El pequeño sutra del árbol y del fruto

Capítulo 1: Betosattva

Estoy casi seguro que durante el periodo que va de 1960 a 1999 todas las personas, ya sea por moda o curiosidad, probaron alguna droga (desde cosas naturales, como la mariguana y la ayahuasca, hasta sustancias que no llegaron a tener nombre y sólo quedaron en las formulas químicas no sin antes dejar alguna banda arriba del avión), adoptaron algunas de las prácticas New Age (cosas como acomodar su casa según el Feng Shui, creer en el zodiaco o buscar el sentido de sus vidas en el Tarot) o se convirtieron en cierta medida a alguna religión exótica (ampliaron su panteón con los Orishas, se convirtieron al budismo, adoptaron la cosmovisión del taoísmo o en algunos casos hasta pertenecieron a sectas narco satánicas). Todos en mayor o menor medida le hicimos al Madrake alguna vez con alguna de esas ondas. En el caso de Beto fueron todas esas cosas y muchas más. Y yo no tengo ni idea de cómo alguien oriundo de uno de los pueblitos más recónditos de Zacatecas, de Palmillas, un pueblo donde lo único que hay son nopales, llegó a ser parte de una comuna en California y tampoco la manera en que terminó sus días en una pequeña y olvidada ciudad al norte de México donde no pasa nada como Torréon.

No puedo decir que esté enojado con él, ya no.

En primer lugar porque ya no está en este plano y en segundo porque creo que yo lo superé hace mucho tiempo. Creo que la mayoría de los reclamos que se hacen siendo todavía adolescente, o ya de adulto joven, están fuera de lugar. Al paso del tiempo uno comprende que el recriminar a los padres el haber sido poco cariñosos, el no haber sido unos expertos en la crianza y hasta el no haber tenido suficiente lana como para hacer regalos caros es una completa estupidez. Aún me da vergüenza el haber hecho un berrinche por un coche deportivo al cumplir la mayoría de edad y mi hermana Julia no sabe dónde meterse ahora cuando le recuerdan el reclamo, entre llanto y gritos, porque ella no tuvo un viaje a Europa al cumplir sus 15 años. Todas esas son quejas de niño mimado que en el momento son imposibles de dimensionar correctamente. Lo único que podría ser motivo para calificar a alguien de ser un mal padre sería el no haber cuidado a su hijo al grado de que el niño hubiera muerto por falta de atención, el haber violentado al niño o haberlo abandonado a tal grado que creciera con alguna enfermedad que pudo haberse atendido; de ahí en más, pienso, no se tiene argumentos reales para juzgar como malo a alguien en su papel de padre o madre.

En mi caso es verdad que hubiera estado justificado tenerle algún tipo de rencor a Beto, después de todo nos dejó cuando yo apenas estaba por entrar en la adolescencia. Violencia, gritos o episodios de ese estilo no puedo reclamarle. La verdad su partida fue precedida de muchas explicaciones y bastantes pláticas. Además él siguió yendo a verme hasta que ya entrada la adolescencia decidí que estaba enojado con él o simplemente dejé de llamarlo para que fuera por mí y pasar el fin de semana en su casa. Por otro lado, a mi madre nunca la vi triste, por momentos sí muy pensativa, pero tras un año o dos su carrera empezó a despegar y estuvo siempre muy ocupada pero también muy feliz de los logros que iba consiguiendo. Y mientras iba alcanzando esos logros conoció a Gustavo, quien es el único que hasta hoy en día le soporta sus chiflazones. Y luego nació la Julia y ya todo se hizo muy confuso, más complicado, o divertido, al tener una nueva hermana.

Se puede decir que sin que yo me lo propusiera me olvidé de Beto en cierto grado. Nunca lo eché mucho de menos porque siendo el nómada que era nunca fue difícil encontrarlo. A veces a la salida de la universidad había una fila de gente frente a su tenderete improvisado esperando su turno para que les diera masajes reflexológicos en las manos. Las secretarias sobre todo mataban por aquellos masajes de acupresión. A veces en algún parque lo encontraba con una parvada de niños a los que les estaba enseñado a hacer origami, en esas ocasiones si me veía con alguna chava le formaba una lila con el papel que trajera a mano y me la daba para que yo se la regalara a la muchacha. Yo no lo extrañé tal cual porque me daba la impresión de que siempre estaba cerca, mejor dicho de que me lo podía encontrar en cualquier momento y era rara la semana en que no me lo encontraba mínimo un par de veces. Cuando fui un poco mayor Beto me daba más que nada mucha curiosidad en lugar de nostalgia. Si una tarde me ponía reflexivo a tratar de entenderlo no era raro encontrarlo en los días siguientes. De manera curiosa a veces después de preguntarme por qué diablos llevaba esa vida al siguiente domingo me lo encontraba en algún lado, a veces iba en la calle caminando con su paso despreocupado, a veces juntando botes de aluminio, casi siempre lo hallaba platicando con cualquier gente: guardias, señoras de los puestos, músicos callejeros, hasta sirviéndole de guía a algún despistado turista gringo. En otras ocasiones lo topaba en alguna librería de segunda mano o dándoles migas a las palomas en la plaza. Y cada que me veía gritaba mi nombre y se acercaba alegre, después de hacer muchos aspavientos me pedía un aventón a su casa y me invitaba a sentarme a comer con él. Casi siempre solo tenía papas, jamón o harina instantánea para hacer hot cakes. Él decía que con eso era suficiente para vivir. Que lo demás era pura ostentación. Y a pesar de que antes de encontrarlo me daba curiosidad su vida al encontrarlo la plática se volvía en un principio un interrogatorio sobre mi situación, para pasar después a preguntarme como estaba mamá y terminar preguntándome por mi hermana, casi toda su plática se volvía recordar algunas travesuras de mi infancia. Y claro como todo adulto eso por ninguna razón a mí me fastidiaba.

Siempre recordaba la misma anécdota, a pesar de que me platicara otras cosas, o que se entretuviera hablando de las plantas o la lectura de iris, cada vez que hablaba con él siempre me relataba un mítico viaje familiar cuando yo tenía dos años. Me contaba que en ese viaje iba con nosotros mi primo Cristian de apenas 3 añitos (“Castrian” le digo ahora porque me sigue cayendo mal). Beto relataba cómo él, mientras conducía, me vio por el retrovisor jugando con una moneda de 100 pesos, que la puse al sol y que al quererla tocar me queme la mano pero no lloré. Que para su sorpresa me quede viendo el circulito de metal y con la mano protegida por mi cobijita la quité del sol. Luego después de un rato a la sombra toque la moneda con la mano desnuda y me quede viéndola y tocándola varias veces. Que la volví a poner en el sol y la volví a tocar y de nuevo me quemé pero no lloré. Que la deje buen rato calentando y cuando mi primo me dio un coscorrón tomé la moneda con la mano protegida por la cobijita y se la puse entre las nalgas y el calzón. Se reía mucho recordando como lloró y como lo desnudaron pensando que le había picado una avispa. Recordaba que mi madre y él también se desnudaron por miedo a que siguiera viva la avispa supuesta y temían que se le hubiera metido a alguno entre la ropa. Me miraba con complicidad al contarme que yo estaba ahí, también encuerado, muy seriesito y tranquilo a pesar del alboroto. Recordaba que al revisar bien a Cristian se fijaron en el círculo rojo en la nalguita y ambos se sorprendieron de que yo hubiera podido hacer algo así a esa edad. Se le iluminaba la cara al recordar cómo estuvimos todos desnudos y divertidos en medio de la nada por mi travesura para con Cristian. Beto siempre decía que desde ahí supo que yo era muy inteligente. Que le dio mucha alegría pero también lo preocupaba. Decía que confirmó que era inteligente cuando a los 4 años me leía un cuento de piratas y al mencionar a Barba roja yo le dije que Cristian era “nalga roja”. Y siempre, al marcharme de su casa, él terminaba preguntándome si yo ya no estaba muy preocupado por el mundo.

Nunca me pidió dinero, nunca me pareció que le faltara nada. Ahora que recuerdo a pesar de vivir en la misma casa, que está casi cayéndose y de tener un desorden en sus estantes todos sus electrodomésticos funcionaban y los iba renovando. Y ¿Cómo se me olvido? La vez que me sobregiré con mi primera tarjeta de crédito me prestó setenta y siete mil pesos para reestructurar mi deuda y ese dinero nunca se lo pagué. Nunca me lo recordó. Y hasta ahora es un secreto pues mi madre nunca se enteró de que estuve financieramente con el agua al cuello. Pero ahora que lo pienso la casa que compró para mi mamá por aquella época costó 300 mil y no era una casa chica. Nunca supe de dónde sacó Beto ese dinero, y siendo una cantidad considerable nunca se me ocurrió preguntarle.

Ahora que ya no está se siente todo muy raro. No sé qué sentí cuando me llamaron preguntándome si conocía a Felisberto De León. Yo de cierta manera presentía que algo malo había pasado pero no me imaginé que fuera su deceso. También me sorprendió que yo fuera el único dato de contacto que tenía en su medalla de identificación, y que me dieran un teléfono, que parece ser de un abogado por lo que dice san google. No sé, di por sentado que sería mamá la que algún día me daría esta noticia sobre Beto. Creo que era tanto el respeto y el cariño hacía ella que, pensando en esta situación, me dejó a mí como contacto porque no quiso meterla en algún problema con Gustavo. No sé cómo voy a avisarles a mi madre y a Julia; ella lo quería mucho, siempre lo vio como un tío alivianado, de niña me decía que Beto era el mejor, que era como un mago o un payaso pero más divertido. De adolescente me decía que Beto si entendía las cosas. Qué les voy a decir, será mejor llamarlas o ir en persona a avisarles ¿Qué es lo que hubiera querido Beto? ¿Qué hubieras querido Beto?
En la cartera aún tengo el papel en el que en una ocasión me escribiste, según tú, un koan. Trata sobre la vida y la muerte. Querías hacer un libro de budismo a la mexicana. “Rani-zen” decías que se iba a llamar y argumentabas que por las diferencias culturales era preciso hacer adaptaciones para que las personas entendieran la vía, “la chicuela” como tú llamabas al hinayana. También decías que era la mejor porque eso de querer salvar a todo el mundo era arrogancia. Releyendo tu “koan” quizá sabré que hacer.

“Pen De Hon inquieto por la vida y la muerte

Un día Pen De Hon se encontraba temeroso y preguntándose sobre la muerte, así que llegó con su maestro Fu Chi interrumpiéndolo en su meditación caguamera. “¿Maestro, que es la vida?” le preguntó el joven bonzo. Fu Chi le dio un largo trago a su Corona familiar y le indico al joven De Hon que se acomodara semi acuclillado y mirando al sur, es decir en pinabetes, por un momento. Una vez que el joven aprendiz adoptó la posición el maestro Fu Chi le propinó un sonoro patadón en la dona mientras gritaba “Tiiiiriiiiti-tiiii-teee” fingiendo la voz del perro Bermudez. El bonzo salió disparado hacia adelante y enojado quiso devolverse a meterle un buen chingazo a Fu Chi. Quien solo con la mirada lo tranquilizó y le indicó que se volviera a poner en la misma posición. Una vez en esa posición le propino otro severo patín en el nudo de globo mientras decía “Zaaam-booom-ba-zeeeee” de nuevo imitando la voz del narrador deportivo. Ahora el joven De Hon se concentró un momento y pudo sentir el dolor y el entumecimiento de las sentaderas mientras iba trastabillando por efecto de la patada, pero ahora todo fue diferente. No se regresó rápido, ni quería devolverle el golpe a su maestro. Muy serio De Hon le dirigió a su shifu otra pregunta “¿Y la muerte, maestro?”. Con la Mirada Fu Chi le indicó que adoptara de nuevo la posición. El maestro descargó otra patada pero esta vez la puntería le falló y al errar el patín soltó una sonora flatulencia. Pen De Hon con lágrimas en los ojos, mitad dolor de mofle, mitad irritación por el oloroso gas, se prosternó ante Fu Chi. Quien después de un largo trago de guama emitió un regüeldo sonoro en señal de aprobación a su alumno por haber comprendido la lección”

Nunca te entendí, creo que estabas bien loco Beto. Creo que lo que querrías es que se lo diga en persona a mi mamá, creo que aunque ella dice que no se acuerda de ti sí le va a caer la noticia como una patada en las nalgas y puede que haya gritos o algo de escándalo al enterase. Y a mí me va tocar ir a reconocer tu cuerpo, buscar una funeraria o hacer los trámites que se necesiten, hablarle al tal abogado y me imagino que todo va a ser un gran pedo. Me va a tocar ir a tu casa por algo para ponerte. Además de tu casa ¿Tendrías más cosas? ¿Tendrías amigos, o, no sé, una pareja? ¿Tendré medios hermanos de tu parte? Beto, en serio, sí que metiste en un pedote. Mi mamá decía que tú nunca te preocuparías por el dinero y sin embargo la manera en la que vivías no fue la de alguien con tranquilidad económica ¿O sí? Quizá se refería a que no te importaba. ¿Habrás dejado deudas? Cómo sea sí las dejaste nunca te pagué los setenta y siete mil aquellos y supongo que me toca hacerme cargo de pagar lo que debas, es lo menos que puedo hacer por ti; es lo menos que debe hacer un hijo por su padre. Mi padre. Eras mi padre Beto y no sé cómo me siento al respecto.

Continuará…

Adrián Chávez

Adrián Chávez

Nací en la ciudad de Torreón en el año de 1985 y, como muchos por aquí, pasé mis primeros años entre el campo y la ciudad, entre casas de adobe y edificios. Egresé hace ya algunos años de la Escuela de escritores de La Laguna "José Carlos Becerra" y hace algunos años menos estudié Psicología y una maestría en Sexualidad. Creo que escribir es un placer y una necesidad. Los géneros literarios que prefiero son el cuento y la poesía porque, pienso, tienen un mayor potencial para la comunicación, aunque desafortunadamente están casi olvidados en esta época de novelas.

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