Antes de que sea mujer

(Los perros, de Elena Garro).


Para disculpar a Elena Garro por haberse casado con Octavio Paz, hay que comprender que ella era una joven inexperta en las cuestiones de la vida. El ogro la tomó por sorpresa, desprevenida, y la sacó de la universidad dando al traste con su carrera de actriz, de bailarina y de escritora. Debió de haber, lo sospecho, por parte de Paz, mecanismos de chantaje que provocaron que ella, en modo mujer abnegada, diligente, respetuosa, declinara en favor de él para que se realizara como escritor en vez de ella.
Paradójicamente Paz le dio oportunidad de ejercer su oficio de escritora, en 1941, como reportera en la revista Así. En esta etapa de su vida Elena Garro escribió reportajes, entrevistas y aportó algún dinerillo extra al matrimonio que, casualmente, pasaba por apuros económicos.

(La biografía de Elena Garro no es incumbencia de este ensayo pero, para abundar sobre ella, recomiendo la obra de Patricia Rosas Lopátegui, la máxima autoridad en el tema. Sus libros pueden adquirirse con facilidad, sus conferencias se encuentran en su canal de Youtube, y en su página de internet tiene algunos artículos, entrevistas y reseñas sobre Garro. Uno de sus aportes más relevantes es el haber demostrado que ella jamás fue espía del gobierno durante el 68).
El matrimonio infeliz terminó a finales de los cincuenta pero volvieron a encontrarse en el proyecto Poesía en Voz Alta, uno de los primeros intentos de renovación del teatro mexicano. En el cuarto programa, llevado a cabo en 1957, Elena Garro se realizó como dramaturga con tres bellísimas e importantísimas obras: Andarse por las ramas, Los pilares de Doña Blanca y Un hogar sólido.
(Dicho sea de paso, en Poesía en Voz Alta Octavio Paz también la hizo de dramaturgo con La hija de Rapaccini, obra que a nadie, absolutamente a nadie le interesa).
Tuvieron que pasar veinte años, de 1937 (año en que se casaron) a 1957, para que Garro retomara su proyecto literario, aunque todavía bajo la sombra de su ex esposo quien, además de autorizar el montaje de sus obras, recomendó a la editorial Joaquín Mortíz Los recuerdos del porvenir para su publicación (1963).
(Según Rosas Lopátegui, si Elena Garro agradeció el impulso dado por su ex marido fue para llevar la fiesta en paz con ese monstruo literario, pero no porque hubiera alguna influencia estética. Lo único que hay de Paz en Garro está en Los pilares de doña Blanca, como un mero retrato paródico).
Las tres primeras bellas e importantes obras fueron escritas en 1956 y publicadas al año siguiente, por la Universidad Veracruzana, bajo el título Un hogar sólido y otras piezas en un acto, que incluyen El rey mago, Ventura Allende y El encanto, tendajón mixto. Para la reedición de 1983 se agregaron Los perros, El árbol, La dama boba, El rastro, Benito Fernández y La mudanza. En el 2009 el FCE publicó su Teatro completo que añade La señora en su balcón (dirigida por Alejandro Jodorowski en 1966), Sócrates y los gatos (en la que aborda los problemas por los que pasó durante el 68), Parada San Ángel y Felipe Ángeles.
La formación dramática de Elena Garro fue autodidacta. Bajo el amparo del dulce hogar paterno leyó a los griegos y latinos, a los españoles del siglo de oro, y a los clásicos ingleses, lo que le sirvió para apuntalar su visión crítica de la situación de la mujer de su tiempo, conocida por ella cuando anduvo de reportera.
De su dramaturgia, compuesta por 16 obras, la que interesa en este ensayo es Los perros, de cuyo análisis se explica que sólo hay una razón por la que el hombre atenta contra la mujer.
En la obra la víctima es Úrsula, una cándida niña de 12 años. Ella y su madre viven en algún pueblo de México, en una choza con suelo de lodo seco; tienen una cama de otates (tipo de bambú nativo del país que se usa por los pueblos indígenas desde la época prehispánica); y cuecen elotes en un bote de petróleo (el bote no tiene petróleo; obviamente, el petróleo no se come).
Es el día de San Miguel Arcángel (29 de septiembre) y Manuela, madre de Úrsula, apresura a su hija para que se arregle ya que deben ir a las fiestas para vender comida.

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En el lenguaje de Elena Garro el tiempo es un espacio en el que se está adentro o afuera, y en otras ocasiones es algo tan pequeño como una flor. Dice más adelante Úrsula: “Yo voy a agarrar un diecisiete de octubre. ¿Cómo lo ves? Para mí es una margarita roja y no voy a dejar que se me vaya”. Éste lenguaje lírico (entiéndase poético) crea imágenes que permiten, con unas cuantas palabras, conocer cómo los personajes perciben el tiempo, el mundo y el mal.
La pequeña Úrsula no quiere ir a las fiestas porque un tal Jerónimo la desconcierta. Le dice a su madre: “¡Cállese, no lo nombre! Si a usted le dijera lo que me dice a mí y la mirara como a mí me mira…”. Pero su madre no le cree: “¿Quién ha de fijarse en ti si todavía no has crecido? Ha de querer que le lleves recado a alguna de las muchachas. ¡Tantas que hay, todas frondosas, ahora las veremos, debajo de la enramada!”.
Úrsula está en una situación de riesgo que no logra entender a cabalidad (porque sólo tiene 12 años), aunque sí puede intuirla: “Mamá, Jerónimo se me aparece detrás de las piedras. Y si ahora en medio de la gente me pierdo de usted, va a venir a decirme cosas y a mirarme con sus ojos borrachos…”.
Esto lo dice cuando se ha quedado sola porque su madre ha salido de la choza. Entonces aparece su primo Javier, que iba de pasada. Él escuchó hablar a Jerónimo con sus amigos, los Tejones:

El primo está ahí para prevenirla: “Ya te dije que hay palabras más peligrosas que un cuchillo. Ahora, Jerónimo y los Tejones están bebiendo y hablando, en cuanto se junten sus pensamientos se van a callar. Ahora dicen palabras terribles y cuando les hayan perdido el miedo, vendrán. Por eso yo vine con sus palabras en mi boca, y no quiero que las repitas, sino que te vayas”.
Tras estas palabras el primo le recomienda a Úrsula que suelte los perros para que la protejan. Ella sigue sin comprender lo que está pasando (¡porque sólo tiene 12 años!). El protector le explica que Jerónimo: “No es hombre bueno, le gusta romper las ramas tiernas y escupir a las rosas. Te lo digo porque soy tu primo y porque no has crecido y no sabes que el hombre que teme a la mujer abunda, es malo y la rompe desde antes de que sea mujer”. Después de decir esto, se va.
Ante la presencia anunciada de un mal inminente nos preguntamos si la pequeña niña podrá escapar de él. La esperanza de lograrlo está en soltar los perros y en recurrir al ala protectora materna. Cuando Manuela regresa, Úrsula la convence de que las intenciones de Jerónimo son reales. Madre e hija elaboran un plan de contingencia: soltar los perros e integrarse, lo más pronto posible, a la gente que va rumbo a las fiestas de San Miguel, esperando que Jerónimo, al verlas rodeadas de personas, desista en perseguirlas.
Sin embargo, como son pobres y deben aprovechar el día, hacen los preparativos necesarios para ir a la venta. Entretanto, Úrsula le pregunta para qué la quiere Jerónimo. Su madre le responde:

La madre, en lo que su hija plancha su vestido de fiesta, narra que fue sustraída de su casa por el tal Antonio Rosales y sus cómplices, “Los Otilios”. También fue advertida por su primo Hipólito, en instantes previos al secuestro… aunque, en realidad, el primo había ido a asustarla y a verificar que no hubiera nadie en la casa para luego avisarle a Rosales que tenía el campo libre.
Tras siete años de búsqueda, su madre la encontró en una condición deplorable. Dice Manuela: “Cuando me halló estaba muy vieja, con las ropas y los pies rajados de tanto andar. Ni lloramos, nada más nos quedamos mirando, mientras tristes pensamientos se nos iban y venían. ¡Así será la suerte de la mujer, por estas tierras de Dios!”.
Manuela tuvo tres hijos. Dos de ellos murieron. La sobreviviente, Úrsula, fue presentada a su madre con estas palabras: “Salió más recia y ojalá que Dios le depare otra suerte que la mía”.
Pues… no hubo otra suerte. En una acción rápida dos hombres, que entran discretamente en la choza, le echan encima un sarape a Úrsula y cargan con ella, que se resiste inútilmente. El primo Javier asoma la cabeza por la puerta y luego se va… Había ido a hacer con Úrsula lo mismo que Hipólito con Manuela. Ésta, al percatarse de la ausencia de su hija, hipnotizada, va al lugar que ella ocupaba. Deja todas sus cosas en el suelo y se pone a escuchar los sonidos de la noche y se da cuenta de que los perros nunca ladraron.
En el universo de la obra la mujer está condenada a repetir su destino, generación tras generación. Manuela replica el de su hija y el de su madre (son dos clases de sufrimientos apenas imaginables para quien no los ha padecido ni de cerca); y su hija, aunque Elena Garro no lo escribió (porque sería otra obra, una segunda parte), posiblemente replicará el destino de Manuela convirtiéndose en una madre que pierde a su hija. Y así hasta el infinito.
Ahora estamos en la posibilidad de responder por qué el hombre atenta contra la mujer antes de que sea mujer: le teme.
El hombre (o sea Jerónimo, que replica a su vez el destino de su género), no puede aprehender (conocer) a la mujer (en este caso, ¡una de 12 años!). Esta imposibilidad de conocimiento deriva en temor (como el que siente una bestia acorralada); el temor deriva en odio y por último en destrucción placentera, casi por entretenimiento (recuérdese las palabras del primo Javier: “le gusta romper las ramas tiernas y escupir a las rosas”).
¿Es real el temor? ¿Existe algo en Úrsula que amenace a Jerónimo? ¡Por supuesto que no! El temor no es real ni la pobre niña de 12 años representa ninguna amenaza. Sólo basta hacer uso de la razón para darse cuenta de ello. Sin embargo el mal, en términos dramáticos, para que sea relevante, precisa ser irracional, atávico, animal, para que desate todo su poder en contra de su víctima. De otra forma nadie podría compadecerse del destino trágico de la niña ni fascinarse con Jerónimo que, aun sin aparecer en la obra, es tan potente y bestial que sin él no hay conflicto ni peligro ni mal ni obra.
Esto sucede dentro del universo de Los perros. Para evadir al falsa generalización se debe aclarar que ni Jerónimo representa a todo el género varonil ni Úrsula a todas las mujeres del mundo, muertas, vivas y por nacer. Al mismo tiempo evitemos el maniqueísmo que consideraría al hombre malo y la mujer buena.
(Tampoco es que Garro fuera la químicamente buena ni Octavio el ogro total, aunque, en la tradición cotidiana de la literatura nacional, lo tenemos por eso y mucho más).
De los dos géneros biológicos conocidos por la humanidad se puede predicar que ninguno es malo. Ambos son buenos en esencia. Las tendencias post-modernas culturales y pseudo-filosóficas, que además de sacarse de la manga más géneros biológicos fluctuantes, predican del ser humano que es agente destructor de la naturaleza, violador de mujeres, virus del planeta, etcétera, sin tomar en cuenta que, desde San Agustín, hemos definido que el hombre (y la mujer, obviamente), es bueno por esencia.
Creados, nacidos, de probeta, de vientre prestado, clonados, los hombres y las mujeres, son buenos y todas sus acciones tienden a la bondad. Entonces, ¿cómo se explica el mal? El ser humano, al ser imperfecto, también por esencia, no puede hacer que sus acciones trasciendan su campo de acción inmediato, su tiempo en la tierra, su propia persona.
Aplicando esta breve disertación filosófica, que se puede verificar hasta en el más básico manual de ética, podemos ver que en Los perros las dos mujeres son buenas. Sin embargo, por ser imperfectas (débiles) no pueden escapar de su destino trágico. Los hombres son buenos pero sus deseos irracionales, bajo los cuales actúan, sólo los satisfacen a ellos (de ahí su imperfección), conformando así la falta ética, moral, religiosa, civil.
Ahora bien, la importancia de Los perros reside en que, si bien no trata específicamente de los muchos Méxicos que hay, sí se refiere a algo que pasa, de diferentes maneras, en cada México que existe y en los que, espectadores y lectores vivimos. Casos parecidos se cuentan por miles, millones, en los pueblos y en las ciudades.
(También la mujer ejerce violencia contra el hombre. Cuándo esta se propone hacer daño, lo hace de una manera espectacular. Debo ser preciso, cuando algunas mujeres se deciden destruir a sus contrarios, no dejan piedra sobre piedra, lo cual ha sido, desde que el mundo es mundo, un tema recurrente en la dramaturgia).
Lo que encuentro más interesante en Los perros, fuera de sí misma, o sea en nuestro universo, es que plantea que hay también una imperfección en los muchos hombres y las muchas mujeres que quieren cambiar la situación de abuso: no podemos intervenir eficazmente para evitarlo.
Ni los bailecitos coquetos, ni los programitas sociales, ni el poner el ejército en cada rincón del país, ni el excusar a los pueblos indígenas por sus usos y sus costumbres pueden hacer nada cuando el mal se desata para destruir todo lo bello.
¿Serviría de algo el montaje de Los perros? En nada, lastimosamente. ¿Cuántas vidas se podrían salvar si miles de personas asistieran a ver la obra? Quizá ninguna. O sea, ni el arte sirve para evitar el mal.
No obstante, el verdadero artista, a diferencia de las bailarinas salvadoras, de los activistas de escritorio, de los programas sociales desproporcionados, sabe que evitar el mal no es su objetivo, sino el de denunciar que el mal existe y que en cualquier momento puede destruirlo todo.
Puede ser que su voz clame sola desde los libros abandonados. Pero se escuchará algún día con todo su poder para joder al indolente, destruir las falsas creencias en un bienestar social, para poner al centro de la discusión a la mujer, como un asunto que debe importarnos a todos.

Ignacio Garibaldy

Ignacio Garibaldy

Licenciado en Filosofía. Dramaturgo egresado del diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Laguna. Becario del FECAC en la categoría de jóvenes creadores (2006-2007). Autor de Tres tristes vírgenes (U.A. de C. Siglo XXI. Escritores Coahuilenses. Cuarta Serie. 2011). Ganador del Premio Nacional de Dramaturgia de obra de teatro para niños, niñas y jóvenes Perla Szchumacher 2022 por la obra La voz de la tierra roja.

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