El pequeño sutra del árbol y del fruto

Capitulo 2: Piri piri van van… Parinirvana … o algo así

Todos tratamos de representar algún papel, o al menos eso parece la mayoría del tiempo. Algunas veces nos aferramos a él hasta que no lo podemos seguir manteniendo más, hasta que el mundo nos dice que ya basta; la mayoría de las veces de maneras que no son agradables. Lo hacemos porque es fácil, quizás porque nos hemos habituado, nos aferramos a ciertas cosas hasta que un brusco cambio se sucede y nos obliga a abrir las manos y soltarlas. Quedamos confusos, sin saber qué hacer ni que partes de nosotros que no conocían los demás quedarán expuestas y en carne viva cuando la representación ha terminado. Al menos eso pasó con mamá, y por añadidura con Gustavo, cuando le dije que Beto que ya no estaba más.

“¿Tú papá? ¿Me estás diciendo que se murió tu papá?” Fue lo primero que me dijo y me agarró desprevenido pues cuando yo lo pensaba no sonaba igual, incluso cuando me lo dijeron por primera vez por teléfono y sin previo aviso no sonó así. Tampoco en la segunda llamada que recibí, la del abogado, con esa voz tan sobria citándome al día siguiente en su despacho después de asegurarme que ellos se estaban haciendo cargo de todos los trámites. Ni con ese fúnebre tono sonó tan catastrófico. Pero al escuchar a mi madre diciéndomelo, y escuchar una mínima pero perceptible carraspera mientras hablaba, me hizo percibir esas palabras con todo el peso que realmente tuvieron desde el principio.

Es difícil ver a alguien que quieres destrozado, es más difícil ver a la persona que siempre ha sido fuerte y siempre te ha cuidado abatida sobre una silla, enrollada en sí misma como un animal herido, emitiendo ligeros chillidos sordos acompañados de espasmos de todo el cuerpo. Fue muy difícil escuchar ese sonido y verla en ese estado. Yo solo atiné a acercarme lentamente y tratar de abrazarla, pero al percatarse de lo que pretendía me quitó de un manotazo. Se incorporó en una fracción de segundo y empezó a gritar mentando madres. Gustavo llegó inmediatamente después, supongo que alarmado al escuchar el torrente de maldiciones que iba soltando mi progenitora. También lo quitó de un manazo, aunque el pobre trató de consolarla hablándole de manera cariñosa a unos metros para tranquilizarla ella siguió mentando madres, cada vez más fuerte y más rápido. Después empezó a aventar muebles y accesorios del comedor, luego se siguió con las cosas la sala, en ese punto yo sabía que no iba a detenerse, que así seguiría por toda la casa. El pobre Gustavo no sabía lo que estaba pasando, yo sí, pero tenía mucho tiempo de no ver que sucedía lo que estaba presenciando. Gustavo estaba temblando y paralizado viéndola gruñir mientras ella destruía las cosas, solo repetía “…pero Catita, no, espera… Catita”. Hice lo que yo ya sabía que era mejor hacer en esos casos. Fue como si regresara a aquellas tardes sentado en la acera frente a la primer casa que tuvieron mi mamá y Beto, recordé cómo pasaban los vecinos volteando hacia adentro o me preguntaban si estaba bien, a lo que yo respondía que sí o los miraba como increpándoles por ser tan pinches chismosos. Así que tome a Gustavo por los hombros y le dije que no se preocupara, que no se iba a hacer daño, que se iba a seguir con la cocina y si tenía mucho vuelo con los baños o alguna habitación. Le dije que ni le moviera, que era peor si trataba de pararla y mientras se lo iba explicando tranquilamente lo saque al patio a las sillas de jardín para sentarnos a esperar.

Tuvo que hacer tres intentos para poder prender su cigarro y aún mientras fumaba las manos le seguían temblando. Me preguntó qué le había dicho, yo sólo atiné a decirle que Beto se había muerto. “¿Tú papá falleció?” me preguntó él y dicho por él también se escuchó muy diferente, muy categórico, como si me lo dijera un científico o un sacerdote. Inmediatamente dejó de temblar y se quedó muy pensativo. Me miraba de vez en cuando muy extrañado, luego se miraba las manos y se volvía a meter en sus pensamientos. Yo también debí estar pensando en algo pero no recuerdo qué, sé que estaba pensando algo porque cuando me di cuenta vi a Gustavo acercándose en un ademán muy extraño y con una muy rara mueca en su cara. Ya estaba muy cerca de mí intentando hacer algo. Supongo que iba a abrazarme pero a ese hombre no se le da ninguna muestra de afecto de manera natural. Sólo con mi madre puede, que es lo que a final de cuentas es más importante. Traté de responder a ese gesto raro y nos trabamos porque los dos levantamos el mismo brazo, luego lo bajamos y nos volvimos a trabar porque los dos levantamos el otro brazo al mismo tiempo, al final baje los dos brazos y él pudo rodearme con los suyos. Me dio cierto alivio que al final pudo hacer el gesto raro de contacto y consuelo que pretendía. Lo denomino así porque esa madre definitivamente no fue un abrazo.

Mientras el ruido de desmadre dentro de la casa iba bajando de intensidad Gustavo me habló. Me preguntó cómo me sentía, cómo había sido el recibir la llamada o si necesitaba alguna ayuda con los trámites. Se ofreció a hablare a uno de sus abogados conocidos para que me asesorara. Se lo agradecí pero me negué y le explique que un despacho ya estaba haciendo esas diligencias, no sé qué expresión tenía mi rostro cuando se lo dije, supongo que de sorpresa o incredulidad. Lo digo porque me explicó, me aseguró mejor dicho, que yo nunca le había caído mal. Me contó que cuando yo era niño y él estaba apenas empezando con mamá yo lo confundía mucho, que no era como otros niños y por eso no sabía cómo tratarme. Luego se retractó, batalló mucho con sus pensamientos, buscó las palabras, el tono correcto supongo y al final me lo dijo firme, con una voz sin falsetes ni tremores, una voz que nunca le había escuchado. Me confesó que al principio yo le recordaba mucho a Beto, tanto que a veces se sentía celoso del cariño con el que me trataba mi madre. Luego se estuvo moviendo mucho buscando una posición para sentarse, como si de un momento otro no encontrara su lugar, al final se sentó relajado con los pies bien plantados en el suelo, los codos apoyados sobre los descansabrazos y habló más. Me dijo que nunca entendió a Felisberto, que a él no le cabía en su razonamiento como pudo alguien haber dejado a Catalina y a su niño, el pequeño Chava, o sea yo, tan alegre y ocurrente de un día para otro. Me reveló que sabía que Felisberto era un hombre de ideas firmes y que con esa dedicación podía llegar a conseguir lo que se proponía. Eso lo desconcertaba, le daba miedo el no saber qué se había propuesto al marcharse. Le daba pánico pensar que Beto en algún momento se arrepintiera y regresara. Gustavo pensaba que si había tenido la firmeza de irse como se fue podría regresar y podría trabajar hasta revertir lo hecho, sabía que tendría la consistencia para retribuir y compensar su falta.
Me miró por un momento y me preguntó si sabía por qué Beto me había elegido para ser al que le dieran la noticia. Le respondí lo que pensaba, que era por respeto a él y su relación con mi mamá. Se quedó pensando y mientras encendía otro cigarro me dijo que quizá, pero que él pensaba que era la manera de Beto de decirme que yo era ya un hombre que podía hacerse cargo de las situaciones más difíciles de la vida y hacerlo cuidando a los que amo.

Aún me cuesta creer que Gustavo haya vivido así tantos años, con un miedo, que creo que era irracional. Con el temor a que Beto algún día quisiera regresar con mi mamá. Por cómo se expresó de él comprendí que a su manera también lo respetaba, quizá se pueda decir que hasta había algo de admiración hacía él, a su modo de vida o la firmeza en sus convicciones. Pero ahora Beto ya no estaba y el pobre Gustavo nunca pensó en la posibilidad de que pasara lo que en esos momentos estaba sucediendo, era como si hubiera dotado a su rival de cualidades y poderes que nunca tuvo. Con su deceso creo que se le mostró la verdadera dimensión de su oponente y, claro está, la suya propia. No sé qué tantas cosas más estarían pasando por la cabeza de Gustavo. Ninguno de los dos nos dimos cuenta cuando el ruido dentro de la casa cesó y salió mi madre ya más compuesta a pedirme que entrara para hablar conmigo.

Dentro de la casa el ambiente era el que yo muchas veces había vivido antes después de su frenesí. Se sentía esa calma triste que se siente después de que pasa un desastre natural. Ella me comenzó a hablar sin mirarme a los ojos en un tono lastimero mientras iba acomodando todo lo que había tirado y tomando es sus manos un momento para contemplar las cosas que ya no debían ser acomodadas porque las había destrozado en su arrebato. No pasaba eso desde mi infancia, ahora la única diferencia es que sabía porque lo estaba haciendo. Cuando era niño me desconcertaba que hasta la más mínima travesura le provocaba esa reacción algunas veces, habiendo otras ocasiones en que yo me lastimé, dañé muebles o estropeé electrodomésticos y me reprendía solo con una plática tranquila; en otras ocasiones entre divertida y enojada me daba solo un buen regaño con algunas nalgadas casi en broma. Supe que yo no fui el culpable de esos arranques, ni en aquel tiempo ni ahora. Antes lo intuía ahora estaba seguro de ser totalmente inocente.

Comenzó hablándome acerca de ella, de cómo había estado últimamente muy presionada por una auditoría que estaban llevando a cabo en la empresa en la que trabaja. Habló de cómo la desesperan los más jóvenes y cómo creen que saber alimentar de datos los diferentes softwares los exime de tener la mínima idea del porque o cómo se hacen las cosas. Me dijo que estaba hasta la madre de los niñitos que no entienden un proceso por tener las neuronas atrofiadas y la capacidad de retención de una esponja marina. Se disculpó mencionando que eso no justificaba lo que había hecho y al fin interrumpió su intento infructuoso de regresar su casa a la normalidad sentándose en el comedor para contarme todo lo que ella conocía y que aún yo no sabía sobre Beto. Estaba cansada, ya no quería saber nada de él, ya no quería ser la guardiana de su historia. Su manera de alejarse definitivamente de su ex esposo fue contándome todo lo que ella sabía de él. Era la última vez que me hablaría del tema así que me pidió que si tenía alguna duda se lo preguntará porque después ya no me respondería.

Estuvimos hablando por mucho tiempo y todo lo que pude conocer y deducir sobre la historia de Beto es lo siguiente. Él había nacido en una comunidad rural de Zacatecas. No terminó la educación primaria, debido a la precaria situación económica, como era una zona rural y en ese tiempo había auge agropecuario gracias al Banrural (mejor conocido como Ban-robar), Beto había sido pastor desde muy pequeño. Luego, cuando la corrupción hizo que el agro de todo el país se fuera a la chingada, la familia comenzó un largo peregrinaje. Salieron en busca de algo de fortuna teniendo que emigrar primero a Monterrey, sin mucha suerte, al inicio de los años sesenta. Luego se dieron la vuelta a Nuevo Laredo, como la suerte tampoco sonrió ahí hubo un nuevo traslado esta vez hacia la frontera de Ciudad Juárez, en Chihuahua. Ahí Beto había tenido que trabajar de todo, como bolero, vendiendo fósforos y cigarros, machitos en las cantinas, como ayudante de cocina en un restaurante de para choferes de tráiler, luego de ayudante de mecánico y finalmente chofer. Él había sido muy apuesto en su juventud, yo recordé las fotos de joven de Beto en las que está cagadísimo a Doug Clifford, el de los Creedence. Siendo joven, no mal parecido, alegre y aventurero como era fue muy noviero. Y estando en frontera inevitablemente conoció a una gringa, al parecer la hija de un obrero del petróleo. Siendo jóvenes y medio desatrampados, yo creo que enamorados, un día que no quisieron separarse decidieron probar suerte y tratar de cruzar en el coche de ella esperando que a Beto no lo detuvieran en el puente. Así que la chava le dio las llaves de su Chevelle a Beto y durante todo el camino estuvieron haciéndose bromas, hasta que cruzaron todo el puente de lo más tranquilos sin que ningún agente fronterizo ni siquiera los mirara. Así fue como estuvo en El Paso primero, luego en busca de más espacio y por problemas con la madre de la chica se fueron a Tucson, luego vivieron una corta temporada en Yuma y de ahí a San Diego. Fue ahí que a principios de los setenta se unieron a una comunidad de trasnochados que soñaban con que el movimiento hippie volviera a tomar fuerza, soñaban con volver a vivir algo como lo que años antes habían vivido en Woodstock.

Según deduzco empezaron a usar drogas cada vez más fuertes y en una reunión Beto se puso muy mal y golpeó a dos mujeres, sus parejas supongo, entonces el resto del grupo le metió una madriza y unos pocos se metieron a tratar de defenderlo, total que se armó la campal en la asentamiento de los greñudos. Alguien llamó o más bien, y atando cabos, la policía los estaba vigilando y esperando una oportunidad para caerles; lo digo porque esa noche les desbarataron su intento de comuna a los hediondos. Beto corrió con suerte pues lo llevaron a un hospital y pretendían tomarle declaración como si hubiera sido un mártir, un inocente joven al que los salvajes psicodélicos habían llevado cerca del Sierra Alta National Park para sacrificarlo en algún oscuro ritual satánico. Su foto con muchas mangueras de plástico insertadas en su cuerpo apareció en algunos periódicos del estado para asustar a los padres y a los jóvenes.
Cuando se despertó ya más alivianado una enfermera le contó cual era el plan que tenían con él y él siendo de la misma nacionalidad que Baltasar Díaz en ese mismo rato se les peló. Cruzó la frontera de regreso igual que como se había ido, sin que nadie le dijera nada, pero esta vez a pie y por Tijuana. De aventón regresó a Zacatecas solo para encontrarse con que su papá había fallecido en una volcadura y su mama se había ido con otro señor. Así que vivió con su tía hasta que un día lo vieron manejando el coche de su tío y le ofrecieron chamba de chofer para una constructora que estaba haciendo un canal de riego en el rancho. Y ahí en esa misma constructora duró trabajando varios años hasta que un día renunció.

Mi mamá especulaba que quizá Beto y sus compañeros se habían hallado un tesoro porque él y cuatro amigos se reunían de vez en cuando y los cinco tenían una solvencia económica bastante excesiva y peculiar. Ya luego con los años fue pensando que quizá era una mentira todo eso que le dijo a ella y en verdad era un soldado o un agente del gobierno porque se iba de repente solo diciéndole que regresaba en un mes o dos. Su ausencia a veces era más prolongada pero regresaba con mucho dinero, con la mochila llena de billetes. Con los años y como se pusieron las cosas en México mi madre pensó que quizá en su juventud era narco. Nunca le pregunto y además para esas fechas ya tenían mucho tiempo de separados.

Mi madre me volvió a pedir perdón con los ojos llorosos, me dijo que nunca le gustó sentirse sola. Que eso era lo que más en el mundo la encabronaba. Me dijo que siempre, pero que de niño más, yo le recordaba a Beto, con las caras que hacía cuando hacía alguna travesura o con mi forma de ponerme serio a hacer algunas cosas. Pero más por mi forma de caminar o porque simplemente tenía una actitud de que me valía madre el universo entero.

Para esas alturas Gustavo ya estaba en la entrada del comedor escuchando. Con el inamovible cigarro en la boca. Siempre ahí. Ella saco de su cartera una carta y la estuvo viendo, sonrió y luego me la entregó. Me dijo que se la había dado Beto una vez después de llegar y encontrar la casa destruida. La carta era otro supuesto koan y decía lo siguiente:

Los tres tiros de Fu Chi

Un sábado el maestro y su aprendiz fueron al expendio con dos tinas llenas de envases para ser canjeadas por su respectiva dosis de caguamas. En la fila se toparon con el archienemigo de Fu Chi: el maestro Wu Aan Gong. Ambos se miraron, escupieron al suelo, se acercaron de frente. “Qué qué que queque quequeque” dijo Aan Gong sacando el pecho a lo que el otro respondio “De qué o qué oqueque… qué… como que” también sacando el pecho y plantándose enfrente. Aan Gong se acercó aún más diciendo “Pos lo que quieras o qué… o que de qué… pos qué” y el maestro Chi también se acercó sacando más el pecho diciendo “Ábrete o qué… de que o qué… a poco muy acá… o qué”. Quedando a centímetros los dos inflados pechos. Un largo silencio siguió con los de parados frente a frente. Todo termino cuando al mismo tiempo luego de verse fijamente los dos se alejaron emitiendo un sonoro “Naaaaaaaaaa”. En ese momento llamaron al siguiente desde la ventanita y el maestro Wu Aan Gong acudió al llamado pues era su turno, luego de comprar sus botes modelo se retiró con una sonrisa enorme y cantando la frase “Piquito, piquito de oro” como un mantra. Fu Chi y su alumno realizaron su compra de coronas familiares, y dos medias para el camino, emprendiendo después el regreso a su morada.

Al regresar notaron que la puerta estaba abierta y ellos la habían cerrado. El maestro se terminó la última media y la rompió para producir un filo con el pico. Entrando después lentamente, agitando el filo hacia todos lados profiriendo improperios. El alumno Pen De Hong, sorprendido de ver en esa actitud a su maestro le comentó “Es usted más culo que piernas, maestro” a lo que el maestro poniéndose colorado pero sin dejar de tirar chingadazos al aire le respondió “Al son que me toques bailo. ¡Ah, travieso muchacho!”. El maestro iba entrando a cada una de las habitaciones tirando filerazos a lo mero güey y gritándole al imaginario ladrón que saliera de su escondite, con tanta potencia y tan carente de miedo que se le cayó la tina y se rompieron las caguamas que llevaba. Siguió recorriendo la casa hasta que se cercioró que estaba vacía. Y al revisar se dio cuenta que habían sustraído de su casa una playera del Santos Laguna firmada por el turco Apud, el ruso Adomaitis y el Pony Ruiz y que también se habían llevado su tesoro más preciado: la tanga que en mítica visita el teibol le había regalado su preferida, la Lulú.

El maestro mandó a De Hong por más guamas y se puso a pistear escuchando su cassete de Los Acosta pues su tristeza era enorme. Ya pedón le dieron ganas de tirar el agua y cuando se levantó se dio con el filo de una pata de la mesa enana en el mero dedo chiquito del pie. El maestro embravecido primero fue a mear, porque sí ya le andaba, y luego regreso con un martillo a darle de putazos a la mesa. No contento fue después por el hacha y entre mentada y mentada la redujo a astillas mientras maldecía a la rebomba madre de la mesita. Una vez concluido aquello fue por un bidón de gasolina lo roció encima de las astillas, le prendió, se desnudó y bailó en círculos alrededor del fuego. Mientras hacía lo anterior siguió pisteando. Cuando la mesa se hubo reducido a cenizas, y como era de tanque pequeño Fu Chi orinó plácidamente sobre el montoncito de polvo negro que alguna vez fue una mesa.

Al terminar todo su aracle fue a su cojín preferido, y se sentó a hacerse molinillo en el dedo chiquito diciendo para sí mismo “Ya, ya pasó dedito”.

Al levantar la mirada noté a mi madre pensativa en el comedor, con un té que le dio Gustavo y un cigarro que también le dio él. Yo sólo la había visto fumar una vez. “Llévate la carta, nunca entendí lo que quería decirme. Desde hace mucho tiempo quería dártela, creo que ahora es el momento” me dijo poco antes de incorporarse e ir a otra habitación a tratar de ordenar el destrozo que había hecho.

Ya fuera de la casa Gustavo me dijo algo que quizá por venir de él me resonó más “Aunque no lo sepas o no quieras aceptarlo, te parces mucho a él”. Si tu madre, o algún familiar te lo dicen no es creíble pues todos los papás quieren que sus hijos se parezcan a ellos o a sus parejas. Pero si alguien te dice que te pareces mucho a su rival pues entonces la cosa cambia. Y quizá por ser él, alguien que es de cierta manera tan ajeno a mi vida, y quizá también por su nuevo tono de voz tan seguro, me hizo hacerme la preguntas más cabronas que me hecho hasta el momento, las que en serio me han dejado sin dormir por primera vez en mi vida. ¿Quién y cómo fuiste Beto? ¿Eras alguien con tanta suerte como para encontrarte un tesoro y pasar la frontera más custodiada del mundo como sin nada?¿Yo tengo algo de tu suerte? ¿Fuiste un héroe en secreto? ¿Qué era lo que te avergonzaba tanto de tu vida? ¿Eras un criminal? ¿Quién eras? ¿Cómo eras? Necesito saber cómo era Felisberto de León. Necesito saberlo todo porque no me cabe en la cabeza que me puedo parecer a algo, a alguien, que no sé cómo es.

Continuará…

Adrián Chávez

Adrián Chávez

Nací en la ciudad de Torreón en el año de 1985 y, como muchos por aquí, pasé mis primeros años entre el campo y la ciudad, entre casas de adobe y edificios. Egresé hace ya algunos años de la Escuela de escritores de La Laguna "José Carlos Becerra" y hace algunos años menos estudié Psicología y una maestría en Sexualidad. Creo que escribir es un placer y una necesidad. Los géneros literarios que prefiero son el cuento y la poesía porque, pienso, tienen un mayor potencial para la comunicación, aunque desafortunadamente están casi olvidados en esta época de novelas.

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