Hugh Grant y Nicolas Hoult –también esta referencia es un poco vintage, porque la película se estrenó en el 2002.
A las actrices arriba mencionadas se les unen Liz Juárez como Luz, Germán Jiménez como Don Jorge, Mauricio Hernández como el Chocorranch. En conjunto puedo decir que son dinámicos, dóciles a la dirección, y que conocen a sus personajes y los interpretan de buena manera.

Solo tengo una objeción. La voz de cada uno de los actores no es teatral. No se proyecta, no tiene matices. Hablan como si estuvieran en cualquier otro lugar y no en un teatro. Si los actores llegan a mejorar este aspecto, le darán a su personaje mayor presencia, y el público apreciará la obra no sólo por el dinamismo de la dirección.

Elena sabe a dulce se parece mucho a La luz que causa una bala en dos aspectos: el iniciar la obra antes de la tercera llamada con un juego –cosa que espero que no se ponga de moda, ya que considero que no es esencial al drama sino algo accesorio y prescindible- y en la referencia al narco como villano último.
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Sólo que en Elena sabe a dulce no es tan rotunda porque sus efectos no se dejan ver en el drama sino como algo demasiado lejano. La obra se carga más hacia el tratamiento de la relación de amistad entre Amaru y Elena que hacia el peligro del narco.

Esto no es responsabilidad de Elí Montemayor, sino del dramaturgo, Hasam Díaz. Aquí es donde quiero abordar el tema del defecto literario.

De entre las miles de maneras de cerrar una obra, el ‹‹Deus ex machina›› es tan usual que ya se ha convertido en lugar común, por ende en defecto literario.

El ‹‹Deus ex machina›› consiste en resolver el conflicto de una manera inesperada, por medio de la intervención divina de un factor externo al drama y a los personajes. Esta clase de final responde más a las necesidades del dramaturgo cuando siente que ya se le alargó la obra, y decide insertar “la resolución” sin respetar la lógica interna de la obra.

Lo podemos observar en Elena sabe a dulce en una variante sumamente conocida ‹‹en realidad todo era un sueño››. En la obra hay una escena donde supuestamente unos villanos “secuestran” a Elena. Y luego nos damos cuenta de que Amaru estaba soñando y que eso jamás pasó. Así de rápido y simple.

Hubiera sido más interesante el drama -literariamente hablando- si el narco tuviera una presencia más viva de alguna manera, ya que al hacerlo presente por medio de sueños o por referencias discursivas, se disuelve en algo tan débil, que incluso no valdría la pena escribirlo.

¿Cómo evitar el ‹‹Deus ex machina››? Una consulta en Wikipedia nos proporcionará miles de soluciones. Sin embargo, desde mi experiencia, reconozco que no es tan fácil como desechar adjetivos en poesía, porque es un defecto que se comete inconscientemente.

Yo creo firmemente que hay que tener paciencia. A veces el texto nos rebasa y pide tiempo para ser comprendido por el escritor quien, en algún momento de su vida y dependiendo enteramente de su talento, encontrará la resolución adecuada al conflicto que plantea.

De regreso con Elena sabe a dulce, no por el ‹‹Deus ex machina›› es mala, sino incompleta, quizá apresurada. De ahí viene que Amargo Teatro tenga el reto de hacerla accesible al público optimizando la parte escénica, de tal manera que el defecto no se note. Tienen grandes posibilidades. Les deseo mucha mierda.

Ignacio Garibaldy

Ignacio Garibaldy

Licenciado en Filosofía. Dramaturgo egresado del diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna. Becario del FECAC en la categoría de jóvenes creadores (2006-2007). Autor de Tres tristes vírgenes (U.A. de C. Siglo XXI. Escritores Coahuilenses. Cuarta Serie. 2011). Ganador del Premio Nacional de Dramaturgia de obra de teatro para niños, niñas y jóvenes Perla Szchumacher 2022 por la obra La voz de la tierra roja.